ROMA, miércoles, 16 febrero, 2005 (ZENIT.org).- El papel y el futuro de las mujeres, en especial aquellas que han elegido la vida consagrada, fue el tema principal de una apasionada reflexión de la hermana Enrica Rosanna, FMA, subsecretaria en la congregación vaticana para la Vida Consagrada, el 11 de febrero, en el Pontificio Ateneo Regina Apostolorum (APRA).
Sus palabras se enmarcaban en la Jornada de Reflexión y Estudio sobre «La Iglesia, espacio vital de la vida consagrada», celebrada para recordar el cuarenta aniversario del decreto del Concilio Vaticano II sobre la renovación de la vida religiosa, «Perfectae Caritatis».
La hermana Rosanna, salesiana, es la primera religiosa que llega a un cargo de tal relieve en el Vaticano.
La hermana Enrica señaló al menos tres retos en estos momentos para las consagradas: «El desafío de la espiritualidad de comunión, la atención vigilante y laboriosa a la multiculturalidad, y la valorización del genio de la mujer».
Respecto a este último punto, comentó: «Hemos sido invitadas a proponer un concepto y una experiencia de maternidad «más allá del estereotipo», una maternidad afectiva, cultural espiritual; a proponer una simbología de la maternidad como paradigma para leer en profundidad y traducir en compromiso la relación con la naturaleza, con los demás y con Dios».
«¡Cuántas veces he pensado que si las mujeres hicieran huelga se detendría el mundo!», subrayó.
«Nuestra vida como religiosas, y sobre todo como mujeres, debe ser la de tener sed con Jesús y de asumir sobre nosotras la sed de nuestra gente y de todos aquellos, confiados a nuestros cuidados, de cuyo amor Jesús mismo sigue teniendo sed», añadió.
«Para ser capaces de llegar a ser auténticas mujeres consagradas, tenemos que enamorarnos cada vez más de Jesús. Debemos poner el amor en el primer lugar de nuestra vida», recalcó.
Según la religiosa, este amor se hace hoy testimonio luminoso en los diversos institutos religiosos, a través de la educación, la caridad, el servicio a los más pobres, la animación parroquial, y el mundo de la cultura.
La hermana Enrica subrayó la necesidad de «mirar al mundo con ojos de mujer», así como de «implicarse» en el mundo.
«La frontera de ser mujeres consagradas» hoy, reconoció, es «un camino original para la plena realización de la mujer».
La «cooperación fecunda e inteligente para rescatar a la persona humana», propuso, fundamenta el compromiso por «la paz, la democracia y el desarrollo de los pueblos».
«A nuestra sociedad deshumanizada, que no respeta la dignidad de la mujer, sobre todo de quien es más débil, nosotras mujeres consagradas queremos ofrecer el don de nuestra dignidad personal mediante la palabra y el testimonio de vida y las riquezas inherentes a nuestra vocación femenina», subrayó la subsecretaria vaticana.
«Los votos de castidad, pobreza, obediencia, redescubiertos y vividos en esta clave de relación, que pone en el primer lugar el amor al Señor, son una vía privilegiada para construir esta sociedad sana, a medida de la persona humana», explicó.
La hermana Enrica concluyó con un llamamiento a «ser, implicarse para transformar este valle de lágrimas en un manantial», pues la clave para ser mujer consagrada está en dejar espacio «al genio de la propia relación con el Señor, fuente y razón de todo amor».