ROMA, miércoles, 22 diciembre 2004 (ZENIT.org).- El Consejo Pontificio para los Laicos, con motivo de su XXI Asamblea Plenaria (24-28 noviembre), ha reflexionado sobre cómo «redescubrir el verdadero rostro de la parroquia».
El tema de la relación entre parroquia y movimientos eclesiales fue presentado por el padre Arturo Cattaneo, profesor ordinario de Derecho Canónico en Venecia, y de Eclesiología en Roma y Lugano.
En esta conversación con Zenit, el padre Cattaneo explica las conclusiones a las que llegó en su intervención.
–Los movimientos eclesiales siguen creciendo. ¿Acabarán sustituyendo a las parroquias?
–Cattaneo: No, porque la parroquia desempeñará siempre un papel fundamental e insustituible. Es –como ha dicho Juan Pablo II–, la presencia última de la Iglesia en un territorio, y en cierto sentido, la Iglesia misma, vecina a las casas de sus hijos e hijas (exhortación apostólica «Christifideles Laici» n. 26). Por esto hay que pensar en la parroquia como la «casa común de los fieles», el «primer lugar de encarnación del Evangelio», y no se puede sustituir con movimientos.
–Entonces, ¿por qué el Santo Padre considera tan positivo y prometedor el desarrollo de los movimientos?
–Cattaneo: Es evidente que la parroquia no es el único modo con el que la Iglesia responde a las exigencias de la evangelización. La parroquia no puede contener toda forma posible de vida cristiana, ya sea individual o de grupo, como si fuera una diócesis en miniatura.
–¿Qué aportación ofrecen los movimientos a las parroquias?
–Cattaneo: Juan Pablo II ha manifestado a menudo su confianza en la capacidad de los movimientos para renovar la acción apostólica de la Iglesia y, en especial, la de las parroquias. A veces, vemos parroquias que languidecen, convertidas en meras «distribuidoras de servicios pastorales».
En este caso, el papel de los movimientos es especialmente importante y providencial, ante el desafío de la descristianización, y la respuesta a las demandas de religiosidad, cada vez más apremiantes en Occidente.
–¿Puede precisar un poco más esta idea?
–Cattaneo: Cada movimiento tiene un carisma propio y quienes participan son llamados, y ayudados, a vivirlo en la vida familiar, social, profesional, política, cultural, deportiva, etc. Justamente esta presencia capilar de vida cristiana es la principal aportación de los movimientos a la parroquia.
Como ha observado recientemente el profesor Giorgio Feliciani: «La primera y más importante aportación que pueden dar los movimientos a una comunidad parroquial es la presencia en su ámbito territorial de aquellas que Juan Pablo II ha definido «personalidades cristianas maduras, concientes de su propia identidad bautismal, su propia vocación y misión en la Iglesia y en el mundo». Y por lo mismo, capaces de ofrecer a cuantos encuentran un testimonio de vida cristiana significativo».
–A veces se habla del peligro de que los movimientos constituyan una Iglesia paralela. ¿Cuál es su opinión?
–Cattaneo: Sobre todo diría que este eslogan puede ser una injusta simplificación, que tiende a dar una imagen negativa de los movimientos, y no ayuda a que contribuyan a revitalizar la vida parroquial. La autoridad eclesiástica, que aprueba los estatutos, y vigila la actuación de estos movimientos, es la instancia competente para evitar que crezcan como una Iglesia paralela.
En la medida en que las parroquias acojan y promuevan la «escuela de comunión», solicitada por el Papa en la carta apostólica «Novo Millennio Ineunte», se evitará que éstos tengan una «mentalidad capillista».
–¿Qué significa concretamente «escuela de comunión»?
–Cattaneo: El Papa ha planteado el reto de tener la «mirada del corazón en el misterio de la Trinidad que habita en nosotros». De esta honda realidad personal, surgirán medidas y posturas que favorezcan el desarrollo de la comunión eclesial. En una sociedad como la nuestra, tan impregnada de individualismo, en la que muchos sufren de soledad, todo esto me parece de gran actualidad e importancia.
–¿Qué puede hacer el párroco para promover esta comunión?
–Cattaneo: La Instrucción de la Congregación para el Clero, sobre «El presbítero pastor y cabeza de la comunidad parroquial» (2003), recuerda que «sobre todo el párroco, debe ser tejedor paciente de la comunión de la propia parroquia con su Iglesia particular, y con la Iglesia universal».
Debería ser también «modelo de adhesión al Magisterio perenne de la Iglesia y a su normativa» (n. 16). Se exhorta a menudo a los movimientos a respetar y a promover la unidad de la Iglesia. Pero no hay que olvidar que esto vale también para las parroquias y que, a veces, también éstas tienen defectos en lo que se refiere a una unidad de este tipo.
–¿Y si un párroco pertenece a un movimiento?
–Cattaneo: Éste será seguramente para el mismo párroco una fuente de apoyo y de enriquecimiento espiritual, que se manifestará en un dinamismo pastoral creciente, en beneficio de toda la parroquia. El párroco deberá no obstante prestar atención a que el movimiento al que pertenece no monopolice las actividades de la parroquia y cuidar que nadie sea discriminado.
–Hoy se habla mucho de la necesidad de una renovación misionera de la parroquia. ¿De qué se trata, según usted?
–Cattaneo: A este aspecto se refirió el Santo Padre en la audiencia concedida a los participantes en la Plenaria del Consejo para los Laicos, cuando subrayó que la parroquia «necesita renovarse constantemente para llegar a ser «comunidad de comunidades», capaz de una acción misionera verdaderamente incisiva».
En esta perspectiva, se aprecia el enriquecimiento que la parroquia recibe de la vitalidad apostólica de los movimientos. Monseñor Renato Corti, vicepresidente de la Conferencia Episcopal Italiana, observó recientemente que «subrayar la gran y urgente tarea de la evangelización, nos hará a todos más sensibles a la unidad de la misión, y nos dará el valor para dar los pasos necesarios hacia la conversión».
–En defensa de los movimientos, se recuerda a veces la libertad de los fieles. ¿No piensa que esto pueda minar la necesaria unidad de la Iglesia, incluso la parroquial?
–Cattaneo: Ciertamente la libertad de los fieles encuentra su límite intrínseco en la obligación de mantener la comunión con la Iglesia y por tanto su unidad.
Pero, pensándolo bien, libertad y unidad no se contraponen, como si afirmar la primera pudiera llevar a negar la segunda. Se trata más bien de dos exigencias simultáneas y armónicas de la comunión eclesial. La unidad de la parroquia implica el respeto de la libertad de cada uno; la falta de libertad no sentaría bien a la unidad, por el contrario sería causa de disgregación.
–¿Cuáles son, según usted, las principales exigencias que los movimientos deben tener en cuenta para mantener una relación provechosa con la parroquia?
–Don Cattaneo: Todo lo que acabo de decir respecto a la parroquia para que ésta sea «escuela de comunión» y «misionera», vale también para los movimientos. Pero éstos tienen en parte características distintas a las de la parroquia. Una de éstas es la de trascender el ámbito parroquial.
Sin embargo es esencial para los movimientos su integración en la diócesis y, por tanto, la unidad con el obispo. Varios textos del Magisterio han subrayado además algunos «criterios de eclesialidad» para los movimientos. En mi ponencia, preferí detenerme a considerar la manera en que la parroquia puede hacer provechosa dicha relación.
–¿Podría hablarnos de los principales criterios de eclesialidad para los movimientos?
–Cattaneo: Sobre tod
o, la capacidad de hacer que el propio carisma se integre en la Iglesia local. El fuerte sentido de pertenencia, experimentado dentro del movimiento, podría ofuscar el sentido de pertenencia a la propia Iglesia local, y la propia responsabilidad respecto a ésta.
Los miembros de los movimientos, permaneciendo fieles al propio carisma, deberán tratar de injertarlo creativamente en la vida de la Iglesia local.
Lo cual no significa necesariamente que deban estar presentes, como representantes de un movimiento, en los organismos diocesanos o parroquiales. El primer campo de acción eclesial propio de los fieles laicos es el de la vida familiar, social, profesional, política, cultural, deportiva, etc.
Otra exigencia que los movimientos deben tener en cuenta es la estima de otras realidades eclesiales. La conciencia de la variedad y complementariedad de los diversos carismas y vocaciones en la Iglesia, llevará a los miembros de cada movimiento a comprender que éste, aunque sea admirable, constituye sólo uno de los elementos que integran el conjunto sinfónico que llamamos «catolicidad».
De este modo los miembros de los movimientos sabrán apreciar también otras experiencias y estilos de vida cristiana. Monseñor Luigi Giussani, fundador de Comunión y Liberación, hablando del signo que cada movimiento ofrece a la vida de la Iglesia, ha llegado a afirmar: «El primer signo es que quien lo vive esté lleno de estima, atención, aprecio y colaboración con los demás movimientos».
Hay que recordar también el espíritu de servicio, el cual llevará a los miembros de los movimientos a apoyar con gusto las iniciativas del obispo y del párroco, según las características del propio carisma. Los miembros de un movimiento, evitarán así caer en un protagonismo poco eclesial que puede resultar contraproducente para la armoniosa integración en la comunión de la Iglesia local y parroquial.