ROMA, domingo, 10 abril 2005 (ZENIT.org).- El cardenal Adam Joseph Maida, arzobispo de Detroit, Estados Unidos, desde 1990, llegado a Roma para participar en el Cónclave considera que al elegir al sucesor de Juan Pablo II «debemos dejar todo en las manos del Espíritu Santo».
Esta es la entrevista que concedió el purpurado estadounidense antes de este sábado, día en el que los cardenales por unanimidad han decidido dejar de ofrecer declaraciones a la prensa.
–¿Cuál fue su oración tras recibir la noticia de la muerte de Juan Pablo II?
–Cardenal Maida: Recé al Señor. Él conoce mi alma, mi corazón y mis intenciones mejor que yo, por eso sólo le pedí en ese momento que el alma del Santo Padre pueda reposar en paz. Pedí por la Iglesia para que Dios esté cerca de nosotros en estos días. No sólo de nosotros, los cardenales, sino de todos.
–¿Cuál ha sido su impresión en estos días en Roma?
–Como en cualquier gran acontecimiento humano, hay algo de electrizante. Algo muy, muy especial, y no se trata del impacto de los medios. No hay modo de reproducir la experiencia de estar aquí, de ver lo que acontece y participar en ello.
Reflexionaba sobre el continuo afluir de personas y pensaba en las enormes diferencias entre los peregrinos. ¡Es casi toda la humanidad! Colores diversos, culturas diferentes, jóvenes y ancianos. He visto gente en silla de ruedas y era increíble contemplar lo que estaba pasando.
Otra cosa que me ha impresionado ha sido que, aunque he ido a la plaza de San Pedro centenares de veces en mi vida, nunca he visto tanto silencio, a pesar de la cantidad de gente que había. Gran silencio, a pesar de todas las oraciones que se recitaban, diría que se trataba de una experiencia celestial. Ha sido conmovedor. He visto multitudes enormes en el pasado… pero nada parecido.
–Sé que usted está muy empeñado en la dirección del Centro Juan Pablo II de Washington, que incluye un museo sobre la vida del Pontífice. En su opinión, ¿cuál es la herencia mayor de este Papa?
–Es muy difícil clasificar al Santo Padre y su herencia. En cuanto al «John Paul II Center», en Washington, pienso que es un lugar en el que esa herencia se revelará plenamente. Es un espacio en el que la gente seguirá viniendo a recordar y narrar los acontecimientos, y la herencia evolucionará a lo largo de la historia.
Cuando reflexiono sobre lo que nuestro Santo Padre ha realizado en su vida, cuando veo lo que afirma la prensa mundial, y lo que ha significado para tantas personas, me quedo estupefacto por el hecho de que lo hayan observado tan de cerca, escuchado con tanta atención y sean ahora capaces de expresar el impacto que el Santo Padre ha tenido en su vida, en la vida de su cultura, y en la de sus países. Es de verdad muy iluminador.
Un aspecto que me impresiona de verdad es la santidad de la persona, el hecho de que esa santidad sea también cercanía a Dios y comunique a casi todo el resto credibilidad e integridad. Pienso que, cuando se ve a una persona tan auténtica, tan santa y buena, uno se derrite y, como sucedió a la gente que vio a Moisés, cuando descendió del Monte Sinaí, no se veía más que la luz que irradiaba de su rostro.
Creo de verdad que el Santo Padre estaba muy cerca de Dios. Era un verdadero místico, y espero que su herencia sea la profundidad de su vida teológica, desplegada en muchos modos, y reflejada en tantas cuestiones actuales, de nuestra cultura y de las demás culturas del mundo.
De alguna manera, el Papa Juan Pablo II ha sido capaz de capturar ese aspecto universal del amor misericordioso de Dios con todos, como parte de su misión y de su obra en la Iglesia.
Cuando me arrodillé en oración, di gracias a Dios por esta experiencia y por este tiempo, no había nada preparado, era sólo lo que me salía del corazón en aquél momento, y ha sido como si Dios estuviera de alguna manera presente.
Cené con el Santo Padre en enero y sé cuánto se esforzaba en comer y hablar, e incluso cantar, y ahora parecía tan en paz, y no se trataba de una paz artificial. A veces se pueden hacer cosas raras con el maquillaje y la tecnología, pero mientras le veía sentí que era un hombre que ha vivido la propia vida, ha servido a Dios y al pueblo de Dios, y ver que la gente ahora reacciona de esta manera confirma su misión y el modo en que la ha desempeñado durante toda su vida, incluso al final.
Estaba también reflexionando sobre cómo ha atraído a la gente. Jóvenes, ancianos, sanos y enfermos… explicando cómo sufrir y aceptar estas pruebas, cómo afrontar la experiencia humana de la que muchos de nosotros tienen miedo, y que él ha sabido abrazar y vivir con dignidad. Ha sido muy conmovedor.
–Considerando el afecto que siente por Juan Pablo II, ¿cuál de sus características le gustaría ver en el nuevo Papa? ¿Qué es importante para usted?
–Puedo decirle que no he pensado en ello. Todos mis pensamientos y mis energías se concentran ahora en el Santo Padre. He ido a verlo nada más ofrecer una Misa en las capillas vaticanas.
–Como cardenal estadounidense, ¿qué piensa de la decisión de Bush de presidir la delegación de Estados Unidos en el funeral?
–No me sorprende. Creo que han mantenido divergencias, sobre todo en el asunto de la guerra, dado que el Santo Padre estaba muy empeñado en promover otro tipo de política respecto a Irak. Pero a pesar de esto, había un cierto afecto recíproco entre los dos, porque cada uno veía en el otro ciertos valores que compartía.
Creo que el presidente Bush ha reaccionado con naturalidad. Yo también he sentido esa afinidad con el presidente en algunas ocasiones.
–¿Qué siente en este periodo de luto, y con vistas al Cónclave?
–Estoy todavía tratando de orientarme, acabo de llegar. Ni siquiera he encendido la televisión porque quería estar tranquilo. He leído, he rezado y he recitado el oficio y el rosario, viviendo una cosa tras la otra.
En casa, en mi despacho, todo pasa con mucha rapidez, con una cita cada cuarto de hora. Aquí he venido con la idea de asistir sólo por un motivo: he dicho a mi equipo que no me importunen con cosas de Detroit, porque estoy aquí con una misión. La misión es en cierta manera responder al espíritu de Dios, mientras celebramos la vida de Juan Pablo II y después tenemos la responsabilidad de elegir a su sucesor.
–¿Qué nos dice del Cónclave?
–He sido consultor del Código de Derecho Canónico y ya desde 1972 voy y vengo a Roma unas cinco veces al año, lo que me ha ayudado a trabajar con gente muy diversa y, ahora, con cardenales que entonces eran sacerdotes. Este es el momento de trabajar juntos porque estamos llamados a una tarea más elevada.
Diría que los conozco muy bien al menos a la mitad, pero hay otros que no conozco y por esto es tan importante estar aquí. Ninguno de nosotros conoce al otro demasiado bien y por consiguiente esta experiencia nos hará crecer; habrá una curva ascendente de aprendizaje respecto a los que no conocemos, y hablaremos con los que ya conocemos.
Sin embargo todavía no he hablado con ningún cardenal sobre un digno sucesor. No he tenido este tipo de conversaciones. Habrá tiempo. Debemos dejar todo en las manos del Espíritu Santo.