TAIZÉ, domingo, 20 diciembre 2004 (ZENIT.org).- Traducida a 55 lenguas (24 de ellas asiáticas), esta carta, escrita por el hermano Roger –fundador de la Comunidad Ecuménica de Taizé–, ha sido difundida el pasado lunes con ocasión del encuentro europeo de jóvenes de Lisboa –28 de diciembre de 2004 a 1 de enero de 2005— en una nueva etapa de la «peregrinación de confianza a través de la tierra».
Será retomada y meditada durante el año 2005 en los encuentros de jóvenes que tendrán lugar tanto en Taizé, semana tras semana, como en otros lugares del mundo.
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Un porvenir de paz
Carta 2005
«Dios prepara para vosotros un porvenir de paz y no de desgracia; Dios os quiere dar un futuro y una esperanza». (1)
Multitudes aspiran hoy a un porvenir de paz, a una humanidad liberada de las amenazas de la violencia.
Si algunos están sobrecogidos por la inquietud ante el futuro y se encuentran inmovilizados, hay también, a través del mundo, jóvenes creativos, llenos de inventiva.
Estos jóvenes no se dejan llevar por una espiral de taciturnidad. Saben que Dios no nos ha hecho para estar pasivos. Para ellos, la vida no está sometida a los azares de la fatalidad. Son conscientes: lo que puede paralizar al ser humano es el escepticismo o el desánimo.
Estos jóvenes buscan también, con toda su alma, preparar un porvenir de paz, y no de desgracia. Aunque ni se lo imaginen, consiguen hacer de su vida una luz que ilumina ya a su alrededor.
Son portadores de paz y de confianza allá donde se dan el estremecimiento y las hostilidades. Perseveran incluso cuando la prueba o el fracaso pesan sobre sus espaldas. (2)
En Taizé, algunas noches de verano, bajo un cielo cargado de estrellas, escuchamos a los jóvenes a través de nuestras ventanas abiertas. Quedamos asombrados de que sean tan numerosos. Buscan, oran. Y nos decimos: sus aspiraciones a la paz y a la confianza son como estas estrellas, pequeñas luces en la noche.
Nos encontramos en un período en el que muchos se preguntan: ¿pero qué es la fe? La fe es una confianza muy sencilla en Dios, un impulso de confianza indispensable, retomada sin cesar en el transcurso de la vida.
En cada uno, puede haber dudas. No tienen nada de inquietante. Quisiéramos, sobre todo, escuchar el susurro de Cristo en nuestro corazones: «¿Tienes dudas? No te inquietes, el Espíritu Santo permanece siempre en ti» (3).
Hay quien ha hecho este descubrimiento sorprendente: el amor de Dios puede florecer también en un corazón tocado por las dudas. (4)
En el Evangelio, una de las primeras palabras del Cristo es ésta: «¡Dichosos los corazones sencillos!» (5). Sí, dichosos los que avanzan hacia la simplicidad, la del corazón y la de la vida.
Un corazón sencillo busca vivir el momento presente, acoger cada día como un hoy de Dios.
El espíritu de simplicidad, ¿no se transparenta tanto en la alegría serena como en el buen ánimo?
Un corazón sencillo no tiene la pretensión de comprender por sí mismo el todo de la fe. Se dice: es poco lo que yo comprendo, otros lo entenderán mejor y me ayudarán a proseguir el camino. (6)
Simplificar la vida permite compartir con los más desprovistos, para calmar las penas, allí donde existe la enfermedad, la pobreza, el hambre… (7)
Nuestra oración personal es también sencilla. ¿Pensamos que para orar, hay necesidad de muchas palabras? (8) No. Sucede que algunas palabras, a veces torpes, bastan para entregar todo a Dios, tanto nuestros miedos como nuestras esperanzas.
Al abandonarnos al Espíritu Santo, vamos a encontrar el camino que va de la inquietud a la confianza (9). Y le decimos:
«Espíritu Santo, danos
volvernos hacia ti en cada momento.
Aunque a menudo olvidemos que tú nos habitas,
que tú oras en nosotros, que tú amas en nosotros.
Tu presencia en nosotros es confianza
y continuo perdón».
Sí, el Espíritu Santo alumbra en nosotros una alabanza. Aunque sea un pálido reflejo, despierta en nuestros corazones el deseo de Dios. Y el simple deseo de Dios es ya oración.
La oración no nos aleja de las preocupaciones del mundo. Al contrario, nada es más responsable que orar: cuanto más se vive una oración sencilla y humilde, más se es conducido a amar y a expresarlo con la vida.
¿Dónde encontrar la simplicidad indispensable para vivir el Evangelio? Una palabra de Cristo nos lo aclara. Un día él dijo a sus discípulos: «Dejad que vengan a mí los niños, las realidades de Dios se asemejan a ellos» (10).
¿Quién dirá suficientemente lo que ciertos niños pueden transmitir por su confianza? (11)
Nosotros quisiéramos pedir a Dios: «Dios que nos amas, haznos humildes, danos una gran simplicidad en nuestra oración, en las relaciones humanas, en la acogida…».
Jesucristo ha venido sobre la tierra no para condenar a nadie, sino para abrir a los humanos caminos de comunión.
Después de dos mil años, Cristo permanece presente por el Espíritu Santo (12), y su misteriosa presencia se hace concreta en una comunión visible (13): ella reúne a mujeres, hombres, jóvenes, llamados a avanzar juntos sin separarse los unos de los otros (14).
Pero he aquí que, a lo largo de su historia, los cristianos han conocido múltiples sacudidas: han surgido separaciones entre los que, sin embargo, se refieren al mismo Dios del amor.
Restablecer una comunión es urgente hoy, no se puede dejar sin cesar para más tarde, hasta el final de los tiempos (15). ¿Haremos todo lo posible para que los cristianos despierten al espíritu de comunión? (16)
Existen cristianos que, sin tardar, viven ya en comunión los unos con los otros allí donde se encuentran, con toda humildad, con toda simplicidad (17).
A través de su propia vida, quisieran hacer a Cristo presente para muchos otros. Saben que la Iglesia no existe por sí misma sino para el mundo, para depositar en él un fermento de paz.
«Comunión» es uno de los más hermosos nombres de la Iglesia: en ella, no puede haber severidades recíprocas, sino solamente limpidez, la bondad del corazón, la compasión… y llegan a abrirse las puertas de la santidad.
En el Evangelio, se nos ofrece descubrir esta realidad asombrosa: Dios no creó ni el miedo ni la inquietud, Dios no puede sino darnos su amor.
Por la presencia de su Espíritu Santo, Dios viene a transfigurar nuestros corazones.
Y en una oración muy sencilla, podemos presentir que nunca estamos solos: el Espíritu Santo sostiene en nosotros una comunión con Dios, no por un instante, sino hasta la vida que no termina.
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(1) Estas palabras fueron escritas seiscientos años antes de Cristo: ver Jeremías 29,11 y 31,17.
(2) En este año en el que diez nuevos países se han unido a la Unión europea, muchos jóvenes europeos son conscientes de vivir en un continente que, después de haber sido durante largo tiempo puesto a prueba por las divisiones y los conflictos, busca su unidad y avanza sobre el camino de la paz. Ciertamente, quedan tensiones, injusticias, a veces violencia, que suscitan dudas. Pero se trata de no detenerse en la ruta: la búsqueda de la paz está en las fuentes mismas de la construcción de Europa. No obstante, no interesaría si tuviera como único objetivo crear un continente más fuerte, más rico, y si Europa cediera a la tentación de replegarse hacia el interior de sus fronteras. Europa llega a ser plenamente ella misma cuando se abre a los otros continentes, solidaria con las naciones pobres. Su construcción encuentra su sentido cuando es considerada como una etapa al servicio de la paz de toda la familia humana. He aquí por qué, si nuestro encuentro de fin de año se llama «encuentro europ
eo», nos gustaría aún más verlo como una «peregrinación de confianza sobre la tierra».
(3) Ver Juan 14,16-18 y 27. Dios existe independientemente de nuestra fe o de nuestras dudas. Cuando se da en nosotros la duda, Dios no se aleja de nosotros.
(4) Dostoievski escribió un día en su Cuaderno de notas: «Soy un hijo de la duda y de la increencia. ¡Qué terrible sufrimiento me ha costado y me cuesta esta sed de creer, que es, sin embargo, más fuerte en mi alma, por más que haya en mí argumentos contrarios… Es a través del crisol de la duda, que ha pasado mi «hosanna»». Y con todo, Dostoievski podía continuar: «No hay nada más bello, más profundo, más perfecto que Cristo; no solamente no lo hay, es que no puede haberlo». Cuando este hombre de Dios deja presentir que en él coexiste el no-creyente con el creyente, su amor apasionado por Cristo no mengua.
(5) Mateo 5, 3.
(6) Incluso si nuestra confianza permanece frágil, no nos apoyamos solamente sobre nuestra propia fe, sino sobre la confianza de todos los que nos han precedido y de los que nos rodean.
(7) El Programa alimentario mundial de la ONU ha publicado recientemente un mapa del hambre en el mundo. A pesar del progreso realizado en los últimos años, 840 millones de personas sufren hambre, 180 millones son niños de menos de cinco años.
(8) Ver Mateo 6,7-8.
(9) Este camino de abandono en Dios puede sostenerse con cantos simples, retomados una y otra vez, como éste: «Mi alma reposa en paz sólo en Dios». Cuando trabajamos o descansamos, estos cantos continúan dentro del corazón.
(10) Mateo 19,14.
(11) Un niño de nueve años, que durante una semana venía a rezar con nosotros, me dijo un día: «Mi padre nos ha dejado. Ya no le veo más, pero aún le quiero y por la noche rezo por él».
(12) Ver 1 Pedro 3,18 ; Romanos 1,4 y 1 Timoteo 3,16.
(13) Esta comunión lleva el nombre de Iglesia. En el corazón de Dios, la Iglesia es una, no puede ser dividida.
(14) Cuanto más nos aproximamos al Evangelio, más nos aproximamos los unos a los otros. Y se alejan las separaciones que desgarran.
(15) Cristo llama a reconciliarse sin tardanza. No podemos olvidar esta palabra en el Evangelio de San Mateo: «Cuando presentes tu ofrenda en el altar, si te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, ve primero a reconciliarte» (5,23). «Ve primero», no «Déjalo para más tarde».
(16) En Damasco, en Oriente Medio, tan sometido a pruebas, reside el patriarca greco-ortodoxo de Antioquía, Ignacio IV. Se expresa con palabras sobrecogedoras: «El movimiento ecuménico está en regresión. ¿Qué queda del acontecimiento profético que desde los inicios han encarnado personalidades como el Papa Juan XXIII y el patriarca Atenágoras, entre otros? Nuestras divisiones hacen a Cristo irreconocible, son contrarias a su voluntad de hacernos ver como uno, «a fin de que el mundo crea». Necesitamos urgentemente iniciativas proféticas para sacar al ecumenismo de los meandros en los cuales me temo que se está empantanando. Tenemos necesidad urgente de profetas y de santos que ayuden a nuestras Iglesias a convertirse por el perdón recíproco».
(17) Durante su visita a Taizé el 5 de octubre de 1986, el Papa Juan Pablo II sugirió un camino de comunión al decir a nuestra comunidad: «Al desear ser vosotros mismos una «parábola de comunidad», ayudáis a todos los que os encuentran a ser fieles a su pertenencia eclesial, que es el fruto de su educación y de su elección de conciencia, pero también a entrar siempre más profundamente en el misterio de comunión que es la Iglesia en el plan de Dios».
[Versión en español difundida por www.taize.fr].