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Jul 28, 2006 00:00
VALENCIA, viernes, 28 julio 2006 (ZENIT.org).- La oportunidad que ofrecen las vacaciones a la familia es el tema de la carta que esta semana ha escrito el arzobispo de Valencia, monseñor Agustín García-Gasco, anfitrión del reciente Encuentro Mundial de las Familias, que clausuró Benedicto XVI ante millón y medio de participantes.
El último número del semanario Paraula» (de esta archidiócesis española, www.archivalencia.org) recoge el texto de la misiva, que ofrecemos íntegramente.
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Las vacaciones, ocio en familia
La llegada de las vacaciones es una oportunidad para vivir de modo diferente al resto del año. A la luz de lo que ha supuesto el V Encuentro Mundial de las Familias podemos proponernos el período vacacional como la ocasión para practicar el ocio en familia. Nos hallamos ante un tiempo para experimentar la alegría de vivir los unos con los otros, de dedicarnos tiempo, de prolongar los paseos, las comidas, las sobremesas o las conversaciones disfrutando intensamente del encuentro personal.
Para vivir el ocio en familia es imprescindible gozar de paz interior, de paz personal y de paz familiar. En muchas ocasiones, nuestra sociedad incita a movilizar las pasiones de las personas para lograr tiranías de consumo que roban el equilibrio y la paz. Son excesivos los mensajes que invitan a pensar sólo en uno mismo, a acumular cada vez más, a buscar con desenfreno el lujo y la comodidad. Las imprudencias al volante son un azote de soberbia y egolatría que siembran de dolor a centenares de familias. Pido a todos una especial precaución en la grave responsabilidad que supone conducir y de la cual pueden depender las vidas de nuestra propia familia. El Catecismo nos enseña que detrás de cada exceso se esconde lo que la Iglesia llama «pecados capitales»: la soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza. Detectar estas dinámicas negativas de la personalidad ayuda a comenzar a superarlas.
La predicación del Evangelio ha procurado a los hombres y a las mujeres de los últimos dos milenios una nueva paz. Todos podemos disfrutar del equilibrio y la paz interior si estamos dispuestos a aceptar la misericordia de Dios y a practicar con los demás esa misma misericordia. Benedicto XVI ha anunciado con firmeza el papel insustituible que tiene la acogida de la misericordia de Dios para conseguir la verdadera paz en nuestro mundo.
El ocio en familia adquiere una dimensión nueva si se cultiva la acogida de la misericordia de Dios y si se expresa en la relación con los demás. Días de sosiego permiten considerar el misterio de amor que hay detrás de cada persona, de cada familia. El Dios que se ha revelado en Jesucristo es Uno y Trino, es una comunidad de vida y amor, es un torrente de misericordia para todos nosotros, los seres humanos, sus hijos. La pasión, muerte y resurrección de Jesús, su presencia en la Eucaristía, renueva el amor incondicional de Dios por los hombres y mujeres. Su amor nos salva antes que nos juzga. El amor de Dios nos acepta en nuestra debilidad y nos transforma, haciéndonos capaces de amar cada vez mejor.
Días de mayor tranquilidad permiten a los padres comunicar a sus hijos el misterio de amor que precede a sus personas y a su familia. Transmisión de la vida y transmisión de la fe van de la mano cuando sabemos reconocer en nuestras vidas la iniciativa amorosa de Dios, que deja su huella en cada persona. Dios ha amado a cada ser humano como es, desde toda la eternidad.
Muchas familias tienen que ajustar sus vacaciones al cuidado de sus abuelos o de sus miembros enfermos. Otras familias tienen que apoyar a los hijos que les quedan estudios para el verano. Otras experimentan penurias económicas y poca posibilidad de gastar en viajes. Otras tienen muy reciente el duelo por la pérdida de un ser querido. Otras tienen la dura prueba de un familiar cumpliendo condena. Todas estas circunstancias difíciles adquieren nueva luz si se ponen bajo el resplandor de la misericordia de Dios. Son oportunidades para crecer personalmente, para salir de la egolatría y disfrutar también con la compañía del que sufre.
El 17 de agosto de 2002, Juan Pablo II, en Polonia, consagró el mundo a la Misericordia Divina. Desde el comienzo de su pontificado estaba convencido de que su mensaje como Papa se concentraba en convencer a los hombres de nuestro tiempo de que su libertad, su inteligencia y su capacidad de amar llegan a su plenitud cuando evitan toda soberbia y se reconocen a la luz del amor de Dios. El V Encuentro Mundial de las Familias ha sido un ferviente testimonio de esta realidad.
Queridas familias: ¡que podáis disfrutar así de vuestro ocio en vacaciones!
Con mi bendición y afecto,
+ Agustín, arzobispo de Valencia