NUEVA YORK, sábado, 18 febrero 2006 (ZENIT.org).- En ocasiones lo que cuenta son las cosas pequeñas y esto es especialmente verdad cuando se habla de armamento. Durante dos semanas, 9 a 20 de enero, las Naciones Unidas han estado revisando los progresos llevados a cabo para reducir el comercio de armas ligeras.
Las estimaciones de Naciones Unidas apuntan a que hay más de 600 millones de armas ligeras en circulación en el mundo. Provienen de diversas fuentes, incluyendo el tráfico ilegal, los excedentes de los conflictos, y el robo de arsenales del ejército y la policía.
La International Relations and Security Network, con sede en Zurich, en un informe publicado el 11 de enero, afirmaba que las armas ligeras son responsables de más de medio millón de muertes al año, incluyendo 300.000 en los conflictos armados y 200.000 más de homicidios y suicidios.
El encuentro de Naciones Unidas en Nueva York reunió a un comité preparatorio, que preparará una conferencia a gran escala sobre la cuestión de las armas ligeras, que tendrá lugar del 26 de junio al 7 de julio. Este último encuentro tendrá el incómodo título: «Conferencia de Naciones Unidas para examinar los Progresos Alcanzados en la Ejecución del Programa de Acción para prevenir, combatir y erradicar el Tráfico Ilícito de Armas Pequeñas y Ligeras en todos sus Aspectos».
El Programa de Acción fue adoptado unánimemente por los estados miembros de las Naciones Unidas en el 2001 y consistía esencialmente en desarrollar y reforzar las normas y medidas destinadas a coordinar los esfuerzos por contener el tráfico ilegal de armas pequeñas y ligeras.
Desde el 2001, los estados miembros de las Naciones Unidas han aprobado protocolos para coordinar la puesta en práctica. Las Naciones Unidas también crearon un organismo compuesto de 16 departamentos y agencias, el mecanismo para coordinar la acción sobre armas ligeras, para intercambiar información.
Abriendo el encuentro del comité el 9 de enero, Nobuyasu Abe, subsecretario general de Naciones Unidas para asuntos de desarme, declaró que se han hecho progresos significativos en la lucha contra la plaga de las armas ligeras ilegales. No obstante, según una nota de prensa oficial, añadió que estas armas son todavía un problema masivo – matan, mutilan y amenazan a los individuos todos los días, y desestabilizan estados y regiones y obstaculizan su desarrollo.
El representante de la Santa Sede ante las Naciones Unidas en Nueva York, Mons. Celestino Migliore, también habló al comité el 9 de enero. El proceso comenzado en el 2001, declaró, «está teniendo importantes repercusiones sobre la promoción del desarme, la paz y la reconstrucción tras los conflictos, la lucha contra el terrorismo, y el crimen organizado a gran y pequeña escala».
El representante del Vaticano invitó a las Naciones Unidas a que consideraran la posibilidad de negociar un instrumento de prohibición a nivel legal sobre el comercio internacional de armas, basado en los principios del derecho internacional, y en particular en la cuestión de los derechos humanos y la ley humanitaria.
Limitar el comercio
Lagunas en los controles
Un área que es necesario afrontar, según IANSA, es el control de las actividades de los traficantes de armas. Estos son los intermediarios que fijan o facilitan la transferencia de armas; normalmente trabajan con transportistas de armas, financieros y funcionarios del estado.
Pocos países, observaba IANSA, tienen leyes que regulen las actividades del tráfico de armas. Existen algunos marcos legales regionales, pero menos de 40 países tienen controles sobre los traficantes de armas en su propio país.
Cuando las actividades de un traficante se prohíben en un país, él simplemente traslada sus operaciones a otra nación. Parte del problema residen en el hecho de que un traficante no está cubierto por las leyes sobre exportación e importación de armas, porque las armas nunca entra en el país donde el traficante opera.
Un ejemplo de los problemas creados por esta actividad no regulada es el genocidio de Rwanda de 1994. Los investigadores descubrieron después la existencia de redes de tráfico que armaron a los autores de las masacres en la Región de los Grandes Lagos, violando las sanciones de Naciones Unidas.
El comercio de armas también afecta al desarrollo económico, creando y ayudando a perpetuar la pobreza. De hecho, 22 de los 34 países más pobres del mundo están inmersos o emergen de un conflicto armado, afirmaba IANSA. Y, según la FAO, la violencia armada es la principal causa del hambre.
IANSA citaba datos de la Organización Mundial de la Salud, que estima que por cada persona asesinada por un arma hay otras tres heridas. Y muchas de las víctimas son jóvenes, que deberían estar produciendo.
El alto coste de la violencia es claramente evidente en el caso de El Salvador. El conflicto ha causado una pedida de cerca de los 1.700 millones de dólares de 2003, el equivalente al 5% del producto interior bruto, y más de dos veces lo que el país gasta en salud y educación juntas.
Parte de la solución del problema de estos conflictos reside en dar a los ex combatientes una alternativa. Esto significa reintegrarlos nuevamente en las comunidades – no sólo quitarles las armas.
Esto a su vez, requiere alternativas realistas y económicamente viables para el licenciamiento, para prevenir una vuelta a las armas como un medio para ganarse la vida. También es importante prestar atención a las necesidades de los adolescentes, dirigiendo sus energías a los deportes, los programas educativos, el empleo y la preparación de
líderes.
En su discurso al encuentro del comité de Naciones Unidas, Mons. Migliore trató también la importancia de tratar los problemas subyacentes. Declaró que, junto con los acuerdos internacionales, la resolución de los problemas creados por los conflictos requiere la promoción de una «verdadera cultura de la paz y la vida entre todos los miembros de la sociedad».
En septiembre y octubre también habló en otros encuentros de Naciones Unidas sobre cuestiones de armas y desarme. El segundo discurso, el 3 de octubre, concluyó con la afirmación de que la humanidad merece «liberarse de la plaga de la autodestrucción». Una meta con un largo camino por delante.