Beatificado el padre Francesco Spoto, siciliano martirizado a los 40 años en el Congo

PALERMO, lunes, 23 abril 2007 (ZENIT.org).- Sólo cuarenta años tenía el sacerdote italiano Francesco Spoto cuando murió mártir en el Congo, perdonando a sus agresores. El sábado fue beatificado en Palermo.

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El acontecimiento es de especial relevancia, pues –recalca «Radio Vaticana»- es la primera vez que se celebra una beatificación en la archidiócesis siciliana de Palermo.

La presidió, en su concurridísima catedral, el arzobispo emérito local, el cardenal Salvatore De Giorgi, en calidad de delegado de Benedicto XVI.

Participaron, entre otras personalidades, el arzobispo de Palermo, monseñor Paolo Romeo, y todos los prelados de la isla italiana, de donde era originario el nuevo beato. Asimismo estuvo presente el obispo de di Mahagi-Nioka, monseñor Marcel Utempi Tapa, de la diócesis congoleña donde el padre Spoto fue martirizado por la tribu de los Simba.

Sacerdote profeso de la Congregación de los Misioneros Siervos de los Pobres -fundada en la capital palermitana en 1887 por padre Giacomo Cusmano, beatificado a su vez en 1983 por Juan Pablo II-, el Francesco Spoto había nacido el 8 de julio de 1924 en Raffadali.

El 26 de junio de 2006 el Papa autorizó la promulgación del decreto por el que se declaró el martirio del joven sacerdote, abriéndose así las puertas a su beatificación.

El padre Spoto murió en 1964 perseguido como misionero y como blanco por los guerrilleros del ex Congo Belga, donde –recordó el cardenal De Giorgi- «vivió la dramática experiencia de quien se ve obligado a sufrir continuas agresiones, lleno de preocupación por el bienestar y la vida de sus hermanos de comunidad».

Maltratado, fue «salvajemente golpeado en el tórax un 11 de diciembre», recordó el purpurado en su homilía; «soporta durante dieciséis días una extenuante agonía perdonando a sus asesinos. En Navidad entra en coma y dos días después llega al Apóstol predilecto en el cielo».

De acuerdo con el cardenal De Giorgi, «el secreto de la santidad del beato Spoto» es «la obediencia en la fe»: «se abandonó a la voluntad del Señor, sin reservas».

«Ahora que el padre Spoto ha sido elevado al honor de los altares, nos dirige la invitación a la santidad –recalcó el purpurado-, no realizando necesariamente cosas extraordinarias, sino cumpliendo los deberes de cada día en familia, en el puesto de trabajo, en la Iglesia y en la sociedad, con amor grande y sincero a Dios, en la observancia de su ley, y al prójimo, poniendo en práctica el mandamiento del amor recíproco que Jesús dejó como única seña de identidad de los cristianos».

Siembre manifestó una viva inteligencia y fuerte voluntad; en el Capítulo de 1959 el padre Spoto tenía sólo 35 años cuando fue elegido superior general de su congregación, recuerda a la emisora pontificia el padre Giuseppe Civiletto –actual superior general-, quien conoció al nuevo beato.

«Con fervor juvenil», el padre Spoto «dio impulso a la Congregación dedicándose a la atención de las vocaciones, a la apertura de nuevas casas e invitando a los primeros hermanos en misión a Biringi, en el Congo», prosigue.

«Para visitarles y animarles, el verano de 1964 partió él mismo» al país africano, «donde estaba en curso una sangrienta guerra civil -explica-. Por ellos, aceptó el sacrificio de la vida que el Señor le pidió. Atrapado y salvajemente golpeado por los Simba, murió en plena selva» días después, «ofreciendo su vida por la salvación de los hermanos».

Con fascinación, «siempre dispuesto a un servicio generoso a cualquier necesitado, hasta el don total de sí», el nuevo beato «encarnó en su vida de Siervo de los Pobres» el «espíritu de caridad sin límites del fundador», apunta el padre Civiletto.

En síntesis, en sus primeros doce años de vida, el beato Francesco Spoto había aprendido de sus padres y hermanos a conocer y a amar al Señor.

Los otros 28 años los pasó en Palermo revelándose como un «hombre de carácter y apegado al deber –recuerda el padre Civiletto-, seminarista y estudiante aplicado, religioso obediente y tenaz, sacerdote celoso y servicial, superior general interesado en la vida de la Iglesia y de la Congregación», y los últimos cuatro meses fue un «generoso misionero en Biringi» donde alcanzó el martirio.

«En un mundo dominado por el relativismo y orientado al hedonismo y al materialismo, como es el nuestro», el padre Spoto «es un ejemplo de cómo dar sentido a la vida: valorarla y gastarla por los demás», considera el superior general de los Misioneros Siervos de los Pobres.

Ello se traduce -concluye- «en vivir –aún en medio de las dificultades- en la alegría, esa alegría que para nosotros, los cristianos, deriva de la certeza de estar en comunión con Cristo, de ser sacrificio en las manos de Dios. Esto sirve. De esto el Señor tiene necesidad. De esto tiene necesidad el mundo».

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ZENIT Staff

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