COIMBRA, lunes, 21 febrero 2005 (ZENIT.org).- Sor Lucía era «la joya» del Carmelo de Coimbra, pero entre sus muros llevaba una vida igual a la de las demás religiosas, recuerda la priora, sor María Celina de Jesús.

Sólo que «la edad le había hecho más frágil y el médico le había aconsejado que se guardara del frío, por lo que participaba en Misa desde su celda y le llevábamos la comunión», comentó la religiosa en una entrevista en el programa «Ecclesia», difundida por la agencia portuguesa del mismo nombre.

Último testigo de las apariciones de la Virgen en Fátima en 1917, sor Lucía falleció el pasado 13 de febrero en el Carmelo de Santa Teresa de Coimbra, donde había vivido desde 1948.

Según la priora, también pastora como la vidente, «en estos últimos tiempos, sobre todo desde el 15 de junio, una de nosotras estuvo siempre con ella, 24 horas al día. Se había hecho mucho más íntima, desde este punto de vista», cosa que «ocurre con todas las religiosas que mueren, porque --ninguna ha fallecido aún repentinamente-- cuando tienen necesidad de nuestra asistencia existe un vínculo mayor».

«Desde el 21 de noviembre, cuando sus condiciones de salud empeoraron, se hizo más dependiente de nosotras», prosiguió.

La priora del Carmelo de Coimbra quiso subrayar de forma particular la sencillez de sor Lucía, afirmando que ni siquiera el «peso» del secreto que la vidente llevó consigo por décadas modificaba su humildad.

La religiosa, que vivió en el mismo convento que sor Lucía durante 28 años, recordó además la «normalidad de sus conversaciones», añadiendo que las demás monjas «no hacían preguntas».

La ausencia de protagonismo por parte de la vidente era tan relevante que, en cuanto llegó al Carmelo, sor María Celina de Jesús estuvo «ocho días sin saber que se trataba de Lucía de Fátima». Con el paso de los años se estableció entre ellas un estrecho vínculo, tanto que la priora se comportaba con ella «como una sobrina... ¡mimada!».

La desaparición de la testigo de las apariciones de la Virgen del Rosario ha provocado una gran tristeza entre sus hermanas de comunidad. «Formaba parte de nuestra vida y, como comprenderéis, en un Carmelo, en una vida de clausura, se está en contacto las 24 horas del día», explicó la priora.

En cuanto a la misión confiada a la que fuera pastorcilla de Fátima, para la priora «no fue sor Lucía la que quiso dar aquel mensaje, fue encargada de llevarlo a los demás».

Respecto al futuro sin la presencia de la vidente, sor María Celina de Jesús muestra la certeza de que «ella está con nosotros de otra manera». «Pasar junto a su celda hace surgir el deseo de entrar, pero ya no está», reconoció; «no está a nivel sensible, comprensible desde nuestra naturaleza, pero sabemos que en la fe está con nosotros».

Un eventual florecimiento de las vocaciones a la vida contemplativa, motivado por el ejemplo de la vida de la pastorcilla, es una hipótesis que la priora del Carmelo ve favorablemente: «Puede ser. Dios se vale de todo. Es Él quien llama».

«No por casualidad mi vocación nació cuando oí hablar de esta casa donde vivía la pastorcilla sólo para orar, y dije: "¡También yo quiero ser así!"», recordó.