El superior de los jesuitas explica por qué ha convocado la Congregación General

Habla el padre Peter-Hans Kolvenbach, prepósito general de la Compañía de Jesús

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ROMA, viernes, 28 julio 2006 (ZENIT.org).- El padre Peter-Hans Kolvenbach, prepósito general de la Compañía de Jesús, convocó el pasado mes de febrero una congregación general en enero de 2008, en la que debería elegirse a su sucesor.

Se trató de un anuncio inesperado, pues se trata de un cargo vitalicio. La reunión de los representantes de los casi 20.000 jesuitas que hay en el mundo afrontará además otros asuntos importantes para la vida de la Compañía.

En esta entrevista que Zenit publica en vísperas de la festividad de San Ignacio de Loyola (31 de julio), fundador de los jesuitas, en la que se celebra el 450 aniversario de su fallecimiento en Roma, el padre Kolvenbach explica los motivos de esta decisión.

–¿Qué síntomas evidencian que ha llegado el momento de convocar una Congregación General?

–Padre Kolvenbach: San Ignacio no era partidario de que en la Compañía se convocaran Congregaciones Generales a plazo fijo. Pensaba que los preparativos necesarios para convocar una Congregación General y llamar a Roma un número alto de jesuitas de todo el mundo podía afectar el trabajo apostólico en el que estaban envueltos. Por tanto prescribió que sólo «por razones de mayor importancia», cuando los asuntos fuesen de tal envergadura que rebasasen la capacidad del gobierno ordinario de la Compañía para enfrentarse con ellos, debería convocarse una Congregación General. En realidad ha habido sólo 34 Congregaciones Generales en los 465 años de historia de la Compañía.

La Iglesia y la sociedad actual se enfrentan con problemas que requieren un examen atento y creativo. La globalización, la emigración, los desplazamientos masivos, el relativismo, la secularización y tantos otros son desafíos que en un grado u otro afectan a todos los países e imponen cambios importantes en nuestra planificación apostólica. La Congregación General es el instrumento a disposición de la Compañía para, con la gracia de Dios, encontrar el modo de servir a la Iglesia y al mundo.

A este motivo de gran importancia se añade otro de carácter personal: los muchos años que llevo a cargo del gobierno de la Compañía y la conveniencia de elegir mi sucesor.

San Ignacio veía razones válidas para prescribir que el cargo del Superior General fuese vitalicio. Y, ciertamente, no puede negarse que eso conlleva ciertas ventajas. Pero esa decisión de San Ignacio fue hecha en el siglo XVI cuando la expectativa de vida era mucho más corta que ahora. Ignacio murió a los 65 años (una edad más bien avanzada para la época) después de haber sido Superior General durante 15 años. Sus dos inmediatos sucesores (Diego Laínez y Francisco de Borja) murieron respectivamente a los 53 y 62 años de edad, después de un generalato que en ambos casos se redujo a siete años. En comparación con ellos, mi período de Superior General ha superado ya 22 años y, si Dios así lo quiere, en 2008 estaré a punto de cumplir 80 años de edad y 25 como Superior General. Son circunstancias que cuestionan legítimamente la conveniencia de poner punto final a un período tan largo.

— Ha habido altos y bajos en la relación entre la Compañía y el Papa: ¿por qué?

–Padre Kolvenbach: En el marco de una relación especial entre el Papa y la Compañía de Jesús (querida y profesada por ambas partes) es comprensible y humano que las circunstancias históricas influyan en el tenor de esa relación. Por otra parte, como decía tan afectuosamente Pablo VI en un discurso en el que no faltaban toques de atención a ciertas tendencias que él observaba en la Compañía, los jesuitas han estado siempre en las trincheras, en las encrucijadas donde se han debatido problemas que no siempre tienen una respuesta nítida. No es extraño que, en servicio de la Iglesia, algunos hayan abandonado la seguridad de las trincheras para lanzarse a pecho descubierto más allá de las demarcaciones ortodoxas en busca de nuevas respuestas a nuevos problemas. El caso del padre Mateo Ricci es esclarecedor. Conocedor profundo de la cultura y la mentalidad china se esforzó por mostrar que la reverencia a los antepasados no era un culto idolátrico como se decía en occidente sino una costumbre social y familiar que no contradecía la fe cristiana ni justificaba que se negara el bautismo a los que de eso modo recordaban a sus antepasados. Esta postura hizo caer sobre él críticas de otros religiosos y, finalmente, la condena de Roma. No hay duda de que eso cerró la puerta a muchos posibles conversos. Sólo en el siglo XX fue Ricci reconocido como un adelantado en la proclamación del evangelio y precursor de la inculturación en la labor misionera.

No todos los jesuitas que han sido llamados en causa por Roma pueden atribuirse la preparación y la nobleza de intenciones de Ricci, pero tampoco son pocos los que han servido a la Iglesia con una fidelidad y dedicación que no se han reconocido hasta mucho tiempo después. El padre Teilhard de Chardin es, quizá, uno de los casos más representativo..

–La vida espiritual de los jesuitas es una de sus preocupaciones, lógicamente, como prepósito general. ¿Será un tema a afrontar en la Congregación General y, si es así, en qué términos? </b>

–Padre Kolvenbach: Al examinar el estado de la Compañía en la reunión de todos los Superiores Mayores que tuvimos en Loyola en diciembre de 2005, llegamos a la conclusión de que la salud espiritual de los jesuitas era buena. El instrumento para medir la salud espiritual de los jesuitas ha sido siempre y permanece siéndolo, la consagración incondicional a la misión. Hoy como ayer es la profunda identificación personal con el Señor, el enviado del Padre, lo que caracteriza y define el modo de proceder en la Compañía. Pero, de todos modos, será un tema que la Congregación General afrontará porque es propio de los jesuitas no estar satisfechos con lo conseguido. Tenemos que servir al Señor en una sociedad en la que el pensamiento leve reina soberano y tiende a menoscabar un amor profundo a Jesucristo y una entrega incondicional a la misión. Por eso es un tema de perenne actualidad que sin duda la Congregación General querrá poner sobre la mesa, aunque es todavía muy pronto para aventurarse a especular acerca de la agenda de la Congregación..

–Hay muchas instituciones del mundo, especialmente universidades en Estados Unidos, llamadas jesuitas, pero donde la presencia de los jesuitas es reducida. ¿Han pensado en alguna solución?

–Padre Kolvenbach: Esta situación no ha surgido ahora. Ya lo hemos tratado antes y estamos de acuerdo en aceptar que esta coyuntura de una presencia reducida de jesuitas nos has llevado a descubrir nuevos caminos: la incorporación de los laicos y laicas a nuestras obras en consonancia con el espléndido surgir de la conciencia apostólica del pueblo de Dios, «signo de auténtica esperanza» como la ha llamado recientemente Benedicto XVI. Creemos que es una gracia de nuestro tiempo, inspirada por el Espíritu, el deseo de los laicos de tomar parte activa en la misión de la Iglesia de proclamar el Reino. La última Congregación General exhortó a los jesuitas a ser «hombres para los demás y hombres con los demás». Es verdad que la disminución de las vocaciones a la vida religiosa –y también a la Compañía- ha sido un estímulo para llevar a cabo esa cooperación con los laicos que ya la Congregación General de 1965 había urgido. Pero no se trata de paliar una carencia cuanto de abrirnos a una realidad apostólica latente en la Iglesia.

La «solución» sobre la cual Vd. pregunta es colaborar en nuestras obras con laicos y laicas que actúen bajo la inspiración ignaciana. De hecho ya hay un número de instituciones jesuitas en las que los puestos de responsabilidad están confiados a laicos y laicas. El número de jesuitas físicamente presentes en esas instituciones no es decisivo s
i contamos con hombres y mujeres imbuidos del espíritu ignaciano de servir a la Iglesia.

–¿Se estudiará alguna fórmula jurídica para integrar a los laicos y laicas en la Compañía de Jesús, durante la próxima Congregación?

–Padre Kolvenbach: La última Congregación General dio luz verde para que durante un decenio, en base experimental, las Provincias pudieran establecer grupos de asociados y asociadas unidos con un acuerdo contractual sin que eso suponga la integración en el cuerpo de la Compañía. De este modo queda a salvo lo específico de su vocación laical aun cuando tomen parte en el trabajo apostólico de los jesuitas. La experiencia de estos últimos años se someterá, sin duda, a discernimiento por parte de la Congregación General.

–Se está celebrando el Año Javeriano y Ignaciano. ¿Qué espera de estas celebraciones?

–Padre Kolvenbach: El deseo obvio es que al recordar los tres primeros compañeros ( no debe olvidarse el recuerdo del Beato Pedro Fabro al lado de Ignacio y Javier) los jesuitas revivan en sus vidas y en su apostolado los tres carismas que ellos encarnaron: encontrar a Dios y unirse a El mediante el trabajo para llevar todo a su plenitud como hizo Ignacio, proclamar apasionadamente el Evangelio como Javier y profundizar la vida espiritual como Fabro.

–La opción preferencial por los pobres, la justicia social, el diálogo interreligioso, los refugiados, el mundo de la cultura y la educación… son sólo algunas de las prioridades de la Compañía. ¿Hay algún campo nuevo en el que los jesuitas quieren implicarse?

–Padre Kolvenbach: El Papa nos ha recordado recientemente (el 22 de abril con motivo de la conmemoración del Jubileo S.J. 2006) lo que la Iglesia espera de la Compañía con especial énfasis en el campo de la filosofía y teología tradicionalmente cultivados por los jesuitas. Como preferencias «geográficas» nos sentimos llamados a contribuir de un modo especial a la evangelización de África y China. Pero será materia de reflexión por parte de la futura Congregación General para discernir si algunas de las coyunturas del mundo actual como la globalización, el diálogo cultural o el relativismo, por ejemplo, requieren un ajuste de nuestro empeño apostólico.

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ZENIT Staff

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