JERUSALÉN, martes, 22 febrero 2005 (ZENIT.org).- Para el obispo auxiliar de Jerusalén residente en Nazaret, monseñor Giacinto-Boulos Marcuzzo, los cristianos, como portadores de valores como la justicia, la paz, la dignidad y los derechos humanos, pueden ofrece una importante contribución a la solución del conflicto de Oriente medio.
«Las armas del cristiano son las de la negociación, la paciencia y la construcción de puentes», reconoce; la Iglesia en Tierra Santa está «desde siempre» y su papel es «para redescubrir, no para inventar», explica en declaraciones a Zenit, recogidas por Gianluca Solera.
De origen italiano y presente en Tierra Santa desde hace 44 años, monseñor Marcuzzo fue ordenado obispo hace 11; es vicario patriarcal de la Iglesia Latina en Israel desde hace una década.
Aunque así se le nombre en los periódicos, monseñor Marcuzzo no es obispo de Nazaret, sino «obispo en Nazaret», pues la mayor parte de los cristianos viven en esa zona. De hecho, el prelado es obispo titular de Emaús, en otro tiempo diócesis, si bien ya no existe en cuanto tal, «pero permanece el título».
De la presencia cristiana en Nazaret el prelado subraya que allí «siempre ha habido una comunidad, un hilo que recorre todo, encarnado en la cultura y en la sociedad local, a través del vaivén de poderes y jurisdicciones políticas y eclesiales».
«Hoy los cristianos en Tierra Santa se sienten los herederos de la primera comunidad cristiana, cosa que no se puede entender si no se tiene presente esta transmisión de una generación a la otra, de un pueblo al otro, entre un régimen y el otro, de las enseñanzas de Cristo», aclara.
Los primeros cristianos eran sobre todo judíos, mientras que la actual comunidad es árabe-palestina, pero ello no significa que estos últimos «no se consideren los descendientes de la primera comunidad cristiana, en el hilo de la fe –apunta–. Cada generación ha pasado el relevo a la otra».
El hecho de ser una comunidad cristiana rodeada por una mayoría de fe musulmana bajo jurisdicción política israelí es, para monseñor Marcuzzo, «una experiencia histórica, cultural y social nueva», fundamental dado que no existe «un modelo ni una experiencia de referencia».
«Debemos trazar nuestro camino –afirma–. Al carecer de modelos pasados, somos comunidades cristianas y musulmanas carentes de una conciencia de la propia identidad. También los musulmanes están haciendo una experiencia única de vivir bajo una cultura, un régimen judío».
«La comunidad cristiana vive una doble condición de minoría, en la comunidad árabe y en Israel. Considere una persona que sea árabe, cristiana y ciudadana de Israel –propone a Zenit–. Ser estas tres cosas a la vez es difícil, es un desafío que en nuestro Sínodo diocesano hemos afrontado».
«Durante este Sínodo nos dijimos que debíamos recuperar el terreno original de nuestra identidad, o sea, la Iglesia Madre, la Iglesia de los Apóstoles, la Iglesia de los Santos Lugares, la Iglesia del Evangelio, y ahí hemos reencontrado un terreno fértil, no contaminado por la historia», reconoce.
Así que «por vocación, elegimos ser Iglesia en Tierra Santa y permanecer aquí». añade.
El Sínodo Diocesano de las Iglesias católicas en Tierra Santa concluyó en febrero de 2000 con la celebración de una Asamblea que dio origen a un Plan Pastoral General, fruto de un largo camino de varios años recorrido en conjunto por la Iglesia latina, greco-católica (melquita), sirio-católica, maronita, armenio-católica y caldea, y por la Custodia franciscana de Tierra Santa, reunidas en la Asamblea de los Ordinarios de las Iglesias católicas de Tierra Santa.
El título del Plan, «Fieles a Cristo, corresponsables en la Iglesia, testigos en la sociedad», traza sus líneas fundamentales: la fe (catequesis, vida litúrgica, oración), la comunión (papel de religiosos, religiosos y laicos en la vida pastoral de las diócesis, familia, parroquia, escuela, ecumenismo) y el testimonio (relación con musulmanes y judíos, presencia en la vida pública, presencia en el sufrimiento humano, papel de los medios).
Monseñor Marcuzzo reconoce que en las relaciones con los musulmanes existen dificultades en cuya base hay una cuestión no religiosa, sino política, pero no son «insuperables».
La convivencia es en cualquier caso posible, sostiene el prelado: «Los cristianos de Tierra Santa son árabes, tienen una cultura árabe, hablan árabe, se reconocen en el sentimiento nacional árabe y no pueden como cristianos apartarse de estas raíces; serían cristianos desencarnados».
«Es por esto que nuestros cristianos se encuentran a sus anchas en el contexto musulmano-palestino. Y cuando la política y los intereses personales no intervienen, la convivencia es buena», asegura.
Y reconoce: «La acogida es la palabra clave».
En cuanto al asunto de la tutela de los Santos Lugares, el prelado señala tres tipos de problemas que hay que afrontar: «Cuestiones abiertas con las autoridades israelíes» –que «no siempre comprenden la importancia de estos Santos Lugares», vistos como «simples lugares de turismo, no como lugares fundantes de una Iglesia»–, «cuestiones eclesiales internas, debidas a la necesidad de redescubrir que la Iglesia en Tierra Santa no está sólo hecha de Santos Lugares, sino también de una comunidad local viva de fieles», y «cuestiones con el mundo exterior, en particular con el espíritu de las peregrinaciones».
A pesar de las dificultades, la presencia cristiana, si bien «numéricamente pequeña», es fundamental porque «lleva consigo valores desinteresados de justicia, de paz, de dignidad, de derechos del hombre que probablemente ningún otro organismo presente aquí es capaz de traer y ofrecer»; «la voz de la Iglesia es una voz profética», concluye.
[El citado Plan Pastoral General se puede solicitar en el Patriarcado Latino de Jerusalén (media@lpj.org) o en el Vicariato de Nazaret (latinvic@actcom.com)].