CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 3 mayo 2007 (ZENIT.org).- Un desarrollo sostenible que preserve el ambiente, el respeto de la dignidad de las personas, y el peligro de perder los valores espirituales, son los tres desafíos que afronta el mundo globalizado, según Benedicto XVI.
El Papa hace este análisis en el mensaje que ha enviado a la presidenta de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales, la profesora Mary Ann Glendon, con motivo de la clausura de la Sesión Plenaria celebrada en el Vaticano sobre el tema «Caridad y Justicia en las relaciones entre pueblos y naciones», del 27 de abril al 1 de mayo.
Al ilustrar el primer desafío, el respeto del ambiente para garantizar un desarrollo sostenible, el Santo Padre explica que «la comunidad internacional reconoce que los recursos del mundo son limitados y que cada pueblo tiene el deber de aplicar políticas orientadas a la protección del ambiente».
De este modo, aclara, se puede prevenir «la destrucción de ese patrimonio natural cuyos frutos son necesarios para el bien de la humanidad».
«Afrontar este desafío, exige un visión interdisciplinar» y «una capacidad de evaluar y prever, de dar seguimiento a las dinámicas del cambio ambiental y del desarrollo sostenible, así como delinear y aplicar soluciones a nivel internacional».
«Se debe prestar especial atención al hecho de que los países más pobres son aquellos que parecen destinados a pagar el precio más alto por el deterioro ecológico», denuncia.
«La destrucción del ambiente, su uso impropio o egoísta y el acaparamiento violento de los recursos de la tierra, generan fricciones, conflictos y guerras, precisamente porque son fruto de un concepto inhumano de desarrollo», constata.
Por eso, advierte, «un desarrollo que se limitara al aspecto técnico y económico, descuidando la dimensión moral y religiosa, no sería un desarrollo humano integral y, al ser unilateral, terminaría fomentando la capacidad destructiva del hombre».
Para responder a las exigencias de la protección del ambiente y del desarrollo sostenible, el Papa hizo un llamamiento a promover y a «salvaguardar las condiciones morales de una auténtica “ecología humana”».
Esto, dijo, «exige una relación responsable no sólo con la creación sino también con nuestro prójimo, cercano y lejano, en el espacio y en el tiempo, y con el Creador».
El segundo desafío, el respeto de la persona humana es decisivo para las relaciones recíprocas, considera el obispo de Roma, pues «si los seres humanos no son vistos como personas, hombre y mujer, creados a imagen de Dios, dotados de una dignidad inviolable, será muy difícil alcanzar una plena justicia en el mundo».
«A pesar del reconocimiento de los derechos de la persona en declaraciones internacionales y en documentos legales, es necesario avanzar mucho para asegurar que este reconocimiento tenga consecuencias sobre los problemas globales».
Los problemas globales citados por el Papa son: «la creciente brecha entre países ricos y pobres, la desigual distribución de los recursos naturales y de la riqueza producida por la actividad humana, la tragedia del hambre, de la sed y de la pobreza en un planeta en el que hay abundancia de comida, agua y prosperidad».
Otros problemas denunciados por la misiva papal son: «los sufrimientos de los refugiados, las continuos conflictos en muchas partes del mundo, la falta de una protección legal para los no nacidos, el abuso de los niños, el tráfico internacional de seres humanos, de armas, de drogas, así como de otras graves y numerosas injusticias»
El tercer desafío expuesto por el pontífice al nuevo escenario internacional es el peligro de que la sociedad tecnológica destierre los valores del espíritu.
«Apremiados por preocupaciones económicas, tendemos a olvidar que, a diferencia de los bienes materiales, los bienes espirituales que son típicos del hombres se expanden y multiplican cuando se comunican», indica.
«A diferencia de los vienes que pueden verse –aclara–, los bienes espirituales como el conocimiento y la educación son indivisibles, y cuanto más se comparten, más se poseen».
«La globalización ha provocado un aumento de la interdependencia de los pueblos, con sus diferentes tradiciones, religiones y sistemas de ecuación. Esto significa que los pueblos del mundo, en virtud de sus diferencias, están continuamente aprendiendo el uno del otro y llegando a un contacto mucho más grande», reconoce.
«Por ello –sugiere la carta–, es cada vez más importante la necesidad de un diálogo que pueda ayudar a las personas a comprender las propias tradiciones en el momento en el que entramos en contacto con las de los demás para desarrollar un mayor autoconocimiento ante los desafíos planteados a la propia identidad, promoviendo de este modo la comprensión y el reconocimiento de los auténticos valores humanos, en una perspectiva cultural».
«Para afrontar positivamente estos retos, es urgentemente necesaria una justa igualdad de oportunidades, especialmente en el campo de la educación y de la transmisión del conocimiento», indica, lamentando que «la educación, especialmente a nivel de primaria, sigue siendo dramáticamente insuficiente en muchas partes del mundo».
Afrontar estros tres desafíos, concluye el Papa, exige «amor al prójimo», pues sólo éste «puede inspirar en nosotros la justicia al servicio de la vida y de la promoción de la dignidad humana».
«Sólo el amor en la familia, fundada en un hombre y una mujer, creados a imagen de Dios, puede asegurar esa solidaridad intergeneracional que transmite amor y justicia a las generaciones futuras», afirma.
«Sólo la caridad puede animarnos a poner a la persona humana una vez más en el centro de la vida en la sociedad y en el centro de un mundo globalizado, gobernado por la justicia», concluye.