San Cristóbal de las Casas acoge con obediencia la decisión vaticana de no ordenar diáconos permanentes

Entrevista con su obispo, monseñor Felipe Arizmendi Esquivel

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SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, martes, 11 abril 2006 (ZENIT.orgEl Observador).- Para la diócesis de San Cristóbal de las Casas, en México, la decisión de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos de mantener la suspensión de la ordenación de diáconos permanentes ha sido dolorosa, pero la ha acogido con obediencia.

En esta entrevista, su obispo, monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, manifiesta públicamente su amor a la Iglesia y a ejercer su ministerio «con Pedro y bajo Pedro», por lo que espera que de esta situación surjan «los frutos de Dios».

En la diócesis hay 335 diáconos permanentes, todos indígenas, menos tres mestizos. Todos ellos están casados, menos uno.

–¿Cómo han acogido en la diócesis la decisión de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos de mantener la suspensión de la ordenación de diáconos permanentes?

–Monseñor Arizmendi Esquivel: Con dolor y tristeza. El sentimiento que predomina es que no se comprende la situación de esta Iglesia local, con su historia y sus necesidades concretas. El 75% de su población es indígena, de cinco etnias distintas, además de los mestizos. La diócesis se extiende en 37 mil kilómetros cuadrados, con muchas poblaciones dispersas y sin carreteras. El trabajo pastoral de los diáconos permanentes es de primera necesidad. Además de ellos, tenemos más de 8 mil catequistas, la mayoría para adultos y las comunidades, además de los que atienden a los niños. A algunos de estos catequistas los he facultado para bautizar y, ya con el permiso de la Santa Sede, también para presidir matrimonios en nombre de la Iglesia, en los lugares donde es muy raro que pueda llegar un sacerdote.

Sin embargo, el servicio de los diáconos, que reciben la fuerza del Espíritu por el sacramento del Orden, fortalece mucho más el crecimiento en la fe y en la caridad en las comunidades. Tenemos sólo 84 sacerdotes y 35 seminaristas, y no se prevé que en poco tiempo aumente considerablemente su número; por ello, la ordenación de nuevos diáconos es sentida como una verdadera necesidad pastoral.

Sin embargo, guiados por la fe y el amor a nuestra Iglesia católica, asumimos con obediencia eclesial la decisión de la Santa Sede, pues este es el camino de Jesús, quien «aprendió a obedecer padeciendo». Que el Espíritu del Señor nos conceda la fortaleza y la serenidad necesarias, y que el dolor de esta cruz produzca los frutos de Dios.

–La carta atribuye la decisión a la constatación de que «continúa estando latente en la Diócesis una ideología que promueve la implementación del proyecto de una Iglesia Autóctona». En las últimas décadas éste concepto de «Iglesia autóctona» ha dado lugar a interpretaciones divergentes. El decreto «Ad gentes» del Concilio Vaticano II plantea el objetivo misionero de hacer crecer «Iglesias autóctonas particulares en todo el mundo suficientemente organizadas y dotadas de energías propias y de madurez, las cuales, provistas convenientemente de su propia Jerarquía…, contribuyan al bien de toda la Iglesia» (No. 6). ¿Cuál es la diferencia entre la interpretación ideológica a la que se refiere la carta vaticana y el objetivo que presenta el Concilio?

–Monseñor Arizmendi Esquivel: Nuestro esfuerzo por llegar a ser una Iglesia «autóctona», es por fidelidad al Concilio, tal como allí se describe. Si en este empeño hubiere en la diócesis algo o mucho de «ideología», contraria al Magisterio de la Iglesia, es nuestra responsabilidad corregir lo necesario, con la prudencia que exige no arrancar el trigo, al querer eliminar la posible cizaña. Estoy convencido de que el Espíritu Santo impulsó, en el Concilio, la implementación de «Iglesias autóctonas particulares en todo el mundo», y no podemos renunciar a este proyecto, siempre y cuando lo entendamos correctamente, en comunión con la Iglesia universal, con Pedro y bajo Pedro. Caeríamos en una «ideología», si al intentar de implementar una Iglesia «autóctona», fuéramos por caminos de ser una Iglesia «autónoma». Esto nadie lo pretende. La diferencia es enorme. Como en cualquier Iglesia local, pero menos que en varias diócesis europeas, hay ciertamente problemas y cuestionamientos serios a la institución eclesiástica; pero al mismo tiempo doy testimonio de la entrega generosa y sacrificada de sacerdotes y religiosas, que, con su amor encarnado en este pueblo, demuestran su fe y su amor a Cristo y a su Iglesia, más allá de las dudas que hubiera sobre su ortodoxia. Su cercanía pastoral y su compromiso con los pobres, en particular con los indígenas, manifiestan su fidelidad al Evangelio.

–¿No cree que la decisión vaticana puede estar influenciada por peticiones de diáconos permanentes casados que quieren ser ordenados sacerdotes, precisamente con el objetivo de garantizar un clero indígena?

–Monseñor Arizmendi Esquivel: Este es uno de los temores más notables, y tiene su fundamento. Hago constar que muchos indígenas, podría decir que la mayoría, aprecian mucho el celibato de los sacerdotes. Es innegable, sin embargo, que se dan casos aislados, en quienes, desde fuera, se ha sembrado la expectativa de un sacerdocio uxorado. Es verdad que ha habido peticiones en ese sentido, no sólo por la carencia de sacerdotes célibes, sino también por la búsqueda de una inculturación de la Iglesia, que llevaría a pensar que el celibato sacerdotal es ajeno a las culturas indígenas. Esta idea está muy extendida en todo el mundo. Por otra parte, no desconocemos las excepciones que, desde el Papa Pablo VI, se han hecho en la Iglesia católica, ni las discusiones que, aún en el reciente Sínodo de Obispos, se hicieron sentir.

Con todo, yo no he alentado la esperanza de ordenar sacerdotes a diáconos casados. Estoy convencido de la bondad del celibato y sostengo que el Espíritu Santo ha guiado a la Iglesia al mantener este requisito para la ordenación presbiteral. Pero tengo el deber pastoral de escuchar las peticiones que, de cuando en cuando, hacen algunas comunidades, no los diáconos, de que éstos sean ordenados sacerdotes, y ayudarles a discernir las razones por las que la Iglesia sigue exigiendo el celibato.

Así lo refleja el No. 58 de nuestro Plan Diocesano de Pastoral: «Escuchar con atención la solicitud que están haciendo algunas comunidades para que diáconos indígenas casados puedan ser admitidos a la ordenación sacerdotal, y ayudarles a discernir su petición, iluminados por el Espíritu Santo y guiados por el Magisterio de la Iglesia universal, advirtiendo con toda claridad que no hay esperanzas de que la Iglesia cambie su práctica, que viene del Evangelio y de la tradición de muchos siglos, y seguirá admitiendo al sacerdocio sólo a hombres célibes».

Asumimos, en el mismo sentido, la Proposición 11 del susodicho Sínodo, que dijo: «Algunos (padres sinodales) han aludido a los «viri probati», pero esta hipótesis ha sido considerada como un camino que no se debe recorrer».

No aliento, pues, el sacerdocio casado. Sin embargo, con la prohibición temporal de ordenar nuevos diáconos permanentes, muchas comunidades están resintiendo el servicio que ellos pueden dar.

–¿Y cómo han respondido quienes se han preparado para ser candidatos al diaconado permanente?

–Monseñor Arizmendi Esquivel: Me ha admirado la respuesta de muchos diáconos y de candidatos al diaconado. Han dicho que lo importante no es el cargo, sino su disposición a seguir sirviendo en la Iglesia. Anhelan la ordenación, pues durante muchos años se han preparado a ella, pero no condicionan su servicio a recibirla. Aún más, en el reciente XVII Encuentro Diocesano de Diáconos, varios propusieron promover más las vocaciones sacerdotales y la oración por esta intención, preguntando cómo podríam
os apoyar a sus hijos para cursar estudios elementales medios, para poder entrar al Seminario, pues no hay esas posibilidades en sus pueblos. Si esto llega a cuajar, será un fruto precioso del momento de cruz que estamos pasando. Dios tiene sus caminos, que siempre pasan por la cruz. Yo les he alentado a seguirse formando, para dar un mejor servicio a sus comunidades, y dejar al Espíritu Santo, que conduce a su Iglesia, que nos manifieste su voluntad.

–¿Hay vocaciones al sacerdocio en su diócesis, en particular entre jóvenes indígenas? ¿Y a la vida consagrada?

–Monseñor Arizmendi Esquivel: Dios quiere necesitarnos para invitar a jóvenes a consagrarse totalmente a su Reino; por ello, hemos procurado incrementar la pastoral vocacional, que incluye como elemento esencial la oración. Dios nos está bendiciendo con un aumento lento, pero progresivo, de jóvenes que ingresan al seminario y a las diversas formas de vida consagrada. Hace seis años, había 16 seminaristas: 10 en el Menor y 6 en el Mayor. En este curso, hay 34: 9 en el Menor y 25 en el Mayor. De los 34 alumnos, 11 son indígenas. Y ya tenemos seis sacerdotes indígenas, nativos de la diócesis. Anhelo que, en unos cuatro o cinco años, podamos reabrir aquí el Seminario Mayor, que se cerró hace varios años. Sin embargo, deseamos que, como lo piden los documentos pontificios, la formación sea inculturada.

–Por muchos motivos, desde hace más de una década, su diócesis ha estado en varias ocasiones en el centro de la atención del mundo y de la Iglesia. ¿Cuáles son los motivos de esperanza que usted ve en San Cristóbal?

–Monseñor Arizmendi Esquivel: Siendo una diócesis mayoritariamente indígena y pobre, nuestra esperanza es la acción de Dios en los pobres. Su experiencia religiosa tan profunda, su sacrificio, su oración, sus ayunos, su devoción por la Palabra de Dios, la necesidad que sienten de los sacramentos, su vivencia comunitaria, su esperar contra toda esperanza, su amor a la Virgen María, nos demuestra, una vez más, que los misterios de Dios son acogidos por los pequeños. Esto explica que se haga tanto énfasis en la opción preferencial por los pobres, no sólo luchando por su vida digna y por su participación activa en la Iglesia y en la sociedad, sino también con la esperanza de que ellos sean cada día más los sujetos de la evangelización, los primeros evangelizadores de sus hermanos.

–El 1 de mayo se cumplirán seis años desde que usted tomó posesión de esa sede. ¿Qué ha sido lo más difícil para usted? ¿Y lo más bello?

–Monseñor Arizmendi Esquivel: Una de tantas cosas difíciles ha sido comprender el otro mundo cultural en que viven los diferentes pueblos indígenas de nuestra diócesis. Yo había sido párroco de una comunidad indígena, en mi diócesis de origen, y allí empecé a vislumbrar otro modo de ver las cosas y de vivir la fe. Aquí los pueblos indígenas conservan muy vivas sus tradiciones, sus culturas, empapadas todas ellas de religiosidad, y en algunos casos es difícil distinguir lo que no es acorde con el Evangelio, porque a veces condenamos algunas prácticas y costumbres como superstición, cuando son sólo otras formas culturales de relacionarse con Dios. El reto es inculturar el Evangelio y la Iglesia, no atropellar y condenar sin conocer. Es difícil comprender esta necesidad pastoral, si no se encarna uno en este pueblo; desde lejos, muchas cosas no se comprenden.

Entre muchas experiencias bellísimas, una es el cariño y la fe con que nos recibe nuestro pueblo, particularmente los indígenas. Para ellos, el obispo es su pastor, llámese como se llame, sea quien sea. Cuando estoy en las comunidades, con celebraciones tan profundas que duran varias horas y no se sienten, me olvido de otros problemas y mi servicio pastoral se hace más llevadero. Y con la fuerza que da la Eucaristía, con la oración y la solidaridad de muchos hermanos que nos apoyan, la cruz es más ligera.

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ZENIT Staff

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