BOGOTÁ, martes, 27 marzo 2007 (ZENIT.org).- La Quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, que será inaugurada por Benedicto XVI en Aparecida (Brasil) el 13 de mayo, quiere ser una respuesta a la sed de Dios, explica su secretario general.
Y lo hará, aclara monseñor Andrés Stanovnik, OFMCap., obispo de Reconquista (Argentina), en esta entrevista concedida a Zenit, ayudando a los cristianos del continente de la esperanza a convertirse en «discípulos y misioneros de Jesucristo».
Monseñor Stanovnik es además secretario general del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM). Su nombramiento como secretario general de la cumbre del episcopado fue anunciado por el Papa el 12 de diciembre pasado.
La segunda parte de esta entrevista será publicada por Zenit el próximo miércoles.
–Empecemos por el tema de la Quinta Conferencia, «discípulos y misioneros de Jesucristo». ¿No es un tema algo abstracto?
–Monseñor Stanovnik: Es un tema muy concreto, porque se refiere al sujeto, es decir, a cada uno en particular y a todos juntos: discípulos misioneros y nuestros pueblos. Se trata de la persona concreta, que está llamada a construir su identidad en la experiencia del encuentro con la persona viva de Jesús. Y, por otra parte, están nuestros pueblos, hacia los cuales está orientada la misión de los discípulos misioneros para que tengan vida en Cristo. El Sínodo de América destacó esa experiencia fundamental del cristiano: el encuentro con Jesucristo vivo. Y de ese encuentro surge la misión.
La dinámica de las relaciones entre las personas responde a aspectos profundos de la naturaleza humana. Jesucristo, al asumirla y redimirla, le otorgó belleza y trascendencia. El auténtico encuentro humano lleva siempre a la apertura y a la misión. Por eso, el discípulo que se encuentra con Jesucristo se transforma en discípulo misionero. No puede existir un auténtico discípulo que no sea misionero, como tampoco puede madurar el ser humano sino se abre a los demás. El creyente experimenta que su condición humana se transforma y enriquece por el encuentro con Jesucristo vivo. El tema de Aparecida es una invitación a vivir la experiencia de ese encuentro y abrirse a la misión.
El Santo Padre Benedicto XVI nos ha entregado el tema de la Quinta Conferencia. La primera parte del tema dice: «Discípulos y misioneros de Jesucristo». Es un fuerte llamado a las Iglesias que peregrinan por América Latina y el Caribe a encontrarse más intensamente con Jesucristo. La Iglesia, esposa de Cristo, está llamada, a través del acontecimiento de la Quinta Conferencia, a encontrarse más con Él. En ese sentido, el encuentro de Aparecida es un nuevo impulso del Espíritu Santo a la Iglesia, para se encuentre más con su Señor y, transformada por Él, sea más misionera. La Iglesia no puede ser misionera si no es discípula, si no renueva constantemente la actitud de ponerse como discípula ante su Señor y Maestro. Para que los discípulos y discípulas sean verdaderos misioneros, deben volver siempre a los pies del Maestro, para estar con él, aprender de él, y entrar en profunda amistad y comunión de vida con él.
La misión se destaca en la frase siguiente del tema de Aparecida: «para que nuestros pueblos en él tengan vida». Esta frase expresa la finalidad de la Iglesia: ella existe para la misión. Por eso, todo discípulo y discípula en la Iglesia está llamado a ser misionero. De allí también que el motivo que reúne a los obispos en la Quinta Conferencia, es la evangelización del continente en tiempo actual.
Podemos recordar también que la Quinta Conferencia está en continuidad temática con las cuatro Conferencias anteriores. La anterior, que se celebró en Santo Domingo [1992, ndr.], colocó un acento fuerte en la persona de Jesucristo vivo y se preguntó cómo comunicarlo a las diversas culturas de nuestros pueblos. En ese sentido, la próxima Conferencia se pregunta sobre la identidad y misión del sujeto que se encuentra con Jesucristo, colocando el énfasis en la misión: «para que tengan vida en Cristo». Este sujeto, discípulo y misionero, que cultiva su identidad y misión en amistad y comunión con Jesucristo, celebra y madura su vocación en la comunidad eclesial, comunidad de discípulos y discípulas, cuya acción está orientada hacia la misión para la vida de nuestros pueblos.
–En una sociedad que a menudo se caracteriza por el culto del objeto, de lo material, donde la solidaridad muchas veces no es un valor y la antropología cristiana es rechazada en los debates como algo que debe circunscribirse al ámbito religioso, hablar de identidad del cristiano se convierte en todo un reto para esta Quinta Conferencia. ¿Qué opina?
–Monseñor Stanovnik: Este tiempo de profundos cambios, muchos lo llaman cambio de época, que nos envuelve y afecta a todos, exige estar atento a las identidades. Es un fuerte reto a la identidad, vocación y misión de la Iglesia y de cada católico. Hoy necesitamos responder, con nuevos lenguajes y sin perder la memoria, qué entendemos por ser humano y por comunidad humana. Hay quienes sostienen que la persona debe liberarse de su memoria cultural y religiosa, para inventarse a sí mismo de sus propias fantasías. A lo sumo, la expresión religiosa podría tolerarse en el ámbito de lo privado y subjetivo, sin ninguna incidencia en las estructuras de la sociedad. Ese modo de pensar es muy antiguo y seductor, al que la mente y el corazón del hombre fácilmente sucumbe. Para ello, baste recordar aquellas geniales primeras páginas del Génesis que narran el drama del hombre cuando quiere construir su vida sin Dios: se curva sobre sí mismo y desencadena consecuencias desastrosas para sí y para los demás. Esto afecta gravemente la identidad del varón y de la mujer, y deshace el fundamento de la familia. Los afecta seriamente porque se proponen hacer una cosa distinta de la que Dios ha pensado para ellos. Esta desobediencia se llama pecado, que consiste en la pretensión de hacerse a sí mismo a su propio gusto y medida. Esta desobediencia adquiere hoy formas culturales muy agresivas.
Entonces, ¿cuál es la respuesta que debe dar el cristiano en los tiempos que corren? ¿Desde dónde construye su vida? ¿Con qué criterios la construye? La Iglesia nos invita a renovar la relación personal con Jesucristo, vivo en su Palabra, en la Eucaristía, en la Iglesia, en los hermanos y hermanas. Que lo hagamos como discípulos misioneros de Jesucristo, que nos hizo amigos y amigas suyos, en quien nos descubrimos comunidad, pueblo de Dios, Cuerpo suyo, y con quien caminamos en esperanza hacia la plenitud del Amor al final de los tiempos.
La historia humana, vivida en amistad con Jesús, no se inventa a cada paso, sino que se recibe como memoria viva, no como un «recuerdo del pasado» para repetirlo mecánicamente, sino como una invitación a construirla en amistad fiel con Jesucristo y con su Iglesia, impulsados por la maravillosa creatividad que obra el Espíritu Santo. Entonces, repensar nuestra vocación y misión con el tema que nos regaló el Santo Padre, «Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él tengan vida» es una invitación a estar más con Él, que es nuestro Camino, nuestra Verdad y nuestra Vida. Porque con Él aprendemos quiénes somos y cuál es nuestra misión. El acontecimiento de Aparecida es un nuevo impulso que da el Espíritu a la Iglesia, para que se convierta más a su Señor, se alegre redescubriéndose amada por Él, y se comprometa a reflejarlo con más transparencia en sus gestos y en sus palabras.
–El discípulo nace del encuentro personal con Jesucristo. ¿Cómo promover el encuentro verdadero con Cristo y ofrecer instrumentos para formar discípulos?
–Monseñor Stanovnik: Es una de las grandes preguntas que quiere responder la Conferencia de Aparecida. Hoy necesitamos
encontrar respuestas nuevas a situaciones nuevas. La Quinta Conferencia responde a una necesidad actual de escuchar lo que el Espíritu dice hoy a la Iglesia. Ella siente necesidad de escuchar a su Señor con disposición de discípula, de hacerse cada vez más discípula suya, y aprender a caminar con Él en la experiencia de la misión. La Quinta Conferencia refleja la necesidad que sentimos los pastores de reunirnos para escuchar juntos, en actitud de discípulos, al Señor y Maestro, quien nos ha hecho sus hermanos y amigos, para que con él encontremos las respuestas pastorales adecuadas al tiempo presente.
Todos necesitamos que este encuentro con Jesús transforme nuestra mente, cambie nuestros sentimientos para hacernos más parecidos a Él y enviarnos a la misión. Los católicos tenemos un mensaje bellísimo en la persona de Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, como respuesta a los grandes retos del momento que nos toca vivir. El asunto es cómo lo vivimos, cómo lo comunicamos, y hasta dónde llega la radicalidad, coherencia y transparencia de nuestro testimonio.
Todos necesitamos de conversión, obispos, sacerdotes, diáconos, seminaristas, religiosas y religiosos, laicas y laicos; dejar que el Espíritu Santo nos reconcilie con Dios, y nos convierta en verdaderos discípulos y discípulas del Señor Jesucristo. En particular, quisiera destacar la importancia que tiene hoy el testimonio y compromiso de los cristianos laicos en la tarea de hacer que este mundo sea más conforme al querer de Dios. Para ellos, el mundo más inmediato es la familia, el trabajo, el barrio, la educación, las estructuras sociales y económicas, la política, el arte, la cultura, los medios de comunicación, etc. Éste es el campo propio del compromiso laical.
Tenemos la idea de que el laico comprometido es aquel que desempeña con dedicación y eficiencia algún ministerio en la comunidad. Este compromiso es muy importante y muy valioso en la Iglesia, pero no es el primero. El primero es trabajar para que el Reino de Dios crezca en medio de las realidades de la vida, de las actividades cotidianas y de las estructuras de la convivencia humana. Los laicos y laicas están llamados vivamente, junto con todos los miembros del Pueblo de Dios, a ser discípulos y discípulas de Jesucristo, para que nuestros pueblos en él tengan vida, comprometiéndose decididamente en todas las instancias sociales, políticas y culturales, y aportar allí la riqueza y belleza de los valores cristianos: el valor de toda vida humana, en particular el cuidado, la promoción y la defensa de la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural, igualmente de la vida amenazada por pobrezas de diverso género, la dignidad de las personas, el valor de la familia, el compromiso solidario y la amistad social, el diálogo respetuoso con los que piensan diferente, y el cuidado del medio ambiente. El espacio de lo público es el campo propio de los cristianos y cristianas laicos.
–El Papa ha demostrado preocupación ante la pérdida del sentido de Dios en la vida concreta de las personas, que, por un lado, demostraría una supuesta libertad, pero por otro lado revela desorientación y pérdida del sentido de la vida. La Iglesia quiere promover el encuentro personal y verdadero con Jesucristo, pero cada vez se percibe con más claridad esa pérdida de sentido de Dios en la vida concreta. ¿Cómo pretende la Quinta Conferencia afrontar esta contradicción?
–Monseñor Stanovnik: Es una situación muy compleja. En América Latina hay dos fenómenos que se dan simultáneamente. Uno es ése: la pérdida del sentido de Dios, provocada, entre otros factores, por una concepción deformada de la libertad, que considera la religión como un obstáculo para la libertad y el progreso de las ciencias, como un elemento que somete y oscurece la razón, no permitiéndole desplegar toda su autonomía y potencialidad. El ser humano, una vez liberado la religión, alcanzará la madurez para decidir sobre su vida sin tener que rendir cuenta a nadie. Este modo de pensar se difunde ampliamente a través de poderosos medios de comunicación, y son bandera de lucha para grupos culturales muy organizados, que se caracterizan por un pensamiento relativista y por una concepción materialista de la vida.
Se da también el fenómeno contrario. Hay un aumento de sed de Dios en la gente. Pero con frecuencia esa sed se manifiesta de un modo muy difuso. Esta necesidad de Dios, que es natural e innata al ser humano, suele valorarse por el impacto emocional que produce. Se percibe una tendencia a vivir la religiosidad en el ámbito de lo privado, sin mayor incidencia en la vida social. Se concibe la religión como una práctica privada que debe permanecer al margen de todo espacio público. Las políticas que promueven este modo de pensar empobrecen la vida de las personas y poco a poco despojan de valores esenciales a la comunidad nacional. Un pueblo que pierde su visión trascendente de la vida, compromete seriamente su destino como nación.
Todo encuentro entre seres humanos, que de verdad sea auténtico y profundo, y al mismo tiempo abierto generosamente a los intereses de la comunidad y al bien común, genera cultura y valores, que luego conforman las estructuras de convivencia social. De manera semejante, un verdadero encuentro con Jesucristo siempre abre a la comunidad y a la misión. Por eso, la autenticidad de la experiencia de fe se mide por dos cosas: la inserción en la comunidad eclesial y por el compromiso en la misión. La Quinta Conferencia es un reto muy importante para todos: laicos y laicas, religiosas y religiosos, sacerdotes y obispos, a vivir con mayor autenticidad como discípulos de Jesucristo, personal y comunitariamente, abiertos al soplo del Espíritu que impulsa a la misión, conforme a la vocación de cada uno.
–En este fenómeno de sed de Dios percibido hoy día, promover espacios de contacto con el sagrado pasa a ser algo fundamental. En este sentido, ¿destacarán los obispos la importancia del esmero y cuidado en la liturgia, especialmente la centralidad de la eucaristía?
–Monseñor Stanovnik: Podríamos caracterizar la sed de Dios en dos dimensiones: una vertical y otra horizontal. Ambas se complementan y tienen que ser cultivadas con el mismo esmero. La relación vertical expresa la relación con Dios, fundamento de la relación horizontal, que expresa la relación con los demás. La primera carta de San Juan es clarísima al respecto: quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve.
Mediante la liturgia, la comunidad expresa su relación con Dios, en esa dimensión por así decir, vertical. El espacio sagrado es un elemento fundamental para que la comunidad pueda expresar en un lugar y en un tiempo determinado su relación con Dios. En ese sentido, tanto el lugar como el tiempo son sagrados, tienen un significado trascendente, como lo tiene también la comunidad que se reúne para celebrar, por eso la llamamos Iglesia, Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo. El momento más bello y culminante, donde el lugar, el tiempo y la comunidad manifiestan el máximo de intensidad de lo sagrado, es la Santa Misa. De ella vivimos los creyentes, allí encontramos la fuente, reconocemos el centro y celebramos la cumbre de nuestra vida cristiana.
La acción litúrgica por excelencia es la Santa Misa. Es una acción que realizamos con Cristo y en el Espíritu Santo, para dirigirnos al Padre. No es algo que nosotros «fabricamos», una acción, por así decir, sólo de la comunidad que se reúne y «hace algo especial», una acción ritual, para comunicarse con Dios. La Eucaristía es memorial, y la hemos recibido del Señor, «hagan esto en memoria mía». La expresión más bella y concentrada para comprender la esencia y el sentido de lo que «estamos haciendo» cuando celebramos la Misa, la encontramos en las palabras «Por él, con él y en él…». En la celebración eucarística, el discípulo misionero de Jesucristo se encuentra en comunidad
y por él, con él y en él, en la unidad del Espíritu Santo, da gracias al Padre. Es una acción realizada en comunión y no puede estar librada a la iniciativa individual.
Toda expresión comunitaria que va madurando adquiere un carácter institucional. El punto de equilibrio, que mantiene viva la expresión comunitaria, está en lograr una adecuada armonía entre la norma y la espontaneidad, entre fidelidad y creatividad. Por eso, en la liturgia no se puede hacer lo que uno quiere, o lo que le parece más original y llamativo. Por cierto que la liturgia debe ser una celebración viva y creativa, pero al mismo tiempo fiel a las normas, a fin de poder reconocer en ella el misterio que estamos celebrando, y estar así en comunión con la Iglesia.
La liturgia, como toda acción que realiza el ser humano, tiende a deteriorarse y necesita con frecuencia una profunda renovación. Renovar no es inventar otra cosa, sino recrear el significado profundo que se ha ido desdibujando, a veces, por la rutina y otras veces por negligencia. Por eso, cuando decimos que nuestras celebraciones necesitan renovarse y ser más vivas, estamos expresando la profunda necesidad de conversión que todos necesitamos. Eso significa «promover espacios de contacto con el sagrado», para utilizar la frase de su pregunta. Se trata mucho más que de una mera estrategia pastoral para renovar nuestras celebraciones.
Para cualquier proyecto de evangelización, la liturgia es un punto clave, junto con la catequesis y la caridad. Tres pilares sobre los que se construye el misterio de la Iglesia. La liturgia, porque celebra la presencia viva y real de Cristo en la Iglesia. La catequesis, porque la Iglesia que celebra esa presencia, está llamada a seguir formando a sus miembros en la amistad y comunión con Cristo. Y la caridad, porque la realidad maravillosa de esa comunión, se convierte en misión para extender del Reino de Dios.
[La segunda parte de esta entrevista se publicará en el servicio de este miércoles]