CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 29 abril 2007 (ZENIT.org).- Al ordenar sacerdotes en este domingo a 22 diáconos de la diócesis de Roma, Benedicto XVI trazó el «identikit» de lo que debe ser un presbítero.
«Cada uno de vosotros», les dijo, «se convertirá con la ayuda de Jesús en un buen pastor, dispuesto a dar incluso la vida por Él, si es necesario».
De los nuevos presbíteros, once proceden del Seminario Romano Mayor, ocho del Colegio «Redemptoris Mater» (surgido en el seno del Camino Neocatecumenal), y los otros tres del Seminario del Divino Amor, del Colegio Capránica, y de la Congregación de los Legionarios de Cristo.
El Sacramento del Orden, les dijo el Papa en la homilía, «os hará participar en la misma misión de Cristo; estáis llamados esparcir la semilla de su Palabra –la semilla que lleva consigo el Reino de Dios–, a dispensar la misericordia divina y a alimentar a los fieles en la mesa de su Cuerpo y de su Sangre».
«Para ser sus dignos ministros tendréis que alimentaros incesantemente de la Eucaristía, fuente y cumbre de la vida cristiana», les aseguró.
El Santo Padre les dijo que, a partir de ahora, el altar será «vuestra escuela cotidiana de santidad, de comunión con Jesús, de la manera de penetrar en sus sentimientos».
Al renovar en el altar «el sacrificio de la Cruz» durante la misa, les dijo, «descubriréis cada vez más la riqueza y la ternura del amor del Maestro divino, que hoy os llama a una amistad más íntima con Él».
«Si le escucháis dócilmente, si le seguís fielmente, aprenderéis a traducir en la vida y en el ministerio pastoral su amor y su pasión por la salvación de las almas», dijo.
Ante un ideal tan elevado, el Papa ofreció a los presbíteros el secreto de la serenidad para sus vidas.
«Que la certeza de que Cristo no nos abandona y de que ningún obstáculo podrá impedir la realización de su designio universal de salvación sea para vosotros motivo de constante consuelo, en particular en el día de dificultad, y de inquebrantable esperanza», les dijo. «La bondad del Señor está siempre con vosotros y es fuerte».
«A pesar de las incomprensiones y contrastes, el apóstol de Cristo no pierde la alegría, es más, es el testigo de esa alegría que surge de estar con el Señor, del amor por Él y por los hermanos».
Tras la homilía, mientras los aspirantes al sacerdocio estaban postrados por tierra, los miles de fieles que llenaban la Basílica de San Pedro, muchos de ellos familiares y amigos, cantaron las letanías de los santos.
A continuación, tuvo lugar el sugerente momento en el que el Papa, como hacían los primeros apóstoles, impuso las manos sobre las cabezas de los neosacerdotes.
Luego concelebraron su primera Eucaristía con Benedicto XVI y con el resto de concelebrantes.