ROMA, martes, 28 enero 2006 (ZENIT.org).- Bióloga molecular y profesora de Bioética en la Facultad de Medicina de la Universidad Católica del Sagrado Corazón (Roma), la doctora Anna Giuli ha publicado un volumen bajo el título «Inicio de la vida humana individual. Bases biológicas e implicaciones bioéticas» («Inizio della vita umana individuale. Basi biologiche e implicazioni bioetiche», Edizioni ARACNE).
Por la actualidad y el debate que el tema suscita en la sociedad –y las consecuencias que ya acarrea–, Zenit ha conversado con la especialista.
–¿Por qué se habla tanto de la «cuestión» de la vida humana prenatal?
–Dra. Giuli: La vida humana prenatal sigue siendo un tema crucial para nuestra sociedad llamada a confrontarse con los desafíos siempre nuevos de la ciencia y del progreso biotecnológico. La posibilidad de llevar a cabo precoces intervenciones terapéuticas y diagnósticos sobre el embrión y sobre el feto, la producción de embriones in vitro para la superación de la esterilidad o de riesgos genéticos, la utilización de embriones para obtener células estaminales para su empleo en el ámbito de la medicina regenerativa, la experimentación en embriones con fines de investigación o su clonación, son algunos de los mas discutidos filones biomédicos, que tienen como protagonista al individuo humano en las fases precoces de su desarrollo.
¿Quién es el embrión humano? ¿Es un sujeto, un objeto, un simple amasijo de células? ¿Qué valor tiene la vida humana precoz? ¿Es lícito manipularla al menos en los primeros estadios de su desarrollo? ¿Qué grado de tutela otorgarle? Estos son los interrogantes que van al centro del actual debate sobre el inicio de la vida humana; poder proporcionar una respuesta ampliamente compartida es fundamental por las relevantes implicaciones no sólo en terreno sanitario, sino para toda la sociedad y para el futuro mismo del hombre.
Estas cuestiones no sólo interpelan al biólogo, al experto en bioética o al legislador, sino a cada uno de nosotros, simples ciudadanos, llamados a expresarnos en materias delicadas y complejas, como sucedió el año pasado con el tema de la fecundación artificial [en Italia. Ndr] o como está ocurriendo en estos meses, con la experimentación sobre la píldora abortiva RU486. El amplio debate, frecuentemente desde tonos confusos, suscitado por estos temas, ha revelado la necesidad de una información cada vez más clara y objetiva para afrontar con conocimiento y conciencia crítica los nuevos retos éticos y sociales del progreso biotecnológico.
Resulta entonces importante aclarar ante todo la naturaleza biológica del ser humano y de sus orígenes, gracias a la aportación de los numerosos estudios embriológicos, genéticos y biomoleculares que en los últimos años han permitido descubrir los mecanismos más íntimos del desarrollo inicial del individuo humano.
–¿Qué se entiende por inicio de la vida humana «individual»?
–Dra. Giuli: Algunas corrientes de pensamiento afirman que la existencia de un individuo humano «verdadero» al que poder dar «nombre y apellidos» empieza en un momento sucesivo respecto a la concepción, y que hasta ese momento aquella «vida humana» no puede tener la dignidad, o bien el valor (y por lo tanto la tutela) de cualquier otra persona.
En biología cada individuo se identifica en el organismo cuya existencia coincide con su ciclo vital, esto es, «la extensión en el espacio y en el tiempo de la vida de una individualidad biológica». El origen de un organismo biológico coincide, por lo tanto, con el inicio de su ciclo vital: es la puesta en marcha de un ciclo vital independiente lo que define el inicio de una nueva existencia biológica individual que se desarrollará en el tiempo atravesando varias etapas hasta llegar a la madurez y después a la conclusión de su arco vital con la muerte.
Sobre la base de los datos científicos disponibles actualmente, es por lo tanto importante analizar la posibilidad de identificar el evento crítico que marca el inicio de un nuevo ciclo vital humano.
–¿Cuándo comienza la vida?
–Dra. Giuli: Un nuevo individuo biológico humano, original respecto a todos los ejemplares de su especie, inicia su ciclo vital en el momento de la penetración del espermatozoide en el ovocito. La fusión de los gametos masculino y femenino (llamada también singamia) marca el paso generacional, esto es, la transición entre los gametos –que pueden considerarse «un puente» entre las generaciones– y el organismo humano neo-formado. La fusión de los gametos representa un evento crítico de discontinuidad porque marca la constitución de una nueva individualidad biológica, cualitativamente diferente de los gametos que la han generado.
En particular, la entrada del espermatozoide en el ovocito provoca una serie de acontecimientos, estimables desde el punto de vista bioquímico, molecular y morfológico, que inducen la activación de una nueva célula –el embrión unicelular– y estimulan la primera cascada de señales del desarrollo embrionario; entre las muchas actividades de esta nueva célula, las más importantes son la organización y la activación del nuevo genoma, que ocurre gracias a la actividad coordinada de los elementos moleculares de origen materno y paterno (fase pronuclear).
El nuevo genoma está, por lo tanto, ya activo en el estadio pronuclear asumiendo de inmediato el control del desarrollo embrionario; ya en el estadio de una sola célula (zigoto) se empieza a establecer cómo sucederá el desarrollo sucesivo del embrión y la primera división del zigoto influye en el destino de cada una de las dos células que se formarán; una célula dará origen a la región de la masa celular interna o embrioblasto (de donde derivarán los tejidos del embrión) y la otra al trofoblasto (de donde derivarán los tejidos involucrados en la nutrición del embrión y del feto). La primera división del zigoto influye, por lo tato, en el destino de cada célula y, en definitiva, de todos los tejidos del cuerpo. Estas evidencias aclaran que no es posible dejar espacio a la idea de que los embriones precoces sean un «cúmulo indiferenciado de células».
Algunos fenómenos, como la posibilidad de formar los gemelos monozigóticos durante las primeras fases del desarrollo embrionario, no anulan la evidencia biológica de la individualidad establecida en la fusión de los gametos, en todo caso sacan a la luz la capacidad de compensación de eventuales daños o errores en el programa de evolución embrionaria. El embrión humano precoz es un sistema armónico en el que todas las partes potencialmente independientes funcionan juntas para formar un único organismo.
En conclusión, de los datos de la biología hasta hoy disponibles se evidencia que el zigoto o embrión unicelular se constituye como una nueva individualidad biológica ya en la fusión de los dos gametos, momento de ruptura entre la existencia de los gametos y la formación del nuevo individuo humano. Desde la formación del zigoto se asiste a un constante y gradual desarrollo del nuevo organismo humano que evolucionará en el espacio y en el tiempo siguiendo una orientación precisa bajo el control del nuevo genoma ya activo en el estadio pronuclear (fase precocísima del embrión unicelular).
–El progreso biotecnológico ha influido tanto en nuestro modo de pensar y en nuestros estilos de vida que frecuentemente se oye hablar de «tercera cultura» . ¿De qué se trata?
–Dra. Giuli: Algunos sociólogos han definido la cultura contemporánea como la «tercera cultura», en la cual tiene predominio la tecnología; entre los principios de esta nueva cultura fundamental está la idea de que no hay nada fuera del universo tangible, que el hombre es un organismo n
o cualitativamente diferente de cualquier otro animal –y por lo tanto reducido sólo a su realidad corpórea–.
En terreno científico se afirma que la ciencia y la tecnología son neutras: ya que la esencia de la ciencia es la objetividad, todo obstáculo al progreso científico es como una limitación a tal objetividad; como consecuencia no deben ponerse restricciones a la actividad científica y al progreso tecnológico. Se habla de «ciencia de lo posible», que considera justo y bueno todo lo que es técnicamente posible y que no acepta mensajes de orientación o de estímulo por parte de sistemas de pensamiento de orden antropológico o ético.
Si el hombre y toda la realidad biológica son fruto de una evolución ciega, no existen criterios según los cuales conformar la actuación, y toda realidad natural es sólo materia a disposición del hombre. Consecuentemente, todo lo que es posible se convierte en lícito y todo límite es un obstáculo que hay que superar. De ahí resulta un gran impulso a no contenerse por principios éticos, en otras palabras, por el sentido de responsabilidad. Una actitud que puede ser muy peligrosa.
Al crecimiento de las posibilidades de auto-manipulación del hombre, debería corresponderle un igual desarrollo de nuestra «fuerza moral» para permitirnos proteger y tutelar la libertad y dignidad propia y ajena.
–¿Por qué se dice que el embrión humano tiene dignidad propia?
–Dra. Giuli: En nuestra cultura está cambiando el sentir común respecto al ser humano, sobre todo en los momentos más emblemáticos y vulnerables de su existencia, induciendo una tendencia hacia un gradual «deshojamiento» del valor de la vida que cada vez va arraigando más en el tejido social y legislativo de la cultura occidental, históricamente cuna de los derechos humanos.
Según esta tradición cultural, como se afirma –entre otros sitios– en el Preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre de 1948, el ser humano es el valor del que se originan y hacia el cual se dirigen todos los derechos fundamentales; cualquier otro criterio de orden cultural, político, geográfico o ideológico resultaría reductivo y arbitrario. La pertenencia a la especie humana es el elemento suficiente para atribuir a cada uno su dignidad.
La tradición cultural de los derechos humanos ha tenido, además, una profunda incidencia en la reflexión biomédica contribuyendo a la afirmación más vigorosa de los derechos del hombre también en medicina, a través de la elaboración de los códigos de deontología médico-profesional y del desarrollo de los derechos del enfermo para asegurarle la autonomía y evitar abusos indebidos. Es entonces oportuno no desconocer esta tradición y valorar sus lógicas consecuencias respecto al tema del inicio de la vida humana en ámbito biomédico.
El embrión humano precoz es un individuo en acto con la identidad propia de la especie humana a la que pertenece, y consecuentemente deben ser reconocidos sus derechos de sujeto humano y su vida debe ser plenamente respetada y protegida.