En el encuentro, organizado por la Comunidad de San Egidio y por la archidiócesis de Lyón, han participado altos exponentes de las religiones más representativas del planeta.
Llamamiento por la paz
Hombres y mujeres de religiones diferentes nos hemos encontrado en la antigua ciudad de Lyón para rezar, para dialogar, para hacer crecer un humanismo de paz. Rendimos homenaje a la memoria de Juan Pablo II, que ha sido un maestro de diálogo y un testigo tenaz de la santidad de la paz. Estamos convencidos de que, sin paz, este mundo se hace inhumano. Hemos escuchado el grito de todos los que sufren por la guerra y por el terrorismo. Nos hemos acercado, con atención, a nuestras tradiciones religiosas y hemos leído un mensaje de paz. Hemos rezado por la paz en el mundo.
En nombre de la paz, nos dirigimos a las personas de nuestras religiones, a los hombres y mujeres de buena voluntad, a quien todavía cree que la violencia hace un mundo mejor. Y les decimos: ¡es tiempo de acabar con el uso de la violencia! La vida humana es sagrada. La violencia humilla a los hombres y la causa de quien la utiliza. El mundo está cansado de vivir en el miedo. Las religiones no quieren la violencia, la guerra, el terrorismo. ¡Lo decimos con fuerza a todos los hombres!
La paz es el nombre de Dios. Dios no quiere la eliminación del otro Dios tiene compasión por quien sufre bajo los golpes de la violencia, del terrorismo, de la guerra. Quien utiliza el nombre de Dios para afirmar un interés partidista o legitimar la violencia, envilece a la religión. No hay guerra que sea santa. La humanidad no se mejora con la violencia y con el terror.
Las religiones enseñan que la paz del corazón es decisiva. Dios la da a quien cree en Él. Nuestra firme esperanza es que la paz, don de Dios, se extienda a todos los hombres y las mujeres, abrace a todos los pueblos de la tierra, detenga las manos de los violentos y trastoque los designios del terror. Hemos rezado por esto en Lyón.
También hemos constatado que los dolores del mundo son muchos: la humanidad está todavía muy lejos de realizar esos objetivos del Milenio, que había adoptado para acabar con la pobreza, para garantizar el derecho a tratamientos, a la educación, al agua, a la seguridad de vida, a la libertad del hambre. ¡Esto es muy grave! Nuestro mundo permanece marcado por pobrezas desesperadas. Es una constatación dolorosa que manifestamos con grave preocupación a los responsables políticos. Nos hacemos intérpretes de la desesperación y de la necesidad de millones de pobres de la tierra. Pedimos una concentración de energías y recursos más grande para hacer menos pobre y más humano el mundo del siglo XXI.
La paz hace que sea más posible un mundo mejor. El camino de la paz es el diálogo. En vez de dejarnos indefensos, el diálogo protege; hace del extraño amigo; permite el trabajo en común para luchar contra la pobreza y todo mal.
En Lyón hemos vivido un diálogo franco, iluminado por el espíritu religioso de la oración. Hemos dialogado entre exponentes de varias comunidades religiosas y con los humanistas de nuestro tiempo. Han emergido las profundas diversidades entre religiones y culturas. El mundo, a pesar de estar globalizado, no es totalmente igual. Pero ha quedado claro que hay un destino único. Ha llegado la hora de trabajar juntos con valentía por un humanismo capaz de construir la paz entre los pueblos y los individuos. El objetivo no es la afirmación de uno o del otro, sino la realización de una civilización en la que vivimos juntos. El arte del diálogo es el camino paciente para construir esta civilización de la convivencia.
¡Que Dios conceda al mundo y a todo hombre y mujer el don maravillos de la paz!
Lyón, 13 de septiembre de 2005
[Traducción del francés realizada por Zenit]