KARACHI, miércoles, 1 junio 2005 (ZENIT.org).- El arzobispo de Karachi ha condenado «con fuerza» el atentado suicida que al final del lunes se cometió en la mezquita chií Madina-tul-Ilm, en el barrio de Gulshan-e-Iqbal en la ciudad portuaria pakistaní.
La acción homicida fue perpetrada por tres hombres armados que irrumpieron en el lugar. Uno «se hizo» explotar. Cinco personas murieron –dos son terroristas— y 18 resultaron gravemente heridas.
«La desgracia no es sólo la pérdida de vidas humanas, sino también la destrucción de un lugar de oración», declaró monseñor Evarist Pinto a la agencia del Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras «AsiaNews».
«Estamos entristecidos y oramos por los muertos y por los heridos, pero estas formas de violencia, en las que mueren personas de cualquier religión, deben ser condenadas con fuerza», recalcó.
La noticia del ataque a la mezquita sacudió la ciudad. Muchos se echaron a las calles y algunos prendieron fuego a un restaurante de la cadena estadounidense de comida rápida KFC, en los alrededores de la mezquita. Seis personas ardieron vivas. Sus cuerpos fueron hallados la mañana siguiente.
La multitud destruyó igualmente un autobús y automóviles, e incendió dos gasolineras en Karachi, una de las zonas más activas en cuanto a violencia sectaria en Pakistán, señala la agencia del PIME.
Apunta también que fuentes locales consideran que el incidente es una respuesta al hallazgo del cadáver de Aslam Mujahid, uno de los más importantes líderes del Jamaat-e-Islami –un partido de Muttahida Majlis-i-Amal (Mma), organización musulmana de Pakistán que reúne partidos políticos y grupos religiosos–. Había sido encontrado con disparos de arma de fuego dentro de su automóvil en la zona de Korangi-Landhi –de Karachi– pocas horas antes de la bomba suicida.
Los investigadores vinculan el atentado a la división y a los odios internos en el islam del país, entre la comunidad suní y chií, apunta la agencia de la Congregación vaticana para la evangelización de los pueblos.
La situación preocupa también a la comunidad cristiana en el país; líderes cristianos en Pakistán han pedido al gobierno que adopte medidas más firmes para proteger a todos los ciudadanos, de cualquier religión.
El pasado 27 de mayo, en las afueras de Islamabad, un atentado presumiblemente suicida mató a 18 personas en las cercanías del santuario musulmán Bari Imam, donde se habían reunido miles de musulmanes –chiíes y suníes— en homenaje al patrono de la ciudad.
«Condenamos con fuerza este ataque inhumano y brutal ocurrido en un lugar religioso donde un gran número de personas inocentes han muerto y han resultado heridas. Queremos transmitir a los familiares de los fallecidos y de los heridos nuestra simpatía y nuestro pésame», dijo entonces a «AsiaNews» Mehboob Sada, director del Centro de Estudios Cristiano de la diócesis de Rawalpindi-Islamabad.
Aclaró también que en el momento de la explosión había en el templo tanto suníes como chiíes, y que esto era un óptimo ejemplo de tolerancia religiosa y de armonía.
«A algunos extremistas todo ello no les gusta y han querido destruir la paz y la armonía del país», denunció; lanzó además un llamamiento al gobierno a fin de que tome las medidas necesarias para frenar a estos elementos que «quieren crear un sentimiento de horror y desarmonía en Pakistán».
El 75% de los 155 millones de habitantes de Pakistán son musulmanes suníes; el 20% son chiíes. Los cristianos representan el 2,5%; de ellos alrededor de 1,2 millones son católicos.
Hace sólo dos semanas 58 religiosos musulmanes de diferentes escuelas de pensamiento emitieron una «fatwa» (edicto religioso) en Lahore según la cual los terroristas suicidas van contra la enseñanza islámica y no están previstos como instrumento para la «yihad» («guerra santa») (Cf. Zenit, 23 mayo 2005).