CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 1 junio 2005 (ZENIT.org).- Tener los mismos sentimientos de Cristo, quien hizo de la humildad y la pobreza su estilo de vida, es el programa de vida que debe tratar de asumir todo cristiano, consideró el Papa Benedicto XVI en la audiencia general de este miércoles.
«Penetrar en los sentimientos de Jesús quiere decir no considerar el poder, la riqueza, el prestigio como los valores supremos de nuestra vida, pues en el fondo no responden a la sed más profunda de nuestro espíritu», aclaró.
Por el contrario, tener a Cristo como modelo de vida significa «abrir nuestro corazón al Otro, llevar con el Otro el peso de nuestra vida y abrirnos al Padre de los Cielos con sentido de obediencia y confianza, sabiendo que precisamente, si somos obedientes al Padre, seremos libres».
«Penetrar en los sentimientos de Jesús: éste debería ser el ejercicio cotidiano de la vida como cristianos», propuso el obispo de Roma al dirigirse a los 25.000 peregrinos congregados en la plaza de San Pedro.
En su intervención, continuó con la serie de meditaciones sobre los salmos y cánticos que forman parte de la Liturgia de las Vísperas, comenzada por Juan Pablo II. En esta ocasión, reflexionó sobre el cántico de «Cristo, siervo de Dios» que compuso san Pablo en su Carta a los Filipenses (2, 6-11).
En este pasaje, explicó el sucesor de Pedro, «Cristo, encarnado y humillado en la muerte más infame, la de la crucifixión, es propuesto como un modelo de vida para el cristiano. Éste, como se afirma en el contexto, debe tener «los mismos sentimientos que Cristo», sentimientos de humildad, de entrega, de desapego y de generosidad».
Ciertamente, subrayó, «él posee la naturaleza divina con todas sus prerrogativas. Pero esta realidad trascendente no la interpreta o vive en clave de poder, de grandeza, de dominio. Cristo no utiliza su ser igual a Dios, su dignidad gloriosa y su potencia como instrumento de triunfo, signo de distancia, expresión de aplastante supremacía».
«Por el contrario –recordó–, se «despojó», se vació a sí mismo, sumergiéndose sin reservas en la mísera y débil condición humana. La «forma» («morphe») divina se esconde en Cristo bajo la «forma» («morphe») humana, es decir, bajo nuestra realidad marcada por el sufrimiento, la pobreza, la limitación y la muerte».
«No se trata, por tanto, de un simple revestimiento, de una apariencia que cambia, como se creía que sucedía con las divinidades de la cultura grecorromana: es la realidad divina de Cristo en una experiencia auténticamente humana», indicó.
«Dios no se presenta sólo como hombre, sino que se hace hombre y se convierte realmente en uno de nosotros, se convierte realmente en «Dios-con-nosotros», no se contenta con mirarnos con una mirada benigna desde el trono de su gloria, sino que entra personalmente en la historia humana, convirtiéndose en «carne», es decir, en realidad frágil, condicionada por el tiempo y el espacio».
La muerte de Jesús en la de la cruz, la más degradante, explicó el Papa Joseph Ratzinger, hizo de él «realmente hermano de todo hombre y mujer, incluso de aquéllos que son obligados a un final atroz e ignominioso».
El Papa llegó a la plaza de San Pedro en el jeep blanco descubierto, saludando a los peregrinos de todo el mundo, en una mañana de calor. Tras su intervención, saludó en trece idiomas a los presentes.
Es posible leer los precedentes cánticos y salmos de la Liturgia de las Horas comentados por Juan Pablo II y Benedicto XVI en la sección «Audiencia del miércoles» de la página web de Zenit (www.zenit.org).