CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 3 mayo 2007 (ZENIT.org).- La caridad desempeña un papel esencial para lograr la justicia en la relaciones internacionales del mundo globalizado, asegura Benedicto XVI.

Lo afirma el Papa en un mensaje enviado el 1 de mayo a la presidenta de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales, la profesora Mary Ann Glendon, con motivo de la clausura de la XIII Sesión Plenaria de este organismo vaticano, reunido en el Vaticano sobre el tema «Caridad y Justicia en las relaciones entre pueblos y naciones», del 27 de abril al 1 de mayo.

En su mensaje a los académicos, el Papa explica que en el centro del magisterio social de la Iglesia se concentra en poner la «irreducible dignidad» del hombre en «el centro de la vida política y social».

«El magisterio de la Iglesia, que se dirige no sólo a los creyentes, sino también a todos los hombres de buena voluntad» busca «un orden social caracterizado por la justicia, la libertad, la solidaridad fraterna y la paz».

«En el corazón de esta enseñanza se encuentra el principio del destino universal de todos los bienes de la creación».

Según este principio fundamental, añade el Papa, «todo lo que la tierra produce y todo lo que el hombre transforma y confecciona, todo su conocimiento y tecnología, todo está destinado a servir al desarrollo material y espiritual de la familia humana y de todos sus miembros».

A la luz de esta perspectiva, se comprende que «la caridad no sólo permite que la justicia sea más creativa y afrontar nuevos desafíos, sino que inspira y purifica los esfuerzos de la humanidad, orientados a alcanzar la auténtica justicia y, así, a construir una sociedad digna del hombre».

Entre los participantes en la asamblea se encontraba Henry Kissinger, antiguo secretario de Estado de los Estados Unidos, quien afrontó el tema de la debilitación del poder de los estados nación a causa de la globalización.

Otro de los invitados fue Luis Ernesto Derbez Bautista, antiguo secretario [ministro] de Relaciones Exteriores de México, quien afrontó el tema de la vulnerabilidad de los países más pobres ante las variaciones imprevistas de los mercados mundiales de capitales, subrayando la necesidad de mitigar los efectos dañinos.

Jacques Diouf, director general del Fondo de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), habló de la cuestión muy práctica, y en ocasiones dramática, del acceso al agua potable.

José Miguel Insulza, secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA), presentó las luces y sombras de la ley internacional en la construcción de relaciones pacíficas entre los estados.

La presidente de la Academia, la profesora Mary Ann Glendon, al presentar el final de los trabajos, constató: «No cabe duda de que la Iglesia católica, con su enseñanza sobre la unidad del género humano y del destino universal de los bienes, se pone al lado de las instituciones que promueven la paz y la armonía entre las naciones».

«Pero el desafío para estas instituciones consiste en dejar también amplio espacio a las virtudes de la caridad y de la justicia. El trabajo de nuestra Academia en los próximos meses consiste en busca propuestas concretas en este sentido», concluyó la profesora de Derecho en la Universidad de Harvard (Estados Unidos).

Juan Pablo II creó esta Academia, en 1994, según explica el artículo n.1 del «motu proprio» «Socialum Scientiarum» para «promover el estudio y el progreso de las ciencias sociales, económicas, políticas y jurídicas a la luz de la doctrina social de la Iglesia».

La Academia es autónoma y al mismo tiempo mantiene una estrecha relación con el Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz, con el que coordina la programación de las diferentes iniciativas.

El número de sus Académicos Pontificios, también nombrados por el Papa, no puede ser ni inferior a 20 ni superior a 40. Proceden de todo el mundo, sin distinción de confesión religiosa. Son elegidos por su alto nivel de competencia en alguna de las diversas disciplinas sociales.