El Papa planta cara a los narcotraficantes parar recordarles su responsabilidad ante Dios

Al visitar una comunidad de recuperación de toxicómanos en Guaratinguetá

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GUARATINGUETÁ, sábado, 12 mayo 2007 (ZENIT.org).- Benedicto XVI planteó este sábado a los narcotraficantes su responsabilidad ante Dios e invitó a los jóvenes, incluidos los toxicómanos, a que abran su corazón al amor de Jesús.

Fue el mensaje central que dejó al visitar la comunidad de la Hacienda de la Esperanza, situada en Guaratinguetá, a 180 kilómetros de Sao Paulo, creada en 1979 para la recuperación de jóvenes toxicómanos y alcohólicos, y para la acogida de madres solteras, de familias necesitadas, de personas sin techo y de enfermos de sida en fase terminal.

Citando datos estadísticos preocupantes sobre la dependencia de sustancias estupefacientes, tanto en Brasil como en América Latina, el Papa alzó la palabra para dirigirse a los narcotraficantes y pedirles «que reflexionen sobre el mal que están haciendo a una multitud de jóvenes y adultos de todos los estratos sociales».

«Dios les pedirá cuentas de lo que han hecho», exclamó el Papa ante unos dos mil jóvenes de diferentes países que le dieron una calurosa bienvenida en la Hacienda de la Esperanza.

El pontífice subrayó que «la dignidad humana no puede ser pisoteada de este modo. El mal provocado recibe la misma reprobación que Jesús expresó a quienes escandalizaban a los “más pequeños”, los preferidos de Dios».

Los jóvenes cantaron y bailaron para el pontífice, y algunos narraron testimonios duros de vidas rescatadas de las cadenas de la drogadicción.

Antonio, de Guaratinguetá, reveló que ha hecho uso de drogas desde los doce años. Un día, en la esquina donde se reunía para tomar droga, se encontró con un joven, Nélson Giovanelli dos Santos, que trataba de entablar amistad con los drogadictos del lugar, pero no para venderles droga, sino para ofrecerles el rescate en la Hacienda de la Esperanza.

Un joven ruso reconoció que su «vida era una pesadilla» y explicó que entró en la Hacienda de la Esperanza porque le parecía su «última esperanza». Después de una primera fase del tratamiento muy difícil, aseguró que había logrado superar la dependencia.

«Lo más importante es haber encontrado a Dios. Todos decían que Dios no existía, pero Él existe», dijo.

Una joven alemana contó que llegó a la Hacienda después de haber tratado de suicidarse. «Sólo el amor del prójimo pudo transformarme», aseguró. Tras haberse detenido en más de una ocasión a causa de las lágrimas, afirmó: «no hay mayor felicidad que dar la vida por los hermanos».

El Papa deseó «paz y bien» –lema franciscano, como franciscano es el misionero alemán que fundó esta Hacienda, Fray Hans Stapel, O.F.M.– a todos los que se encuentran en fase de recuperación, «así como a quienes se han restablecido, a los voluntarios, a las familias a los antiguos internos y a los bienhechores» de todas las Haciendas de la Esperanza, 32 en varios países del mundo.

El Santo Padre recordó a los jóvenes que «Jesús viene y toca, con toques suaves, en lo profundo de los corazones», añadiendo que el Señor se sirve «de un amigo, de un sacerdote», «o predispone una serie de coincidencias para daros a entender que sois objeto de la predilección divina».

Lo que más impresiona al Papa de esta Hacienda «son las conversiones, el encuentro de Dios y la participación activa en la vida de la Iglesia», pues «no es suficiente con cuidar del cuerpo, es necesario embellecer el alma con los dones divinos más preciosos, alcanzados con el Bautismo».

Al final de su discurso dirigió su pensamiento a «otras muchas instituciones de todo el mundo que trabajan para restituir vida, y una vida nueva, a estos hermanos nuestros presentes en nuestra sociedad, a quienes Dios ama con un amor preferencial».

El Papa regresó a continuación a Aparecida donde este domingo inaugurará la Quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe.

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ZENIT Staff

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