BRUSELAS, jueves, 14 abril 2005 (ZENIT.org).- «La herencia de Juan Pablo II, al igual que la del Concilio Vaticano II, salvando las distancias, no queda a las espaldas, sino que está ante nosotros, como un programa», afirma el obispo belga de Namur, monseñor André-Mutien Léonard.
El prelado, que ha sido durante más de veinte años profesor de la Universidad Católica de Lovaina, doctor en filosofía y miembro de la Comisión Teológica Internacional, ha pasado la mayor parte de su ministerio entre jóvenes.
Predicó los ejercicios espirituales a Juan Pablo II y a la Curia romana en Cuaresma de 1999. En esta entrevista, evoca con los lectores de Zenit la figura de este Papa y explica lo que un cristiano debería esperar de este cónclave, lo máximo.
–El mundo acaba de rendir un homenaje sin precedentes al difunto pontífice. ¿Cómo interpreta esta reacción? Para usted, ¿quién es Juan Pablo II?
–Monseñor Léonard: Juan Pablo II ha sido como un párroco del mundo entero. Ha salido al paso de todos los pueblos de la tierra para encontrarse con ellos. En los últimos años, sus visitas pastorales le costaron un esfuerzo moral y físico enorme. La gente lo comprendió. Han querido salir al encuentro de aquél que les había buscado a través del mundo. Para ello, han sido capaces de soportar muchas dificultades y largas horas de paciencia. Era su manera, simple y elocuente, de responder con amor al amor de este Papa que tanto les ha querido.
Más allá de los grandes temas de un pontificado excepcionalmente rico, que merecen un profundo reconocimiento, ha sido el corazón el que ha hablado. Y ha estado muy bien.
–Juan Pablo II le nombró obispo de Namur y le llamó para que predicara el retiro de Cuaresma en el Vaticano. ¿Con qué palabra o imagen se ha quedado como su recuerdo más personal de él?
–Monseñor Léonard: Nunca conocí a mi padre en la tierra. Murió en la guerra, cuando yo tenía diez días. En cierto sentido, Juan Pablo II ha sido mi otro padre. El que ha hecho que yo sea lo que soy. Me nombró obispo de Namur en 1991. Y yo le debo tantos motivos de inspiración y aliento. En este sentido me ha engendrado, como un auténtico padre.
Al llamarme a predicar la Cuaresma de 1999 tuvo una confianza enorme en mí. Al final de aquel retiro, me recibió durante una media hora para tener un bello intercambio espiritual que me impresionó mucho. Al despedirse de mí, me abrazó con tanta afección que sentí su amor como un auténtico amor de padre.
Por tanto, al fallecer, he llorado como un hijo llora al padre amado. Y muchos otros lo han hecho conmigo.
–En estos días, los fieles llegan a la plaza de San Pedro del Vaticano y se sienten algo desorientados bajo su ventana que ahora está cerrada. En las misas de sufragios de estos días, en los «novendiales», la basílica se llena. ¿Cómo ayudar a los fieles a vivir estos días en la que está vacante de la Sede de Pedro?
–Monseñor Léonard : Durante la Sede vacante, hay que rezar mucho por el Papa Juan Pablo II, pero también con él, en particular para que el cónclave sea perfectamente dócil a las inspiraciones del Espíritu Santo y elija a un nuevo Papa que, en vez de «sustituir» a Juan Pablo II, tendrá que «sucederle» con mucha valentía y confianza.
–¿Cómo es posible recoger la herencia que deja Juan Pablo II?
–Monseñor Léonard: La herencia de Juan Pablo II, al igual que la del Concilio Vaticano II, salvando las distancias, no queda a nuestras espaldas, sino que está ante nosotros, como un programa que deberá servir de inspiración durante mucho tiempo. Su sucesor lo prolongará sin duda, pero a su manera, pues un Papa puede inspirarse en su predecesor, pero no copiarle. Habrá que conjugar sobre todo, de una nueva manera, la solidez doctrinal de Juan Pablo II, su apertura profética a las inspiraciones del Espíritu y su inmensa caridad pastoral.
–¿Y prepararse a acoger a quien el Espíritu llame a sucederle?
–Monseñor Léonard: Sobre todo hay que evitar ideas preconcebidas y demasiado precisas sobre quién será el sucesor de Juan Pablo II. Dejemos que los cardenales disciernan en la oración aquél a quien tiene pensado el Espíritu Santo. Cuando salga la «fumata blanca», acojamos al enviado del Señor con gran corazón. Y apoyémosle con nuestra oración y nuestro amor filial.
–Usted, ¿qué se espera?
–Monseñor Léonard: Como decía santa Teresa de Lisieux, «se alcanza de Dios lo que se espera de Él». Esperemos por tanto lo máximo. Y Él nos colmará. Esto es lo que quería decir la famosa frase de Julienne de Norwich: «¡veréis que todo acaba bien!».