CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 19 noviembre 2004 (ZENIT.org).- «Una larga existencia en total entrega a Dios y al servicio de la Iglesia»: así define Juan Pablo II la vida del cardenal Juan Carlos Aramburu, fallecido el jueves a los 92 años de edad en su residencia en Buenos Aires (Argentina).
«Profundamente apenado» por la desaparición del purpurado, en un telegrama enviado al arzobispo de la capital argentina –el cardenal Jorge Bergoglio–, el Papa recuerda la «sobriedad», «prudencia y entereza» que distinguió al cardenal Aramburu.
«Su generosa e intensa labor primero como presbítero y luego como obispo en Tucumán, y posteriormente durante veintitrés años como arzobispo de esa Iglesia particular, prolongando después de su jubilación su labor ministerial en el santuario de San Cayetano, testimonian su gran dedicación a la causa del Evangelio –reconoce el Santo Padre–, a la vez que dan prueba de su profundo amor a la Iglesia y su celo por la salvación de las almas».
En el recuerdo del Papa también está la participación del purpurado argentino en el Concilio Vaticano II, «sus servicios a la Iglesia universal y la acogida que me dispensó –apunta— con ocasión de mi viaje apostólico a Argentina en 1987».
El purpurado se preparaba para salir hacia el santuario de San Cayetano, donde dos veces a la semana confesaba a los feligreses, cuando una parada cardio-respiratoria le sorprendió en su residencia privada. Se encontraba junto a su secretario privado monseñor Miguel Ángel Irigoyen, quien le administró la unción de los enfermos.
Originario de la provincia argentina de Córdoba, donde nació el 11 de febrero de 1912, Juan Carlos Aramburu fue ordenado sacerdote a los 22 años. Obtuvo los doctorados en Filosofía y Derecho Canónico en la Universidad Gregoriana (Roma).
De regreso a su país, en la ciudad de Córdoba fue profesor de Derecho Canónico en el seminario de Nuestra Señora de Loreto y luego vicerrector del mismo.
Había cumplido 34 años cuando Pío XII le nombró obispo titular de Platea y auxiliar del obispo de Tucumán, monseñor Agustín Barrere, a quien después sucedería en 1953. Desarrolló al frente de esta sede –de la que luego sería arzobispo– una intensa labor pastoral.
El purpurado representó al episcopado argentino ante el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) y participó en todas las sesiones del Concilio Vaticano II, hecho que calificó «como el más trascendente de su vida».
Tras 21 de ministerio en Tucumán, Pablo VI le nombró coadjutor con derecho de sucesión del cardenal Antonio Caggiano, arzobispo de Buenos Aires, en 1967. El 22 de abril de 1975 fue promovido arzobispo de Buenos Aires y primado de Argentina, tras la aceptación papal de la renuncia del cardenal Cagginano.
Además de emprender una labor de renovación y reestructuración de varios organismos pastorales y de los servicios diocesanos, el purpurado publicó numerosos documentos y llevó a cabo una importante obra asistencial. Tampoco descuidó la labor recreativa y cultural de su sede, a la que proporcionó un moderno complejo deportivo y un museo histórico de la Iglesia.
En el consistorio convocado por Pablo VI el 24 de mayo de 1976 fue creado cardenal.
Formó parte de las Congregaciones vaticanas para las Iglesias Orientales, para la Educación Católica y para el Culto; de la Prefectura de Asuntos Económicos y del Consejo de Cardenales para el estudio de los problemas organizativos y económicos en la Santa Sede.
También fue presidente de la Conferencia Episcopal Argentina entre 1982 y 1985. En su larga vida episcopal ordenó a diez obispos y fue co-consagrante de otros siete.
El 11 de febrero de 1987 presentó su renuncia como arzobispo de Buenos Aires por haber alcanzado la edad que indica la norma canónica, pero Juan Pablo II no la aceptó hasta tres años más tarde, el 11 de julio de 1990, tras 23 años de gobierno pastoral al frente de la archidiócesis.
El cardenal Aramburu era el único prelado que aún vivía de los que integraron la asamblea plenaria de diciembre de 1955, en la que fue fundada la Agencia Informativa Católica Argentina (AICA).
El próximo lunes tendrá lugar la solemne Misa exequial y la posterior sepultura del purpurado en la capilla San Juan Bautista de la catedral de Buenos Aires.
Tras el fallecimiento del cardenal Aramburu, el número de cardenales es de 186, de los cuales 122 son electores y 64 no electores (han cumplido 80 años de edad).