CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 28 noviembre 2004 (ZENIT.org).- El primer Congreso Mundial de Vida Consagrada terminó este sábado en Roma con un comunicado final en el que religiosos y religiosas de los cinco continentes se comprometen a ser testigos con la vida del Evangelio de Cristo en tiempos de terrorismo.
El padre José María Arnáiz, secretario de la Unión de Superiores Generales, co-organizador del congreso, lo resume en una frase: «Menos profesionistas, más testigos».
Formación y colaboración dentro de la Iglesia son dos de las palabras claves que han emergido en este Congreso que con el lema «Pasión por Cristo, pasión por la humanidad» ha congregado a 850 religiosas y religiosos en representación de un millón de miembros de órdenes y congregaciones religiosas.
El rostro de la vida consagrada que surge de este congreso, comenta el padre Arnáiz, «quiere estar cada vez más en contacto con las alegrías y dolores, las angustias y esperanzas de la humanidad, pero también quiere está más en la Iglesia».
«Queremos que sea más intenso el diálogo con todos los que componen la Iglesia: con los obispos, con la Santa Sede, con las asociaciones y movimientos, pues nuestros objetivos son comunes», insiste Arnáiz.
El comunicado final denuncia algunos de los principales males sociales, como el «empobrecimiento», las «guerras», el «terrorismo», la «concentración del poder económico».
En su intervención, el arzobispo Franc Rodé, prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, sugirió que hoy la vida consagrada debe estar «fundada en la Eucaristía y basarse en un amplio y sólido compromiso en el sector de la formación».
La fraternidad y la superación de prejuicios ideológicos fue el centro de la intervención del padre Timothy Radcliffe, maestro de los dominicos hasta el año 2001.
«Tenemos que permitir que el Espíritu Santo demuela los pequeños discursos ideológicos, tanto de izquierdas como de derechas, en los que encontramos seguridad», propuso.
Acogiendo la invitación de Andrea Riccardi, fundador de la comunidad de San Egidio, los congresistas participaron en una vigilia de oración en la Basílica de Santa María de Trastévere en recuerdo de quienes han dado la vida por el Evangelio.
En un mensaje dirigido al congreso y leído por monseñor Rodé, Juan Pablo II constata que «los hombres en nuestro tiempo están en ocasiones tan empobrecidos que ya no son capaces de darse cuenta de su propia pobreza».
«Nuestra época nos pone ante formas de injusticia y abuso, ante prevaricaciones egoístas de individuos y grupos, que pueden calificarse de inauditas. De ahí se deriva en muchos la ofuscación de la esperanza», de la que el Papa ha hablado en el pasado.
«En esta situación, los consagrados y las consagradas están llamados a ofrecer a la humanidad desorientada, desgastada y sin memoria, testimonios creíbles de la esperanza cristiana, haciendo visible el amor de Dios que no abandona a nadie y ofreciendo al hombre perdido auténticas razones para seguir esperando», afirma el obispo de Roma.
«Ante una sociedad, en la que el amor con frecuencia no encuentra espacio para expresarse gratuitamente, los consagrados y las consagradas están llamados a testimoniar la lógica del don desinteresado: su opción se traduce, de hecho, en la radicalidad del don de sí mismos por amor al Señor Jesús y, en Él, a todo miembro de la familia humana», subraya la misiva pontificia.
«La vida consagrada tiene que custodiar un patrimonio de vida y belleza capaz de restaurar toda sed, vendar toda llaga, ser bálsamo para toda herida, colmando así todo deseo de alegría y de amor, de libertad y de paz», añade.