STANFORD, California, sábado, 5 febrero 2005 (ZENIT.org).- No hay nada tan antiguo como la preocupación por los problemas de los jóvenes. Sin embargo, un reciente libro ha analizado la relación que existe entre las dificultades juveniles con otro tema controvertido: los cambios en la estructura familiar.

La articulista y autora Mary Eberstadt, investigadora a tiempo parcial en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford, defiende que desde hace unos años se ha dado un «experimento históricamente sin precedentes al separar al niño de la familia que ahora están viviendo los Estados Unidos y otras sociedades industrializadas».

En este libro, «Home-Alone America» (América sola en casa), Eberstadt explica que ha habido dos causas principales de este «hogar sin padres»: la explosión de divorcios y el número de niños nacidos de padres solteros; así como el trabajo de la madre, o lo que ella denomina el problema de la ausencia de la madre. Un tercer factor de menor importancia es la ausencia de los abuelos debido a la separación geográfica, y al número reducido de hermanos.

Eberstadt elude el debate sobre los méritos o deméritos de los cambios en las estructuras familiares y se concentra en examinar lo que está ocurriendo con los niños y adolescentes. Su tesis es que, en los últimos años, los niños pasan cada vez menos tiempo en compañía de sus padres y, simultáneamente, se han reducido muchas de sus cuotas de bienestar. La autora sostiene que esto no es una mera coincidencia.

Para comenzar, analiza las guarderías infantiles. Numerosos estudios y libros estudian los efectos de dejar a los bebés en centros de cuidado infantil mientras sus madres van a trabajar. Algunos mantienen que tienen efectos positivos en términos de mayores logros académicos, mientras que otros subrayan el daño emocional que puede tener consecuencias catastróficas para el desarrollo del carácter.

Impacto repentino
En vez de intentar discernir qué puede ocurrir dentro de 20 años, Eberstadt se centra en el impacto más inmediato en los bebés. Por ejemplo, los bebés confiados al cuidado de instituciones son con mucho más susceptibles de caer enfermos al estar expuestos a los virus contagiados por los demás niños. Asinusni está bien documentado el aumento de la agresividad entre niños que son dejados en centros de cuidado infantil. Eberstadt concluye considerando que deshacerse del cuidado diario de los niños, sobre todo, los hace infelices. Defiende además que los padres que justifican este fenómeno, terminan por ser menos sensibles a las necesidades de sus hijos.

También aumenta la violencia de los adolescentes. Eberstadt precisa que muchos de los casos más conocidos de los últimos años, como los asesinatos de 1999 en el Instituto Columbine y los ataques del francotirador en los alrededores de Washington, en el año 2003, implicaban a adolescentes que pasaron la mayor parte de su tiempo sin contacto alguno con sus padres.

Admite a continuación que tener dos padres atentos no es garantía absoluta de un carácter decente, pero «el no tenerlos puede dar un resultado desastroso». Abuso de sustancias, suicidio y comportamiento violento son sólo algunos de los indicadores sociales que ha empeorado dramáticamente en las últimas décadas, y Eberstadt señala con el dedo a los padres ausentes como una de las principales causas.

La situación de la disciplina en algunas escuelas ha dado como resultado que los profesores se vean forzados al papel de virtuales fuerzas de paz de Naciones Unidas, defiende. Y muchos de los niños más salvajes tienen como trasfondo una madre soltera u hogares donde los adultos están trabajando a todas horas.

Salud mental
En los últimos años se ha disparado el número de niños y adolescentes a los que se han diagnosticado desórdenes mentales, observaba Eberstadt. Un informe de enero de 2001 del consejero para asuntos médicos del gobierno federal de los Estados Unidos hablaba de una «crisis pública de cuidados mentales» para el grupo de esta edad. Ahora es un factor diario de la vida de muchas familias el tratar el desorden de falta de atención, hiperactividad, compulsiones obsesivas, junto con el suministro diario de medicamentos que alteran el comportamiento.

Los ambientes familiares caóticos, los padres ausentes y los traumas causados por el divorcio pueden ser factores que contribuyen en muchos casos a problemas de salud mentad que sufren los niños. Las causas de los problemas psicológicos son complejas. Pero son debidos en parte, según Eberstadt, citando algunos estudios, a la respuesta emocional de la desaparición, de las vidas de los niños, de unos padres protectores y de ambiente familiar estable.

Luego, además, las «curas» ofrecidas a través de medicamentos como Ritalin y Prozac traen consigo una serie de efectos secundarios. Y no se habla con mucha frecuencia de los riesgos de la prescripción exagerada de tales medicamentos psicotrópicos, observa Eberstadt.

La música como un grito
En otro capítulo, Eberstadt presenta la escena de la música adolescente para lograr una imagen de sus preocupaciones. Se descubre que las lamentaciones centradas en el divorcio y los hogares rotos tienen una recepción más popular que nunca entre los oyentes jóvenes. Incluso los cantantes de rap, bien conocidos por sus alabanzas a la violencia y a la misoginia, se quejan de la falta de una vida familiar decente.

El cantante Eminem – criticado tanto por organizaciones lesbianas, feministas y familias conservadoras – es uno de los más claros ejemplos de esta tendencia. Junto con un lenguaje vulgar y la exaltación del sexo y la violencia, «vuelve repetidamente a los mismos temas que han dado pie a otras historias de éxito de la música contemporánea: pérdida de los padres, abandono, abuso, y la cólera resultante infantil y adolescente, disfunción y violencia».

Eberstadt descubre aquí una importante diferencia respecto a la generación precedente. La música de los nacidos en el «boom» demográfico se caracterizaba por la rebelión contra lo que se consideraba como una presencia y autoridad de los padres excesivamente protectora. En contraste, «los adolescentes de hoy y su música se rebelan contra los padres porque ya no son padres, ni educadores, y ni siquiera suelen estar ahí».

Sexo adolescente
Otras consecuencias de la ausencia de los padres son el aumento de la actividad sexual adolescente y de las enfermedades de transmisión sexual. Eberstadt observa que la actividad sexual comienza más temprano cuando las vidas de los adolescentes están en la práctica fuera de todo control paterno.

Con todo, la mera presencia de los padres en las vidas de sus hijos no es suficiente, sostiene otra autora. Kay Hymowitz, en su libro de 2003, «Liberation’s Children» (Los hijos de la liberación), insiste en que los adultos deben proporcionar a sus hijos instrucción sobre cómo vivir. Hymowitz, periodista, dice que los adolescentes de hoy han absorbido de la cultura circundante un ethos de «no juzgar».

Demasiado a menudo, observa, los padres han dejado de lado su papel tradicional de instruir a su prole en valores y se concentran en ser sus «compañeros de hogar y amigos». Las consecuencias son nefastas. Sin ninguna educación sobre los límites de la naturaleza humana, se deja a los adolescentes «que tropiecen en las experiencias» que a menudo les llevan a una espiral que escapa a su control.

En el pasado, se asumía que los hijos recibirían una educación moral básica que les era enseñada como parte de la vida familiar. Pero en las últimas décadas muchas teorías de cómo criar a los hijos han expuesto la necesidad de dejar a los niños que actúen con naturalidad y sin constricción alguna.

Junto a esto, muchos americanos están imbuidos de la idea de que para crear un «autént ico yo» se necesita una completa autonomía en creencias, opiniones y opciones de vida. Así, está prohibido enseñar a los hijos cómo comportarse y los padres se transforman de figuras de autoridad «en ayudantes, que escoltan cariñosamente al propio yo único de su hijo en la madurez».

Toda sociedad, defiende Hymowitz, necesita civilizar su nueva generación por medio de algún tipo de educación. Desafortunadamente, los valores que predominan hoy son los de tolerancia y apertura de mente, que, a pesar de ser alabados en ocasiones, «no pueden ayudar a los jóvenes a construirse a sí mismos». Los hijos de la liberación, observa Hymowitz, «viven en una cultura que liberan la mente y el alma vaciándolas».

Eberstadt, al final de su libro, vuelve plantear la cuestión de lo que se puede hacerse para remediar estos problemas. Sostiene que sería mucho mejor que los padres pasaran más tiempo con sus hijos. Hymowitz está de acuerdo con la idea, pero deja claro que formar a los hijos en valores morales básicos es también una parte esencial de la paternidad. Sigue siendo una tarea difícil, pero urgente, cómo llevar a cabo estos cambios.