RÍO DE JANEIRO, miércoles, 8 junio 2005 (ZENIT.org).- Las sectas son quizá el «desafío cultural» más importante que enfrenta la Iglesia en América, constata el cardenal Paul Poupard, presidente del Consejo Pontificio de la Cultura.
Su convicción se basa en los informes de los obispos durante las visitas «ad limina» y en las conclusiones del cuestionario sobre la increencia que preparó la asamblea plenaria de ese Consejo vaticano en marzo de 2004, a raíz de la correspondencia de intelectuales y hombres de Iglesia.
Estas conclusiones las ilustró el purpurado francés este martes en Río de Janeiro al inaugurar con una conferencia el segundo Encuentro de Miembros y Consultores Americanos del Consejo de la Cultura.
Las respuestas a las preguntas sobre el estado de la fe y la increencia, reveló el cardenal, «mostraban la disminución del ateísmo militante y teórico en la misma medida que crece una «aconfesionalidad» o una forma «light» de vida cristiana».
«Si en los años setenta y ochenta el secularismo se expresó en algunos jóvenes como: «Cristo sí, la Iglesia no»; hoy, una mentalidad invasora dice: «Dios quizá, religión sí». Pero Dios personal no, sino una energía impersonal, sensible, emotiva y confusa: sí».
Las sectas son el penúltimo eslabón de una cadena que termina en la indiferencia, y que, según Poupard, «inicia en la ausencia de una respuesta de parte de la experiencia religiosa al problema del sentido de la vida».
Este fenómeno, reconoció, se debe a «una búsqueda compulsiva de la trascendencia, con los ojos de la emotividad y el rechazo a cualquier autoridad que no se justifique afectivamente cercana».
Según el representante vaticano, «las sectas evidencian la necesidad de reconocer que muchos católicos no conocen el kerygma. El primer contacto con el anuncio de Cristo Salvador, con la gratuidad del amor y la trascendencia de Dios, desgraciadamente no lo recibieron de los ministros de la Iglesia que los bautizó».
«Muchos recibieron sólo imperativos, reglas, programas y compromisos de acción, pero ignoraban el anuncio de la Salvación con una fuerza convincente y un lenguaje concreto», constató.
«Pero, ¿qué desea el hombre y la mujer de América en su búsqueda de lo divino?», se preguntó.
Y respondió citando a Blaise Pascal: «el error no seduce jamás los espíritus sino por la parte de verdad que contiene».
«¿Por qué en el imaginario colectivo hablar con pasión de Jesucristo es considerado rasgo de las sectas, mientras que a la Iglesia se le observa con una seriedad inquisidora y burocrática, no obstante que nuestra pastoral en América sea de cercanía a los fieles?», siguió interrogándose.
«¿La existencia de la sectas puede ser ocasión de renovación pastoral?», insistió. «¿No será que se tiene hambre de un lenguaje que sea intensamente mistérico y concreto, ya en nuestra predicación, catequesis, y liturgia como en las actitudes de la vida comunitaria?»
«En campo católico existen los movimientos y nuevas comunidades eclesiales, ellos utilizan un lenguaje y una practica que saca del letargo o alejamiento a miles de católicos paralizados en si vida de fe», explicó.
«Su acento comunitario, su fuerte identidad y pertenencia, su deseo de permanecer en la comunión de fe, su despliegue pastoral, son una riqueza innegable», subrayó.
Según el cardenal, la cultura se transmite a través de categorías históricas, que «conscientemente o no, respondan al deseo de felicidad».
«Si no hablamos el lenguaje que el mundo entiende permaneceremos encerrados en un ghetto académico, si no reconocemos que el ser del hombre tiene una identidad metafísica precisa quedaremos a la deriva del ateísmo práctico nihilista», advirtió.
Pero ante «estos retos», aseguró, «no temamos». «La Belleza de Cristo nos hace capaces no sólo de expresarnos en el lenguaje de nuestros contemporáneos, sino de comunicar la vida indestructible que el hombre anhela».