El Espíritu Santo y el cónclave

Entrevista con el decano de Teología de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz (Roma)

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ROMA, lunes, 18 abril 2005 (ZENIT.org).- ¿De dónde procede el himno «Veni, Creator Spiritus»? ¿En qué momentos se invoca al Espíritu Santo? Zenit ha planteado estas cuestiones, relativas al principal protagonista del Cónclave, el Espíritu Santo, a Paul O’Callaghan, sacerdote dublinés y decano de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz (Roma) (www.pusc.it) –así como doctor en Teología e ingeniero electrónico–.

–Muchos apelan al Espíritu Santo estos días. ¿Considera que es una figura a la que sólo se invoca en momentos de fuerte trascendencia?

–Paul O’Callaghan: Estoy convencido de que el Espíritu Santo está activo siempre en la Iglesia y en el mundo y que lo ha hecho de manera particular en las últimas semanas. Cuando Juan Pablo II intentó pronunciar la bendición «Urbi et Orbi» la mañana de Pascua me acordé de las palabras de San Pablo en la Carta a los Romanos: «el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables» (Rm 8,26). Viendo las enormes multitudes en paciente espera para lograr una rápida mirada al cuerpo del Papa expuesto en la Basílica de San Pedro, me impactó el hecho de que lo hicieran sin ninguna obligación, sencillamente porque lo querían: «donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad» (2Co 3,17). Con paciencia y buenas maneras: «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rm 5,5).

Viendo a tantas personas que gozosamente recibían el Sacramento de la Reconciliación, naturalmente venían a la mente las palabras de Jesús: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20,22ss). Y ciertamente contemplar la extraordinaria variedad de las personas, hacía pensar fácilmente en los Hechos de los Apóstoles (frecuentemente llamado el Evangelio del Espíritu Santo): partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia… (Hch 2,9). Maravillosa variedad, pero «un solo Espíritu» (1Co 12,13).

Es verdad que los cristianos, en general, invocan el Espíritu Santo en ocasiones especiales. Pero él actúa siempre, lo invoquemos o no: de modo poderoso, incisivo, silencioso… inspirando oración, libertad, amor, conversión, variedad, unidad… Y no hay motivo para pensar que el Espíritu no actuará durante los próximos días del Cónclave. Sino en una condición importante.

La eficacia de la acción del Espíritu Santo depende de la colaboración de los hombres, de su inteligencia y de su esfuerzo. Y nosotros, los hombres, somos perfectamente capaces de oponer resistencia al Espíritu (Mt 12,31), de contristar al Espíritu (Ef 4,30).

Los Cardenales electores no están en absoluto exonerados de una profunda reflexión sobre toda implicación de la importante decisión que están llamados a tomar. Juan Pablo II, en su encíclica de 1986 «Dominum et vivificantem», habló del Espíritu que purifica el mundo del pecado. Está claro que el Espíritu lleva a los creyentes a superar el «espíritu del mundo» (1Co 2,12). Y en «Universi Dominici Gregis» escribió: «exhorto vivamente a los Cardenales electores, en la elección del Pontífice, a no dejarse llevar por simpatías o aversiones, ni influenciar por el favor o relaciones personales con alguien, ni moverse por la intervención de personas importantes o grupos de presión o por la instigación de los medios de comunicación social, la violencia, el temor o la búsqueda de popularidad. Antes bien, teniendo presente únicamente la gloria de Dios y el bien de la Iglesia, después de haber implorado el auxilio divino, den su voto a quien, incluso fuera del Colegio Cardenalicio, juzguen más idóneo para regir con fruto y beneficio a la Iglesia universal» (n. 83).

Pero también el resto de los cristianos deben hacer su parte. Cuando San Pedro estaba en prisión, los Hechos de los Apóstoles nos relatan que «la Iglesia oraba insistentemente por él a Dios» (Hch 12,5). A través de una oración perseverante, todos los cristianos toman parte muy directa en la elección del nuevo Papa. Muchos de aquellos que orarán asiduamente estos días percibirán el Cónclave como un auténtico evento «democrático». En este sentido, los cristianos tendrán el Papa que merezcan.

Debemos además implorar a Dios en su misericordia que nos dé no sólo un Papa que merezcamos, sino el que nuestro mundo realmente necesita, atormentado como está por los conflictos, la desesperación y la incredulidad. Como reza el Misal: «No mires nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia».

–¿Por qué es el Espíritu Santo el que es asociado al Cónclave, y no las otras dos personas de la Trinidad, el Padre y el Hijo?

–Paul O’Callaghan: La acción del Espíritu Santo no es sino la acción del Padre y del Hijo. Tres Personas, un Ser: este es el misterio de la Trinidad. El Padre actúa a través del Hijo, en el Espíritu Santo.

En cualquier caso, desde la mañana del día de Pentecostés los cristianos comprendieron que la Iglesia es un organismo vivo conducido por el Espíritu Santo (Hch 2). En este sentido, los momentos especiales de su peregrinación terrena han visto el consuelo y la fuerza del Espíritu. El Espíritu Santo, por ejemplo, fue invocado durante la celebración del Concilio de Jerusalén (Hch 15,28). Además, según las Escrituras, el Espíritu Santo modela en cada uno de los creyentes la vida de Cristo, Hijo Eterno (Jn 14,26), gritando en sus corazones su filiación del Padre Eterno (Rm 8,15; Gal 4,6).

«Cristo» significa «ungido», y Jesús es Aquél que ha sido ungido por el Espíritu de Dios (Mt 3,16). Uno de los títulos comúnmente dados al Papa es el de «Vicario de Cristo». Convertirse en Papa, por lo tanto, implicará una particular efusión del Espíritu. Otro título del Sucesor de Pedro es «Santo Padre». Jesús mismo dijo: «No os dejaré huérfanos… oraré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre el Espíritu de la verdad» (Jn 14,16-18). Y el hecho es que Juan Pablo II ha sido una poderosa figura paterna espiritual, en el curso de un cuarto de siglo, para multitud de personas. Tal vez es por lo que le echamos tanto de menos.

–¿De dónde procede el himno «Veni, Creator Spiritus»? ¿Cuándo se canta?

–Paul O’Callaghan: Se remonta al finales del siglo IX. El autor es desconocido, si bien a veces se atribuye a San Ambrosio, a San Gregorio Magno o a Rabanus Maurus. El Papa León IX lo entonó públicamente durante el Concilio de Rheims de 1049. Normalmente se canta en ocasiones especiales cuando la Iglesia busca la protección y la inspiración del Espíritu Santo. Se usa también en las Vísperas del Domingo de Pentecostés.

–¿Se puede «cultivar» una mayor devoción entre los fieles al Espíritu Santo?

–Paul O’Callaghan: La espiritualidad cristiana implica necesariamente una real y continua apertura al Espíritu Santo, que los autores de espiritualidad llaman docilidad. Indudablemente los cristianos deberían cultivar una devoción más consciente hacia el Espíritu, entre otras razones porque el Espíritu nunca forzará nuestra respuesta, sino que suavemente (y tenazmente) nos inspira, nos alienta y nos purifica.

Momentos privilegiados para cultivar la devoción al Espíritu son: la celebración de la Eucaristía (según San Ireneo, en ningún otro lugar el Espíritu está más activo); la oración silenciosa y recogida; la meditación sobre las Escrituras, obra inspirada por el Espíritu Santo; la contemplación de la vida de María, totalmente abierta al Espíritu; la acción de gracias a Dios por todos sus dones (el Espíritu es la «personificación» del Don dentro de la Trinidad); el generoso don de sí a los demás; la petición de guía cuando no estamos seguros sobre cómo actua
r; la reconciliación personal con Dios.

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ZENIT Staff

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