WASHINGTON, viernes, 7 abril 2006 (ZENIT.org–El Observador).- Un relajado presidente George W. Bush se encontró con numerosos representantes de la Iglesia católica en los Estados Unidos este viernes en el tradicional desayuno nacional de oración que se organiza todos los años.
En alusión a su propia confesión religiosa, el presidente Bush inició su participación dándo las gracias a los cardenales, en especial al cardenal Theodor D. McCarrick, arzobispo de Washington y al cardenal Bevilacqua, «por haber invitado un metodista».
Acompañado por miembros de su familia, de su gabinete, senadores y diputados, George W. Bush subrayó que «necesitamos un camino de esperanza para nuestro mundo» y que este tiempo es propicio «para que más personas puedan pedir, en libertad, que Dios interceda por todos nosotros».
«También es un tiempo de retos», dijo el presidente Bush. «En algunos de los países más avanzados del mundo, algunas personas han dejado de creer que el deseo de libertad es universal; algunos creen que ya no se puede distinguir entre lo correcto y lo equivocado: la Iglesia católica refuta esa visión pesimista de la naturaleza humana y ofrece una visión de la libertad y de la dignidad humanas enraizadas en las mismas verdades que los fundadores de Estados Unidos», aseguró el mandatario.
Tras hacer una serie de asociaciones entre el espíritu de libertad, que procede del Creador, y la evolución del pueblo norteamericano, el presidente Bush aseveró que «en la última parte del siglo XX pudimos observar la imagen de la libertad en las manos de un sacerdote que provenía de Polonia: cuando el Papa Juan Pablo II ascendía a la cátedra de Pedro, el Muro de Berlín estaba en pie; su Polonia nativa estaba ocupada por el poder del comunismo y la división de Europa parecía ser una hendidura que atravesaba el continente».
«Muy pronto –dijo el presidente Bush– Juan Pablo II nos indicó «No tengáis miedo'» porque él sabía que un imperio construido en la mentira está condenado a fracasar. Recordándonos que libertad y dignidad humanas recaen en nuestra naturaleza, el Papa Juan Pablo II instauró una de las más grandes revoluciones libertarias que el mundo jamás haya conocido», remarcó el presidente de Estados Unidos.
Refiriéndose, más tarde, al sucesor de Juan Pablo II, Benedicto XVI, el presidente de la Unión Americana reconoció que también él piensa que «la medida de una sociedad libre se basa en cómo ésta defiende y trata a los más débiles y a los más vulnerables de sus miembros».
Aludió el presidente Bush a la homilía que el Papa Benedicto XVI pronunció en la Navidad pasada en la que el obispo de Roma dejó en claro que «el Salvador había venido como un niño indefenso y que el esplendor de la Navidad se reflejaba en los ojos de todos los niños, nacidos y no nacidos». Esta última aseveración provocó un largo aplauso entre los concurrentes a este desayuno anual de oración que lleva a cabo la Iglesia católica de Estados Unidos en Washington.
«En Estados Unidos –precisó Bush– estamos trabajando para fortalecer la cultura de la vida, a lo largo de los estados de la Unión y a través de iniciativas federales que expandan la protección de los no nacidos. Estas iniciativas reflejan el consenso de los ciudadanos que actúa por medio de sus representantes electos y vamos a continuar trabajando hasta que llegue el día en que cada niño sea bienvenido a la vida y protegido por la ley».
Tras agradecer a las organizaciones católicas estadounidenses su liderazgo en lo que llamó «nuestros ejércitos nacionales de compasión» y el papel que desempeñan en el servicio a los residentes y a los recién llegados, el presidente Bush se refirió al debate en el que se encuentra inmerso el Senado y la Casa de los Representantes de Estados Unidos sobre el tema de las reformas a las leyes migratorias de este país.
Precisó que es de vital importancia que el debate sea conducido en un tono civil y que él creía que «el ‘sueño americano’ está abierto a todos aquellos que trabajen duro y respeten la ley». «Así –subrayó George W. Bush– Estados Unidos no tendrá que elegir entre ser una sociedad compasiva y ser una sociedad de leyes».
Tras confirmar que el sistema migratorio de Estados Unidos debe cambiar, el presidente Bush se mostró confiado en que esto suceda; que las leyes protegerán las fronteras, respetarán el papel de la ley y harán imperar la decencia en Estados Unidos.
«Mientras los congresistas siguen en el debate –dijo Bush– no deben olvidar que nosotros somos una nación de inmigrantes y la inmigración nos ha ayudado a restaurar nuestra alma en bases firmes», concluyó el presidente Bush, coincidiendo con la postura de la Iglesia católica ante la reforma migratoria.