BRUSELAS, miércoles, 24 enero 2007 (ZENIT.org).- En este mes de enero, los obispos de Bélgica han escrito una carta a sus sacerdotes. Lleva por título «Dios ha querido darnos un gran ánimo». Se trata de una carta de apoyo a su misión en tiempos difíciles que se remite a la virtud de la esperanza.
«Como sacerdotes, vivimos de hecho tiempos difíciles –dicen los obispos belgas–. Son demasiado numerosos los problemas para citarlos todos: secularización e indiferencia, tensiones incluso dentro de la Iglesia en cuanto al dogma y a la moral, disminución del número de sacerdotes, religiosos y religiosas, vocaciones en número limitado en nuestras regiones, la disgregación del voluntariado, la extinción del cristianismo sociológico y de una cultura cristiana homogénea. Incluso la figura del sacerdote está en plena mutación: teniendo una responsabilidad creciente en un territorio cada vez más amplio, el riesgo de encontrarse muy solo…».
Señalan los obispos que el trabajo pastoral se hace cada vez más difícil: «constamentemente el sacerdote debe construir puentes: entre ley y misericordia, teoría y práctica, exigencia y comprensión, entre conservadores y progresistas».
A esto se añade, indican los prelados belgas, que «las preguntas que se les hacen son cada vez más complicadas: problemas que antes no llegaban sino a la mesa del teólogo, sobre todo en moral, cada sacerdote se los encuentra casi cotidianamente».
Por último, señalan, «hay una fragilidad personal del sacerdote, su debilidad: ‘este tesoro, lo llevamos en vasijas de barro’, decía Pablo (2 Co 4,7)».
Los obispos recuerdan que un desánimo similar, una ‘depresión’ parecida tuvieron sin duda los discípulos. «¿Qué propone Jesús en este caso?», preguntan los obispos. «Jesús subraya las modalidades propias que rigen el Reino. Se diferencian de las que están en vigor en el mundo: en economía y en el universo financiero, en las previsiones y cálculos humanos» tales como «la eficiencia, la racionalidad, la productividad y el uso de medios que son clave para el éxito. Ningún lugar para la gratuidad, la prodigalidad».
Los obispos recuerdan que Jesús invita a mirar al sembrador, «conoce los problemas de su campo: piedras, senderos pisoteados, espinas y cardos. Pero sabe que la buena tierra, existe siempre: en toda circunstancia, en toda época y en cada corazón humano».
Según la lógica del Reino, los obispos invitan a considerar las diferentes dimensiones de la vida del sacerdote: radicalidad evangélica, disponibilidad a la oración y a las llamadas de la Iglesia, celibato por el Reino. A propósito de este último, añaden: «No cabe duda de que el celibato es difícil. Y en nuestra época puede ser más que antes. Los sacerdotes en efecto disponen menos del apoyo de una comunidad que les comprende y les protege; la promiscuidad es grande; medios y publicidad tienen una orientación bien distinta; la sociedad no protege la salud moral. Por esto la vida común con los colegas, o al menos su proximidad y su apoyo son indispensables, además de una vida intensa de oración y un amor personal a Cristo. Vivir en celibato requiere en efecto un intenso amor».
Los obispos recuerdan que una cierta forma de sufrimiento apostólico forma parte de la vida del discípulo de Cristo. Incluso si se actúa perfectamente, habrá resistencia y oposición. De ahí la importancia de conservar una clara identidad de su ministerio presbiteral.
«En nuestra época –dicen los obispos–, existe la tendencia a relacionar la identidad de alguien con lo que hace. Pero la identidad del sacerdote viene sobre todo de lo que es antes que de lo que hace. Los sacerdotes hacen a Cristo presente en el Iglesia».
Los obispos invitan a leer los signos de los tiempos propios de la época en la que vivimos.
Sobre la parroquia, dicen, se tiene la tendencia a creer que ha existido siempre. «Y de hecho –afirman- es muy antigua». Pero, se preguntan «¿es eterna?». «Durante los últimos decenios –añaden–, las condiciones de vida han sido seriamente modificadas. No se vive ya de manera sedentaria, desarrollándose en un mismo territorio. Existen redes más amplias; la proximidad física no es ya un factor determinante de la formación de una comunidad. Uno se puede desplazar y elegir. Es probable que el principio territorial no sea nunca abandonado totalmente, porque la gente vive siempre en alguna parte. Pero la forma concreta de las parroquias va a cambiar. Ampliación territorial de las comunidades y colaboración entre ellas se impondrán, aunque no sea nada más que por el numero más limitado de sacerdotes (y de laicos comprometidos). ¡No es posible asegurar todos los servicios, inmediatamente y siempre! Añadamos en fin que el fenómeno de la parroquia de elección se va a extender».
Otro de los signos de los tiempos que los obispos sugieren es una nueva clase de sacerdote: «El personaje del sacerdote y su acción pastoral van a modificarse también. Han pasado tantas cosas en el último medio siglo. Desde el principio del cristianismo existieron diferencias: Santiago era sedentario, residiendo en Jerusalén, Pedro hacía el recorrido de las comunidades de origen judío para quedarse finalmente en Roma, Pablo permanece siempre un misionero itinerante. Cada época, se puede decir, ha ‘modelado’ a sus sacerdotes de manera diferente y ha puesto a su disposición otros instrumentos pastorales».
El retrato del sacerdote del mañana nadie lo puede hoy trazar con certaza, dicen los obispos pero una cosa es segura: «tendrá gran flexibilidad». «El sacerdote del futuro será sin duda más itinerante que sedentario. Sin duda también deberá a menudo prescindir de la seguridad de una comunidad local cálida y a medida humana».
Otro de los signos que señalan los obispos es: vivir y trabajar juntos. «Cada día más, se afirma la necesidad de colaboración entre sacerdotes. Y no es sólo la consecuencia de la falta de sacerdotes. Es sobre todo por el aislamiento del ‘yo’ y el individualismo creciente. En razón de estos últimos, nuestros contemporáneos buscan más que antes comunidades pequeñas y cálidas. El apoyo de las grandes redes sociales ha desaparecido, pero se aspira a lazos más próximos. Será lo mismo para los sacerdotes», afirman los obispos.
Otro signo es: la pastoral de los sacramentos que es, según indican los firmantes de la carta, «a la vez la alegría y el tormento de muchos sacerdotes». «Ellos saben cómo este ministerio es precioso en la Iglesia: los sacramentos son los canales de la gracia confiados a sus manos. Pero al mismo tiempo a menudo son superados por el desnivel entre lo que ellos quieren ofrecer y lo que demandan los fieles. Ellos deben elegir entre laxismo y rigorismo. La una y la otra actitud testimonian indudablemente un anhelo pastoral legítimo: el de la seriedad de la práctica sacramental o el de saber que el sacramento está allí para la gente».
«¿Y para quellos que se encuentran a la puerta?», se preguntan los obispos. «Ahora que la época de la ‘civitas’ cristiana y del cristianismo sociológico ha pasado, que nuestra sociedad se ha convertido en una mezcla de puntos de vista religiosos, se impone la urgencia de una pastoral nueva, de la que no tenemos sino una experiencia sumaria: la evangelización de los semicreyentes y de los no creyentes. De una pastoral de mantenimiento, pasamos indudablemente a una pastoral misionera. Esta es nuestra preocupación mayor para los decenios que vienen».
El último signo que señalan los obispos es: la alegría del sacerdote. «Numerosos son los problemas que se presentan a los sacerdotes de hoy. Pero tenemos un motivo mayor para esperar y tener confianza: nuestra vocación. Tiene dos facetas, una objetiva y otra subjetiva. Pero las dos son hechos manifiestos, signos de Dios visibles y audibles sobre los que pode
mos construir. La vocación objetiva, es nuestra elección por la Iglesia así como la imposición de las manos y la oración del obispo (…) La vocación subjetiva son todos los signos que Dios nos dirige al corazón».
Los obispos concluyen su carta agradeciendo a los sacerdotes haber «permanecido fieles colaboradores de vuestros obispos en estos tiempos difíciles».