CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 29 mayo 2007 (ZENIT.org).- Una fuerte invitación a la fidelidad a Cristo, aún a costa de la propia vida: es el mensaje de actualidad que transmite el sacerdote pasionista Carlos de San Andrés (1821-1893), a quien Benedicto XVI canonizará el próximo domingo.

El rito tendrá lugar durante la Eucaristía que el Papa presidirá, por la mañana, en el Sagrado de la Basílica Vaticana, en la solemnidad de la Santísima Trinidad, confirma este martes la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas pontificia.

Originario de Munstergeleen, en la diócesis holandesa de Ruremond, donde nació el 11 de diciembre de 1821, el futuro santo (bautizado Juan Andrés Houben) fue cuarto de diez hermanos. Su inclinación al sacerdocio la mostró desde niño.

Atraído por la espiritualidad de la Congregación de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo (fundada por San Pablo de la Cruz), pidió en ella la admisión, aceptada por el beato Domenico Barberi.

Entró en el noviciado de Ere, cerca de Tournai, el 5 de noviembre de 1845; al mes siguiente vistió el hábito pasionista tomando el nombre religioso de Carlos de San Andrés. Fue ordenado sacerdote por el obispo local –monseñor Labis- el 21 de diciembre de 1850.

Enseguida fue enviado a Inglaterra, donde los pasionistas habían fundado tres conventos. Allí desarrolló su labor como vice-maestro de novicios y como sacerdote de parroquia. En 1856 fue trasladado al nuevo convento de Mount Argus, cerca de Dublín. Fue donde pasó casi todo el resto de su vida.

Era tan querido por los irlandeses que le llamaban el padre Carlos de Mount Argus, apunta la nota biográfica difundida por la Santa Sede.

Sacerdote de especial piedad, se distinguió en el ejercicio de la obediencia, de la pobreza, de la humildad y de la sencillez, y sobre todo en la devoción de la Pasión del Señor. De hecho, llevaba siempre en la mano un pequeño crucifijo para contemplarlo, y celebraba con gran fervor la Santa Misa.

Su conocimiento poco exacto de la lengua inglesa le apartó de la predicación formal y de las misiones, pero se dedicó particularmente a la dirección espiritual en la confesión.

Pronto la fama de sus virtudes atrajo al convento a gran número de fieles. A causa de esta fama, difundida por todo el Reino Unido hasta América y Australia, se le quiso dar un poco de tranquilidad trasladándole en 1866 a Inglaterra, donde siguió desarrollando su apostolado habitual, también rodeado de fieles, tanto católicos como de otras confesiones.

El beato Carlos de San Andrés regresó en 1874 a Dublín, donde permaneció hasta su muerte.

Tenía la salud ya quebrantada cuando, en 1881, el carruaje en el que viajaba sufrió un accidente que le causó diversas fracturas. No se recuperó. Incluso apareció la gangrena. Un año después tenía que guardar cama. Sufrió intensamente, viviendo su circunstancia en el silencio y el ofrecimiento al Crucificado.

Murió el 5 de enero de 1893. Tenía 72 años.

La presencia de gente de toda Irlanda en sus solemnes funerales dio prueba de la devoción popular que había rodeado en vida al santo de Mount Argus.

Se inició su proceso de beatificación y canonización en 1935. Juan Pablo II le proclamó beato el 16 de octubre de 1988.

«Como buen pasionista, el padre Carlos tenía una gran devoción por la Pasión», que para él «no era una abstracción, ni un mero acontecimiento histórico, sino un suceso real y recientísimo, como su hubiera ocurrido ayer», amplía en los micrófonos de «Radio Vaticana» el postulador de la causa del futuro santo, el padre Giovanni Zubiani.

La Pasión significaba para el sacerdote «algo presente; casi formaba parte de ese grupo que a los pies de la Cruz lloraba junto a María la muerte de su Hijo adorado», añade.

El mensaje que el padre Carlos brinda hoy «a la Iglesia, a la Congregación de la Pasión, al mundo -subraya- es una invitación fuerte a la fidelidad a Cristo también a costa de la propia vida».

Es «una invitación a vivir la memoria de Jesús Crucificado, existencia donada por el bien de cada persona, que se convierte en el pasionista en fuente para ser a su vez vida donada a los demás hasta la muerte», concluye.

Mensaje de la V Conferencia a los miembros del G-8

APARECIDA, jueves, 31 mayo 2007 (ZENIT.org).- Los obispos latinoamericanos reunidos en la V Conferencia, que culminó este jueves en el santuario de Aparecida, Brasil, enviaron un telegrama a los jefes de Estado y de Gobierno del grupo de los siete países más industrializados y Rusia, el G-8, que se reunirán en la ciudad alemana de Heiligendamm del 6 al 8 de junio.