CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 23 junio 2005 (ZENIT.org).- Para el secretario de la Santa Sede para las Relaciones con los Estados, «no hay dificultades insuperables» para el establecimiento de relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y China.
Lo ha afirmado a los micrófonos de «Radio Vaticano» este jueves el arzobispo Giovanni Lajolo, al regresar de un viaje por el sudeste asiático que del 11 al 22 de junio le ha llevado por Tailandia, Malasia, Singapur y Brunei.
El prelado, conocido como «ministro» vaticano de Asuntos Exteriores, ha explicado que la petición que hace la Santa Sede a los países asiáticos en general, «en la medida de lo posible», es «¡libertad!».
La Iglesia pide «la posibilidad de ofrecer los propios servicios a quienes más necesidad tienen y de ser aceptada como un sincero y amigable compañero en la peregrinación hacia un mundo más digno del hombre, creado a imagen de Dios», aclara.
Por lo que se refiere las perspectivas de reconocimiento recíproco entre la Santa Sede y China, monseñor Lajolo aclara: «Cuando se habla de reconocimiento de un país, ante todo hay que distinguir la realidad misma del país y de su gobierno, del establecimiento de relaciones diplomáticas».
«Es obvio que la Santa Sede reconoce el Estado chino, aunque no tiene relaciones diplomáticas con él. ¿Cómo sería posible no reconocer un Estado de 1.300 millones de habitantes, como es China, con su gran tradición de cultura, de arte, de poesía, de pensamiento, etc.», añade.
El arzobispo constata, por ejemplo, que en su viaje ha visitado a los ministros de Asuntos Exteriores de Malasia y Brunei, a pesar de que la Santa Sede no mantiene relaciones con esos países.
«El establecimiento de relaciones diplomáticas con China es una cuestión que está en examen desde hace tiempo –informa–. Desde mi punto de vista no hay dificultades insuperables. Ahora bien, hay que proceder con prudencia para verificar algunos presupuestos irrenunciables para una y otra parte».
Monseñor Lajolo se dice «seguro de que con buena voluntad y espíritu de amistad, que buscan ambas partes, se podrá llegar a buen fin».
Pekín rompió sus relaciones con la Santa Sede en 1951, expulsando al nuncio apostólico, el arzobispo Antonio Riberi. Para reanudar relaciones, China pone dos condiciones: que el Papa no interfiera en la situación religiosa del país (entre otras cosas, que no nombre a los obispos) y que renuncie a sus relaciones con Taiwán.