La Cristiada mexicana, 80 años después

Entrevista a monseñor Mario De Gasperín Gasperín, obispo de Querétaro

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QUERÉTARO, jueves, 17 agosto 2006 (ZENIT.orgEl Observador).-Hace 80 años, con la suspensión de cultos ordenada por los obispos mexicanos, ante el endurecimiento de las leyes en contra de la religión por parte del régimen de Plutarco Elías Calles, inició el movimiento denominado «la Cristiada», en el cual el pueblo católico de México se alzó en armas contra el gobierno federal para defender la fe.

Poco se ha escrito en la prensa nacional y extranjera sobre este acontecimiento, decisivo para la historia de México del siglo XX: cerca de 300 mil muertos, la mayoría de ellos civiles, y un número considerable de mártires dejó como secuela la «guerra cristera».

Para comprender mejor esos acontecimientos y sus consecuencias, ZenitEl Observador ha entrevistado al obispo de Querétaro, monseñor Mario de Gasperín Gasperín.

–¿Qué importancia tiene la fecha del 31 de julio de 1926, cuando se suspendieron los cultos y comenzó la «guerra cristera»?

–Monseñor de Gasperín: Recordar, y por qué no decir celebrar, los ochenta años del inicio de la «Cristiada» es algo que atañe de cerca al corazón de la fe católica en México. En tono de menosprecio fueron llamados «cristeros» los católicos que no soportan más la violación a sus derechos y a su dignidad y los reclamaron con fuerza y valentía.

–¿Llamar «cristeros» a los que pelearon por una ley justa y libertad religiosa era una burla, no es así?

–Monseñor de Gasperín: Cosa parecida había sucedido en los inicios de la fe con el nombre de «cristianos» para los seguidores de Cristo. La burla nuevamente se convirtió en gloria, pero se necesitó la perspicacia de un historiador extranjero, Jean Meyer (francés, nacionalizado mexicano y autor de una obra monumental sobre el movimiento), para ayudarnos a descubrir su valor y significado.

–¿Fue México un pueblo gobernado por un tirano de excepción como Plutarco Elías Calles?
–¿El siglo pasado pasará a la historia como lo llamó el historiador y fundador de la Comunidad de San Egidio, Andrea Riccardi, «el siglo de los mártires»?

–Monseñor de Gasperín: El Papa Benedicto, durante su visita al campo de concentración y exterminio de los judíos en Polonia, nos da la clave teológica de tal monstruosidad: «Con la aniquilación de ese pueblo, esos criminales violentos, querían matar a aquel Dios que llamó a Abraham, que hablando en el Sinaí estableció criterios (los diez mandamientos) para orientar a la humanidad, criterios que son válidos siempre… En realidad, con la destrucción de Israel querían, en último término, arrancar también la raíz en la que se basa la fe cristiana, sustituyéndola definitivamente con la fe hecha por sí misma, la fe en el dominio del hombre, del fuerte».

–¿No es demasiado estirar la liga comparar los campos de concentración nazi y el Bajío mexicano?

–Monseñor de Gasperín: Eso fue exactamente lo que sucedió aquí, en México. Un grupo de desquiciados por el poder –«criminales violentos», les llama el Papa– quiso ponerse en lugar de Dios porque le estorbaban sus mandamientos. El tirano comienza saqueando el templo y termina sentándose sobre el altar. La negación de Dios conlleva la destrucción del hombre. El pueblo creyente lo intuyó, lo percibió muy bien y por eso el grito de los «alzados» fue de vivas a Cristo Rey y a Santa María de Guadalupe, cimientos de su fe. Era grito de vida, de supervivencia, pues de la fe se ha nutrido siempre el pueblo católico mexicano. Con ese grito el dictador fue puesto en su lugar y el pueblo recobró su libertad.

–¿Cuál es la riqueza mayor de ese movimiento para los mexicanos?

–Monseñor de Gasperín: La flor más preciosa de este sacrificio doloroso fue el puñado de mártires quienes, sin participar en la violencia, la sufrieron y entregaron su vida orando por sus verdugos y ofreciendo su sangre por la paz y la reconciliación de los mexicanos.

–¿Alguna enseñanza para el México de hoy?

–Monseñor de Gasperín: Como la tentación de querer «ser como Dios» acecha al corazón humano de manera significativa en el campo del poder político como lo estamos viendo y padeciendo, no es remoto que también hoy, y a nombre de la misma democracia, veamos surgir pequeños o grandes dictadores que pretendan introducirse en el santuario y reclamar para sí honores divinos. Por eso, hechos como la «Cristiada» deben celebrarse para dar gracias y recordarse para que no se repitan.

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ZENIT Staff

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