ROMA, jueves, 11 enero 2007 (ZENIT.org).- La Navidad en Malawi y el Año Nuevo en Zambia, para seguir viaje a Sudáfrica, Suazilandia y Mozambique. Con el Año Nuevo, se ha iniciado la última fase de la peregrinación de la Cruz de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) y del Icono de María en África.
Los símbolos de las JMJ, donados por Juan Pablo II a las nuevas generaciones, han recorrido a lo largo y a lo ancho el continente africano, acogidos en todas partes con gran entusiasmo, como signo de reconciliación en contextos a menudo difíciles.
Es el testimonio del Consejo Pontificio para los Laicos, el organismo de la Santa Sede que promueve la iniciativa, acompañándola en cada etapa.
Iniciada el 12 de abril en Senegal y continuada en Gambia, Guinea Bissau y Ghana, del 12 al 30 de junio la peregrinación se detuvo en Togo, en las sietes diócesis del país. Espiritualidad y recogimiento, en una situación política muy delicada en la que no falta la esperanza, como explicó monseñor Philippe Kpodzro, arzobispo de Lomé. El fruto más importante del evento, dijo el prelado, es que «Cristo se arraigue en nuestros corazones, en nuestras culturas, tradiciones, sociedad… para que los togoleños se reconozcan como hermanos y hermanas y puedan vivir en la concordia».
Un deseo compartido también por los obispos de Burkina Faso, donde la Cruz y el Icono se detuvieron del 30 de junio al 7 de agosto. Tras llegar a la parroquia de Cinkansé, los símbolos de la JMJ fueron llevado el 3 de julio a la capital Uagadugu, acogidos por una multitud festiva con vestidos tradicionales. En la tercera edición de la Jornada Nacional de la Juventud, del 4 al 6 de agosto, en la ciudad de Fada N’Gourma han participado miles de jóvenes también de los países limítrofes (Costa de Marfil, Malí, Níger y Togo). Los jóvenes reflexionaron sobre el tema «Joven católico, constructor de paz», con el compromiso de convertirse en constructores de paz, piedras vivas de una Iglesia-Familia, capaz de dar una respuesta a las tensiones sociales de los últimos años.
El 8 de agosto, la peregrinación prosiguió por Camerún, con centenares de jóvenes que esperaban bajo la lluvia, en el aeropuerto de Douala. Ante los problemas sociales y la expansión de las sectas en el país, los obispos cameruneses han aprovechado la ocasión para promover un programa intenso de catequesis itinerante de masas, para recordar que «Cristo es el único Redentor y que sólo El es salvación mediante la conversión». La Iglesia local, además, señaló a Nuestra Señora como modelo y fuente de consuelo.
El mismo espíritu caracterizó la etapa de Gabón, del 28 de agosto al 17 de septiembre, vivida bajo la invitación a aceptar la cruz como vía insustituible hacia la resurrección y fuente de vida y de salvación. El 7 de septiembre los organizadores quisieron llevar la Cruz y el Icono a la prisión de Libreville, traduciendo con este gesto la concreción de la cercanía de Cristo y de su Madre a los detenidos.
El 18 de septiembre, la peregrinación siguió por el Congo, donde el viaje fué difícil a causa del mal estado de las carreteras; la colaboración del Ejército, que puso a disposición un helicóptero, permitió a la Cruz y al Icono llegar a lugares a los que el «progreso» no ha llegado nunca. Y una vez más se verificó en todas partes una gran movilización de juventud, seguida de toda la comunidad eclesial. Hubo varios momentos de adoración, durante los que los jóvenes recibieron el sacramento de la reconciliación. Los ponentes hicieron notar que esta libertad soberana del don de Dios es muy diferente del modelo individualista propuesto por la sociedad actual, en que desaparece el proverbial sentido africano de la acogida al otro. En torno a la Cruz y al Icono, la comunidad eclesial se interrogó sobre la esencia de la verdadera felicidad del hombre: ser pobres de sí mismos para convertirse en don, oferta al prójimo.
Del Congo, los símbolos de la JMJ llegaron a Burundi, no sin dificultad: inicialmente esperados para el 9 de octubre, llegaron con quince días de retraso por problemas de transporte aéreo. Pero el 9 de octubre en Bujumbura se había ya reunido una gran multitud para la que se preveía como la más grande concentración eclesial del país. La peregrinación fue preparada con cuidado y seguida con gran atención también por los medios. Y el retraso no hizo otra cosa que aumentar la expectación. En Burundi, la guerra y sus efectos devastadores contribuyeron a lacerar un tejido social ya duramente probado. La peregrinación ofreció la oportunidad de reflexionar justo sobre «Paz y reconciliación», el tema no casual elegido por la Conferencia Episcopal. El 13 de octubre, en la ceremonia en honor de la Cruz y del Icono, en presencia de los más altos cargos del Estado, monseñor Evariste Ngoyagoye, obispo de Bujumbura, pronunció una petición de perdón por todos los males cometidos en el país. Este gesto abrió la vía a numerosas manifestaciones que han visto incluso a los cristianos de otras confesiones unirse a las celebraciones de los católicos para alabar al único Salvador, Jesús. Las palabras de monseñor Richard Gallagher, nuncio en Burundi, resumen bien el resultado de esta experiencia espiritual: «La visita de la Cruz ha hecho bien a la Iglesia Católica incluso respecto a las otras confesiones religiosas, que antes no consideraban ya a los católicos capaces de manifestar su fe de tal manera y en tal número. Se puede decir, sin exagerar, que en pocos días la Cruz ha renovado la fe de innumerables católicos y reforzado la seguridad de esta Iglesia como institución viva».
Especialmente significativa fue la etapa de Ruanda, que acogió la Cruz y el Icono durante tres semanas a partir del 2 de noviembre. En este país, trastocado por el genocidio de 1994, la invitación a la reconciliación fue todavía más impresionante. No por casualidad, una de las primeras etapas fue la procesión al memorial del genocidio de Kiziguru. Durante la celebración, se pidió a los jóvenes recordar a las tantas vidas inocentes caídas en esta trágica página de la historia de la humanidad, para encontrar el coraje de gritar: «¡Nunca más!». Un grito lacerante, lanzado con la fuerza y la pureza de las que son capaces los jóvenes, en un rito comunitario en el centro del cual la Cruz de Cristo se puso como potente signo de perdón. Los jóvenes quisieron contribuir al nacimiento del nuevo Ruanda también con acciones concretas, colaborando en la construcción de casas para las viudas del genocidio. Otra etapa fundamental de la peregrinación en Ruanda fue el V Foro Nacional de la Juventud (22-26 noviembre 2006), en el que participaron también numerosos jóvenes de la República Democrática del Congo y de Burundi. No ha pasado inadvertido el alcance profético de este encuentro, que ha visto convivir pacíficamente a chicos provenientes de una región martirizada por la plaga del odio y de las guerras étnicas. Se comprende el auspicio de monseñor Philippe Rukamba, obispo de di Butare: que este momento pueda revelarse un foco de paz y una escuela de fraternidad y de amor.
La peregrinación siguió su camino a Tanzania, con llegada el 28 de noviembre y a Malawi, donde la Cruz y el Icono fueron acogidos el tercer domingo de Adviento en la aldea de Mzuzu, en la diócesis de Mangochi. «A la llegada de la Cruz, las mujeres, como en las fiestas más grandes –relató el misionero padre Piergiorgio Gamba–, extendieron por tierra sus ‘chitenje’, las telas variopintas que visten cotidianamente: un grandísimo signo de respeto y veneración que nunca se hace a ninguna autoridad».
El 26 de diciembre, se trasladaron a Zambia, para proseguir luego a Botswana (3-4 enero), Sudáfrica (6-19 enero), Swazilandia (19-20 enero), Mozambique (21-25 enero), otra vez Sudáfrica (26 enero-1 febrero) y Madagascar (2-14 febrero), última etapa de la peregrinación por África. E
l 15 de febrero, la Cruz y el Icono partirán hacia Australia, en donde empezará un nuevo itinerario de fe en toda Oceanía.
Allí la cita es del 15 al 20 de julio de 2008 en Sidney: http://www.wyd2008.org/