Según la liturgia, una fiesta comienza tras el rezo de las vísperas del día anterior, de manera el fallecimiento del Santo Padre tuvo lugar cuando la Iglesia en Roma ya celebraba el domingo.
Era, además, un primer sábado de mes, día que el mensaje dejado por la Virgen en Fátima pedía consagrar al Corazón Inmaculado de Maria. Y Karol Wojtyla consagró todo su pontificado a la Madre de Jesús con el lema «Totus tuus» («Todo tuyo»).
La devoción a la Divina Misericordia (Cf. Zenit, 2 abril 2005) constituye un auténtico movimiento espiritual dentro de la Iglesia católica promovido por Sor Faustina Kowalska (1905-1938), a quien el Santo Padre canonizó el 30 de abril de 2000.
El centro de la vida de Santa Faustina Kowalska fue el anuncio de la misericordia de Dios con cada ser humano. La religiosa polaca desarrolló una experiencia mística de consagración a la Divina Misericordia en un itinerario de visiones, revelaciones y estigmas escondidos, todo ello recogido en un diario que empezó a escribir por sugerencia de su director espiritual.
Su legado espiritual a la Iglesia es la devoción a la Divina Misericordia, inspirada por una visión en la que Jesús mismo le pedía que se pintara una imagen suya con la leyenda «Jesús en ti confío», que ella encargó a un pintor en 1935.
Tras canonizar a Sor Faustina Kowalska, Juan Pablo II anunció: «En todo el mundo, el segundo domingo de Pascua recibirá el nombre de domingo de la Divina Misericordia».
Se materializaba así el deseo que Nuestro Señor manifestó a la religiosa –recogido en su Diario–: pedía la institución de una «Fiesta de la Misericordia»: «Esta Fiesta surge de Mi piedad más entrañable… –recoge el texto–. Deseo que se celebre con gran solemnidad el primer domingo después de Pascua de Resurrección» –litúrgicamente llamado «segundo domingo de Pascua»–.
En el Diario de Santa Faustina se recoge que Jesús prometió: «A las almas que propaguen la devoción de Mi misericordia, Yo las protegeré a lo largo de su vida como una madre cariñosa a su hijo, y a la hora de la muerte no seré para ellas Juez, sino su Salvador Misericordioso (III, 20-21)»; «a los sacerdotes que proclamen y alaben Mi misericordia, les daré una fuerza prodigiosa y ungiré sus palabras y tocaré los corazones de aquellos a quienes hablen (V.115)».