ROMA, venerdì, 6 aprile 2007 (ZENIT.org).- Benedicto XVI unió a la pasión y muerte de Cristo, revivida en la noche del Viernes Santo con el Vía Crucis del Coliseo de Roma, los sufrimientos de los hombres y mujeres contemporáneos.

En una meditación pronunciada sin papeles, después de haber recorrido las catorce estaciones, comenzadas en el huerto de los olivos y concluidas con la deposición de Jesús en el sepulcro, el Papa constató que «siguiendo a Jesús en el camino de su pasión, vemos no sólo la pasión de Jesús, sino que también vemos a todos los que sufren en el mundo».

Contemplar los sufrimientos de Cristo, reconoció el obispo de Roma, totalmente vestido de blanco, debe «abrir nuestros corazones», «ayudarnos a ver con el corazón».

«Convertirse a Cristo, hacerse cristiano», añadió el Santo Padre, que cargó con la cruz en la primera y en la última estación del Vía Crucis, quiere decir «recibir un corazón de carne, un corazón sensible a la pasión y al sufrimiento de los demás».

«Nuestro Dios no es un Dios lejano, intocable en su beatitud. Nuestro Dios tiene un corazón, es más, tiene un corazón de carne», afirmó.

«Se hizo carne precisamente para poder sufrir con nosotros y estar con nosotros en nuestros sufrimientos --aclaró--. Se hizo hombre para darnos un corazón de carne y despertar en nosotros el amor por los que sufren, por los necesitados».

El Papa concluyó rezando por «todos los que sufren en el mundo» y para que los cristianos sean «mensajeros» del amor de Cristo «no sólo con las palabras, sino también con toda nuestra vida».

En algunas estaciones llevaron la cruz varios jóvenes, entre los se encontraba una muchacha de China, así como dos frailes franciscanos de Tierra Santa.

En una agradable noche, participaron en este ejercicio de piedad cristiana decenas de miles de peregrinos, llevando una vela en la mano. Las imágenes fueron relanzadas en directo a 41 países del mundo por 67 redes de televisión.

Las meditaciones, llenas de carga existencial, fueron redactadas por monseñor Gianfranco Ravasi, prefecto de la Biblioteca-Pinacoteca Ambrosiana de Milán.

En la novena estación, «Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén» se hizo eco de «todas las mujeres humilladas y violentadas, las marginadas y sometidas a prácticas tribales indignas, las mujeres con crisis y solas ante su maternidad, las madres judías y palestinas, y las de todas las tierras en guerra, las viudas y las ancianas olvidadas por sus hijos...».

«Es una larga lista de mujeres que testimonian ante un mundo árido y cruel el don de la ternura y de la conmoción, como hicieron por el hijo de María al final de aquella mañana de Jerusalén», explica el famoso biblista.

«Esas mujeres nos enseñan la belleza de los sentimientos --añadía--: no debemos avergonzarnos de que nuestro corazón acelere sus latidos por la compasión, de que a veces resbalen las lágrimas por nuestras mejillas, de que sintamos la necesidad de una caricia y de un consuelo».