CIUDAD DEL VATICANO, martes, 16 noviembre 2004 (ZENIT.org).- Para Juan Pablo II, los médicos, conscientes de la naturaleza misma del hombre y de la inviolable dignidad de la persona,
pueden ser verdaderos «promotores de civilización».

Así lo expresa en un mensaje enviado al presidente de la Asociación de Médicos Católicos Italianos (AMCI), el profesor Domenico Di Virgilio, con ocasión del XXIII Congreso Nacional de la Asociación celebrado en Bari del 11 al 13 de octubre sobre el tema «Medicina y dignidad humana. Los médicos promotores de salud e instrumentos de salvación».

«La medicina auténticamente entendida», que no puede «ceder a discriminaciones» --apunta en su misiva--, «habla el lenguaje universal de compartir, al ponerse a la escucha de todo hombre sin distinción y acogiendo a todos para aliviar el sufrimiento de cada uno».

Para realizar esto, la medicina «no puede prescindir de una atenta reflexión sobre la naturaleza misma del hombre, creado por Dios a su imagen y semejanza», alerta el Santo Padre.

«La dignidad del hombre halla su fundamento no sólo en el misterio de la Creación, sino también en el de la Redención obrada por Jesucristo» --recuerda--; «y si el origen del hombre es por si mismo fundamento de su dignidad, lo mismo es su destino: el hombre está llamado a ser “hijo en el Hijo” y templo vivo del Espíritu, en la perspectiva de la vida eterna de comunión beatificante con Dios».

«El hombre --prosigue-- es centro y cumbre de todo lo que existe en la tierra: ningún otro ser visible posee su misma dignidad», y como «sujeto consciente y libre nunca puede ser reducido a simple instrumento».

Por todo ello, «¡la inviolable dignidad de la persona debe ser afirmada con fuerza y coherencia hoy más que nunca! –exhorta el Papa a los médicos-- No se puede hablar de seres humanos que no sean ya personas o que aún deben convertirse en ello: ¡la dignidad personal pertenece radicalmente a cada ser humano y ninguna disparidad es aceptable ni justificable!»

Recordándoles los principios éticos cuyas raíces están en el propio Juramento Hipocrático, el Papa insistió en que «no hay vidas indignas de ser vividas», ni sufrimientos «que puedan justificar la supresión de una existencia», ni razones «que hagan plausible la “creación” de seres humanos destinados a ser utilizados y destruidos».

«Que os inspire siempre en vuestras opciones la convicción de que la vida hay que promoverla y defenderla desde su concepción hasta su ocaso natural -- invitó el Papa--: lo que os hará reconocer como médicos católicos será precisamente la defensa de la dignidad inviolable de toda persona humana».

Igualmente indicó a los médicos que, en su labor de protección y promoción de la salud, no descuiden «nunca la dimensión espiritual del hombre».

«Si, buscando curar y aliviar el sufrimiento tenéis bien presente el sentido de la vida y de la muerte y la función del dolor en la vicisitud humana, lograréis ser auténticos promotores de civilización», les aseguró.

Asimismo quiso alertar de la existencia en nuestra sociedad, a veces, de «una mentalidad arrogante que pretende discriminar entre vida y vida, olvidando que la única respuesta verdaderamente humana frente al sufrimiento del otro es el amor que se prodiga en el acompañamiento y en compartir».

Y también avisó el Papa del riesgo de que el progreso científico, en medicina, pueda estar «sometido a la voluntad de atropello y de dominio», perdiendo su vocación originaria orientada al bien del hombre.

En este contexto, «la visión cristiana del servicio al prójimo sufriente no puede sino ser útil al ejercicio correcto de una profesión de relevancia social fundamental» y a la «investigación biomédica», constató.

«Estad orgullosos de la identidad cristiana que os ha caracterizado en estos sesenta años de servicio a los enfermos y de promoción de la vida» --invitó el Papa a los miembros de la AMCI--, «sabed reconocer en todo enfermo al mismo Cristo», «vivificad el servicio con la oración constante a Dios», de quien en última instancia viene la curación.

Finalmente les exhortó a «añadir el “corazón”» «a la aportación insustituible» del ejercicio de la medicina, pues aquel es «capaz de humanizar las estructuras».

Nacida en Italia en 1944, la AMCI tiene como objetivos facilitar la formación moral, científica y profesional de los médicos, promover estudios médico-morales en el fiel respeto al Magisterio de la Iglesia y sostener actividades caritativas, de evangelización y de colaboración con otras asociaciones de voluntariado y de ayuda a las poblaciones más necesitadas y a las misiones.