Los jóvenes
–Don Gualtiero Isacchi, responsable del servicio diocesano de pastoral juvenil: Los jóvenes son objeto de una atención especial por parte de nuestra diócesis. Las Jornadas mundiales los han puesto al descubierto: son muchos y entusiastas. Sin embargo, por lo general, nuestras parroquias no están adecuadamente preparadas para acogerlos; las comunidades parroquiales y los agentes pastorales no están suficientemente preparados para dialogar con ellos; los sacerdotes, comprometidos en las diversas tareas, no tienen el tiempo necesario para escucharlos. Sólo nos acordamos de ellos cuando resultan un problema o cuando los necesitamos para animar una celebración o una fiesta… ¿Cómo puede un sacerdote expresar hoy la opción preferencial por los jóvenes, a pesar de una agenda tan cargada? ¿Cómo podemos servir a los jóvenes a partir de sus valores, en vez de servirnos de ellos para «nuestras cosas»?
–BENEDICTO XVI: Ante todo, quisiera subrayar lo que usted ha dicho. Con motivo de las Jornadas mundiales de la juventud, y también en otras ocasiones, como recientemente en la Vigilia de Pentecostés, se pone de manifiesto que en la juventud hay un deseo, una búsqueda también de Dios. Los jóvenes quieren ver si Dios existe y qué les dice. Por tanto, tienen cierta disponibilidad, a pesar de todas las dificultades de hoy. También tienen entusiasmo. Por tanto, debemos hacer todo lo posible por mantener viva esta llama que se manifiesta en ocasiones como las Jornadas mundiales de la juventud.
¿Cómo hacerlo? Es nuestra pregunta común. Creo que precisamente aquí debería realizarse una «pastoral integrada», porque en realidad no todos los párrocos tienen la posibilidad de ocuparse suficientemente de la juventud. Por eso, se necesita una pastoral que trascienda los límites de la parroquia y que trascienda también los límites del trabajo del sacerdote. Una pastoral que implique también a muchos agentes.
Me parece que, bajo la coordinación del obispo, por una parte, se debe encontrar el modo de integrar a los jóvenes en la parroquia, a fin de que sean fermento de la vida parroquial; y, por otra, encontrar para estos jóvenes también la ayuda de agentes extra-parroquiales. Las dos cosas deben ir juntas. Es preciso sugerir a los jóvenes que, no sólo en la parroquia sino también en diversos contextos, deben integrarse en la vida de la diócesis, para luego volver a encontrarse en la parroquia. Por eso, hay que fomentar todas las iniciativas que vayan en este sentido.
Creo que es muy importante en la actualidad la experiencia del voluntariado. Es muy importante que a los jóvenes no sólo les quede la opción de las discotecas; hay que ofrecerles compromisos en los que vean que son necesarios, que pueden hacer algo bueno. Al sentir este impulso de hacer algo bueno por la humanidad, por alguien, por un grupo, los jóvenes sienten un estímulo a comprometerse y encuentran también la «pista» positiva de un compromiso, de una ética cristiana.
Me parece de gran importancia que los jóvenes tengan realmente compromisos cuya necesidad vean, que los guíen por el camino de un servicio positivo para prestar una ayuda inspirada en el amor de Cristo a los hombres, de forma que ellos mismos busquen las fuentes donde pueden encontrar fuerza y estímulo.
Otra experiencia son los grupos de oración, donde aprenden a escuchar la palabra de Dios, a comprender la palabra de Dios, precisamente en su contexto juvenil, a entrar en contacto con Dios. Esto quiere decir también aprender la forma común de oración, la liturgia, que tal vez en un primer momento les parezca bastante inaccesible. Aprenden que existe la palabra de Dios que nos busca, a pesar de toda la distancia de los tiempos, que nos habla hoy a nosotros. Nosotros llevamos al Señor el fruto de la tierra y de nuestro trabajo, y lo encontramos transformado en don de Dios.
Hablamos como hijos con el Padre y recibimos luego el don de él mismo. Recibimos la misión de ir por el mundo con el don de su presencia.
También serían útiles algunas clases de liturgia, a las que los jóvenes puedan asistir. Por otra parte, hacen falta ocasiones en que los jóvenes puedan mostrarse y presentarse. Aquí, en Albano, según he escuchado, se hizo una representación de la vida de san Francisco. Comprometerse en este sentido quiere decir entrar en la personalidad de san Francisco, de su tiempo, y así ensanchar la propia personalidad. Se trata sólo de un ejemplo, algo en apariencia bastante singular. Puede ser una educación para ensanchar la propia personalidad, para entrar en un contexto de tradición cristiana, para despertar la sed de conocer mejor la fuente donde bebió este santo, que no era sólo un ambientalista o un pacifista, sino sobre todo un hombre convertido.
Me ha complacido leer que el obispo de Asís, mons. Sorrentino, precisamente para salir al paso de este «abuso» de la figura de san Francisco, con ocasión del VIII centenario de su conversión convocó un «Año de conversión» para ver cuál es el verdadero «desafío». Tal vez todos podemos animar un poco a la juventud para que comprenda qué es la conversión, remitiéndonos a la figura de san Francisco, a fin de buscar un camino que ensanche la vida. Francisco al inicio era casi una especie de «playboy». Luego, cayó en la cuenta de que eso no era suficiente. Escuchó la voz del Señor: «Reconstruye mi casa». Poco a poco comprendió lo que quería decir «construir la casa del Señor».
Así pues, no tengo respuestas muy concretas, porque se trata de una misión donde encuentro ya a los jóvenes reunidos, gracias a Dios. Pero me parece que se deben aprovechar todas las oportunidades que se ofrecen hoy en los Movimientos, en las asociaciones, en el voluntariado, y en otras actividades juveniles.
También es necesario presentar la juventud a la parroquia, a fin de que vea quiénes son los jóvenes. Hace falta una pastoral vocacional. Todo debe coordinarlo el obispo. Me parece que, a través de la auténtica cooperación de los jóvenes que se forman, se encuentran agentes pastorales. Así, se puede abrir el camino de la conversión, la alegría de que Dios existe y se preocupa de nosotros, de que nosotros tenemos acceso a Dios y podemos ayudar a otros a «reconstruir su casa». Me parece que, en resumen, nuestra misión, a veces difícil, pero en último término muy hermosa consiste en «construir la casa de Dios» en el mundo actual.
Os agradezco vuestra atención y os pido disculpas por lo fragmentario de mis respuestas. Queremos colaborar juntos para que crezca la «casa de Dios» en nuestro tiempo, para que muchos jóvenes encuentren el camino del servicio al Señor.
[Las cuatro respuestas anteriores fueron publicadas por Zenit el 27, 26, 22 y el 21 de septiembre.
Traducción del original italiano distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2006 – Libreria Editrice Vaticana]