La pastoral «integrada»
–Monseñor Gianni Macella, párroco de Albano: En los últimos años, en sintonía con el proyecto de la Conferencia episcopal italiana para el decenio 2000-2010, estamos tratando de realizar un proyecto de «pastoral integrada». Son muchas las dificultades. Vale la pena recordar al menos el hecho de que muchos de los sacerdotes estamos aún vinculados a una praxis pastoral poco misionera y que parecía consolidada, pues estaba unida a un contexto «de cristiandad» como suele decirse; por otra parte, muchas de las peticiones de numerosos fieles dan por supuesto que la parroquia es como una especie de «supermercado» de servicios sagrados. Por eso, Santidad, quisiera preguntarle: una pastoral «integrada» ¿es sólo cuestión de estrategia, o hay una razón más profunda por la que debemos seguir trabajando en este sentido?
BENEDICTO XVI: Confieso que con su pregunta he escuchado por primera vez la expresión «pastoral integrada». Me parece haber entendido su contenido: debemos tratar de integrar en un único camino pastoral tanto a los diversos agentes pastorales que existen hoy, como las diversas dimensiones del trabajo pastoral. Así, yo distinguiría las dimensiones de los sujetos del trabajo pastoral, y trataría de integrarlo todo en un único camino pastoral.
En su pregunta, usted ha dado a entender que existe un nivel que podríamos llamar «clásico» del trabajo en la parroquia para los fieles que han quedado —y tal vez aumentan— dando vida a la parroquia. Esta es la pastoral clásica, que siempre es importante. De ordinario distingo entre evangelización continuada —porque la fe continúa, la parroquia vive— y nueva evangelización, que trata de ser misionera, de ir más allá de los confines de los que ya son «fieles» y viven en la parroquia, o se benefician, tal vez también con una fe «reducida», de los servicios de la parroquia.
Me parece que en la parroquia tenemos tres compromisos fundamentales, que brotan de la esencia de la Iglesia y del ministerio sacerdotal. El primero es el servicio sacramental. El bautismo, su preparación y el esfuerzo por dar continuidad a los compromisos bautismales ya nos ponen en contacto también con los que no son demasiado creyentes. Podríamos decir que no es una actividad para conservar la cristiandad, sino un encuentro con personas que tal vez raramente van a la iglesia. El esfuerzo por preparar el bautismo, por abrir las almas de los padres, de los familiares, de los padrinos y las madrinas, a la realidad del bautismo ya puede y debe ser un compromiso misionero, que va más allá de los confines de las personas ya «fieles».
Al preparar el bautismo, tratemos de dar a entender que este sacramento es insertarse en la familia de Dios, que Dios vive y se preocupa de nosotros hasta el punto de que asumió nuestra carne e instituyó la Iglesia, que es su Cuerpo, en el que puede asumir de nuevo —por decirlo así— carne en nuestra sociedad. El bautismo es novedad de vida en el sentido de que, más allá del don de la vida biológica, necesitamos el don de un sentido para la vida que sea más fuerte que la muerte y que perdure aunque los padres un día desaparezcan. El don de la vida biológica sólo se justifica si podemos añadir la promesa de un sentido estable, de un futuro que, incluso en las crisis que se presentarán y que no podemos conocer, dará valor a la vida, de forma que valga la pena vivir, ser criaturas.
Creo que en la preparación de este sacramento, o hablando con los padres que no aprecian el bautismo, tenemos una situación misionera. Es un mensaje cristiano. Debemos hacernos intérpretes de la realidad que comienza con el bautismo. No conozco suficientemente bien el Ritual italiano. En el Ritual clásico, herencia de la Iglesia antigua, el bautismo comienza con la pregunta: «¿Qué pedís a la Iglesia de Dios?». Hoy, al menos en el Ritual alemán, se responde sencillamente: «El bautismo».
Esto no explicita suficientemente qué es lo que se debe desear. En el antiguo Ritual se decía: «la fe», es decir, una relación con Dios. Conocer a Dios. «Y ¿por qué pedís la fe?», continúa. «Porque queremos la vida eterna». Es decir, queremos una vida segura también en las crisis futuras, una vida que tenga sentido, que justifique el ser hombre.
En cualquier caso, yo creo que este diálogo se debe realizar con los padres ya antes del bautismo. Sólo para decir que el don del sacramento no es simplemente una «cosa», no es simplemente «cosificación», como dicen los franceses, sino que es una actividad misionera.
Luego viene la Confirmación, que conviene preparar en la edad en que las personas comienzan a tomar decisiones también con respecto a la fe. Ciertamente, no debemos transformar la Confirmación en una especie de «pelagianismo», como si en ella uno se hiciera católico por sí mismo, sino en una unión de don y respuesta.
Por último, la Eucaristía es la presencia permanente de Cristo en la celebración diaria de la santa misa. Como he dicho ya, es muy importante para el sacerdote, para su vida sacerdotal, como presencia real del don del Señor.
Ahora podemos mencionar el matrimonio: también este sacramento se presenta como una gran ocasión misionera, porque hoy, gracias a Dios, siguen queriendo casarse en la iglesia también muchos que no frecuentan demasiado la iglesia. Es una ocasión para ayudar a estos jóvenes a confrontarse con la realidad que es el matrimonio cristiano, el matrimonio sacramental. Me parece también una gran responsabilidad. Lo vemos en los procesos de nulidad y lo vemos sobre todo en el gran problema de los divorciados que se han vuelto a casar, que quieren recibir la Comunión y no entienden por qué no es posible. Probablemente, en el momento del «sí» ante el Señor no entendieron lo que implica ese «sí». Es unirse al «sí» de Cristo con nosotros. Es entrar en la fidelidad de Cristo y, por tanto, en el sacramento que es la Iglesia y así en el sacramento del matrimonio.
Por eso, la preparación para el matrimonio es una ocasión de suma importancia, tiene una dimensión misionera, para anunciar de nuevo en el sacramento del matrimonio el sacramento de Cristo, para comprender esta fidelidad y así hacer comprender luego el problema de los divorciados que se han vuelto a casar.
Este es el primer sector, el sector «clásico», de los sacramentos, que nos brinda la ocasión para encontrarnos con personas que no van todos los domingos a la iglesia y, por tanto, es una ocasión para realizar un anuncio realmente misionero, una «pastoral integrada». El segundo sector es el anuncio de la Palabra, con sus dos elementos esenciales: la homilía y la catequesis.
En el Sínodo de los obispos del año pasado los padres hablaron mucho de la homilía, poniendo de relieve cuán difícil es encontrar el «puente» entre la palabra del Nuevo Testamento, escrita hace dos mil años, y nuestro presente. La exégesis histórico-crítica a menudo no basta para ayudarnos en la preparación de la homilía. Lo constato yo mismo al tratar de preparar homilías que actualicen la palabra de Dios, o mejor, dado que la Palabra tiene una actualidad en sí misma, para hacer que la gente vea, perciba esta actualidad.
La exégesis histórico-crítica nos dice mucho acerca del pasado, acerca del momento en que nació la Palabra, acerca del significado que tuvo en el tiempo de los Apóstoles de Jesús, pero no siempre nos ayuda suficientemente a comprender que las palabras de Jesús, de los Apóstoles, y también del Antiguo Testamento, son espíritu y vida: en su palabra el Señor habla también hoy. Creo que debemos plantear a los teólogos el «desafío» —así lo hizo el Sínodo— de proseguir, de ayudar más a los párrocos a preparar las homilías, de hacer ver la presencia de la Palabra: el Señor habla conmigo hoy y no sólo en el pasado.
En estos últimos días he leído el proyecto de exhortación apostólica
postsinodal. He visto, con satisfacción, que se habla de este «desafío» de preparar modelos de homilías. Al final, la homilía la prepara el párroco en su contexto, porque habla a «su» parroquia. Pero necesita ayuda para comprender y para ayudar a entender este «presente» de la Palabra, que nunca es una palabra del pasado sino que tiene plena actualidad.
Por último, el tercer sector: la cáritas, la diakonía. Siempre somos responsables de los que sufren, de los enfermos, de los marginados, de los pobres. A través del retrato de vuestra diócesis veo que son muchos los que necesitan de vuestra diakonía y también esta es una ocasión siempre misionera. Así, me parece que la pastoral parroquial «clásica» se autotrasciende en los tres sectores y es una pastoral misionera.
Paso ahora al segundo aspecto de la pastoral, tanto con respecto a los agentes como al trabajo que es preciso realizar. El párroco no puede hacerlo todo. Es imposible. No puede ser un «solista»; no puede hacerlo todo; necesita la ayuda de otros agentes pastorales. Me parece que hoy, tanto en los Movimientos como en la Acción católica, en las nuevas comunidades que existen, contamos con agentes que deben ser colaboradores en la parroquia para una pastoral «integrada».
Para esta pastoral «integrada» hoy es importante que los otros agentes que hay no sólo sean activos, sino que además se integren en el trabajo de la parroquia. El párroco no debe actuar él solo; debe también delegar. Deben aprender a integrarse realmente en el trabajo común de la parroquia y, naturalmente, también en la autotrascendencia de la parroquia en dos sentidos: autotrascendencia en el sentido de que las parroquias colaboran en la diócesis, porque el obispo es su pastor común y ayuda a coordinar también sus compromisos; y autotrascendencia en el sentido de que trabajan para todos los hombres de este tiempo y tratan también de llevar el mensaje a los agnósticos, a las personas que están en fase de búsqueda.
Este es el tercer nivel, del que ya hablamos antes ampliamente. Me parece que las ocasiones señaladas nos dan la posibilidad de encontrarnos con los que no frecuentan la parroquia, los que no tienen fe o tienen poca fe, y decirles una palabra misionera. Sobre todo estos nuevos sujetos de la pastoral, y los laicos que viven en las profesiones de nuestro tiempo, deben llevar la palabra de Dios también a los ámbitos que para el párroco a menudo son inaccesibles.
Coordinados por el obispo, tratemos de coordinar estos diversos sectores de la pastoral, de activar a los diversos agentes y sujetos pastorales en el compromiso común: por una parte, ayudar a la fe de los creyentes, que es un gran tesoro; y, por otra, hacer que el anuncio de la fe llegue a todos los que buscan con corazón sincero una respuesta satisfactoria a sus interrogantes existenciales.
[Continuará… La primera parte de las preguntas y respuestas de este encuentro fue publicada este jueves.
Traducción distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2006 – Libreria Editrice Vaticana]