ROMA, viernes, 3 diciembre 2004 (ZENIT.org).- Para la Santa Sede no hay ningún país en el mundo que cumpla totalmente con la libertad religiosa, afirmó este viernes el arzobispo Giovanni Lajolo.
El secretario de las Relaciones con los Estados de la Santa Sede llegó a esta conclusión al intervenir este viernes en la conferencia internacional celebrada en la Universidad Pontificia Gregoriana por iniciativa de la embajada de Estados Unidos sobre la libertad religiosa.
«¿Hay algún estado en el que la Iglesia pueda decir que la libertad religiosa está tan plenamente realizada como para decir que libertad que le es propia –la «libertas ecclesiae» [libertad de la Iglesia]– es de casa?», preguntó el prelado italiano.
«Si la respuesta tuviera que ser exacta, debería ser negativa», aseguro.
«Incluso en los Estados en los que la libertad de religión se toma muy en serio y en los que la Iglesia puede decirse razonablemente satisfecha, se da siempre algo que no responde adecuadamente a las exigencias», explicó.
«En cierto país, por ejemplo, no se reconoce el carácter específico de algunas de sus instituciones fundamentales (por lo que se refiere a la estructura jerárquica); en otro no se le da el debido reconocimiento al matrimonio canónico; en otro el sistema escolar no respeta suficientemente el derecho de los padres y todavía menos el propio de la Iglesia».
En ocasiones, hay países, explicó, en los que «el régimen fiscal no tiene en cuenta las finalidades propiamente sociales de las instituciones de la Iglesia».
«En estos Estados, a pesar de una u otra limitación particular, la Iglesia puede decir sin embargo que goza casi siempre de suficiente libertad, al igual que las demás confesiones religiosas. Y la Iglesia sabe aceptar ciertas limitaciones, con la conciencia de ser peregrina, “in statu viae” [en camino], compañera solidaria de todo «homo viator» [hombre caminante] que busca, consciente o inconscientemente, el rostro de Dios».
La libertad de la Iglesia «es en todo caso más fuerte que toda posible limitación que se le imponga, pues deriva del mandamiento de Cristo y tiene la profunda y extensa amplitud de miras del Espíritu: es la libertad de ese amor –tan antiguo y tan nuevo– por el hombre, imagen viva de Dios, que la anima», concluyó.