CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 14 abril 2005 (ZENIT.org).- El arzobispo Leonardo Sandri, sustituto para Asuntos Generales de la secretaría de Estado, quien fue la «voz» de Juan Pablo II en sus últimos meses de vida, ha pedido a la Iglesia custodiar la herencia espiritual que ha dejado este Papa.
Fue la propuesta que presentó en la homilía de la sexta misa de los «novendiales» –nueve días de misas de sufragio por el pontífice– que celebró en la tarde de este miércoles en la basílica de San Pedro del Vaticano.
En la celebración eucarística, si bien estaba abierta a todos los fieles, participaron en particular los colaboradores de la Curia Romana.
«Nosotros tenemos el deber de custodiar lo que este Papa extraordinario ha entregado a la Iglesia y al mundo entero a lo largo de su vida y en el momento de la muerte», afirmó el prelado argentino.
En este sentido, recordó que la muerte del Papa ha tenido lugar en el Año de la Eucaristía (octubre de 2004-octubre de 2005), una prueba más de su amor «a Cristo realmente presente en el sacramento del Altar».
«Quien pudo compartir de cerca la actividad cotidiana del Papa fue testigo de su profundo amor por la Eucaristía», recordó.
«Antes de tomar una decisión importante pasaba mucho tiempo ante el Santísimo Sacramento –evocó–, llevando a la capilla privada los documentos que tenía que examinar y reservándose un tiempo de reflexión y de oración ante el sagrario».
Monseñor Sandri añadió que «hay un nuevo elemento de la personalidad y de la espiritualidad de Juan Pablo II que emergió, particularmente, en los meses marcados por el progresivo empeoramiento de su salud: su sencillez y pobreza de vida».
«Los que tuvieron la posibilidad de verlo en las últimas semanas de vida quedaron admirados por la modestia, la humildad y la sencillez, el sentido del desapego y la total disponibilidad con que se abandonaba en las manos de Dios», reconoció.
«El gran ejemplo y la preciosa enseñanza que el difunto Papa deja a cada uno de nosotros, que trabajamos en la Curia Romana, centro de la catolicidad, es un ejemplo de sencillez y desapego, de servicio fiel y desinteresado en la viña del Señor, de constante disponibilidad y dócil adhesión a la voluntad de Dios», concluyó.