Lo que significa ser discípulos y misioneros de Cristo, según el cardenal Re

Intervención introductiva a las labores de la tarde del lunes 14 de mayo

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APARECIDA, martes, 15 mayo 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención introductiva del cardenal Giovanni Batista Re, prefecto de la Congregación para los Obispos y presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, a las labores de la sesión de la tarde de este lunes de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe.

* * *

1. En el desarrollo de las labores de esta V Conferencia General será nuestra guía lo que nos ha dicho ayer el Santo Padre, a quien dirigimos nuestro pensamiento afectuoso y agradecido.

Estamos agradecidos al Santo Padre por haber convocado esta Conferencia; le agradecemos por haber venido a Aparecida; le agradecemos por las riquísimas enseñanzas que nos ha dado. Las líneas – guía indicadas en las palabras del Santo Padre las tendremos muy en cuenta durante nuestro trabajo, buscando aprovechar lo mejor posible sus enseñanzas.

Después del discurso pontificio, tan rico en su contenido, es superfluo de mi parte un discurso introductivo. Me limito solamente, por lo tanto, a ilustrar la lógica que debe inspirar y guiar nuestros pensamientos, nuestras intervenciones y nuestros aportes. Considero que esa lógica no pueda ser otra que la consciencia de que todos nosotros hemos sido llamados a vivir una experiencia de Iglesia y a contribuir en un evento importante para el futuro de América Latina. Por tal razón, deseamos en estos días actuar en actitud de escucha dócil de las inspiraciones del Señor y participar en este evento con un espíritu de comunión entre nosotros y de servicio a la Iglesia y a la sociedad de América Latina y del Caribe. Pesa sobre nosotros la grave y grata responsabilidad de Pastores que tienen la tarea de guiar las Iglesias particulares «in persona Christi capitis».

Un único criterio debe conducirnos: el amor sin límites a Cristo, a la Iglesia y al pueblo de América Latina. Este amor debe generar un gran espíritu de comunión.

a) Comunión con Dios: los momentos de oración que han sido cuidadosamente preparados son momentos esenciales para expresar nuestra experiencia de Iglesia y para que nos ayuden a ser dóciles al Espíritu en la «obediencia de la fe» (cfr. San Pablo).

Así como en la primitiva comunidad cristiana los grandes eventos, alegres o difíciles, se vivían en comunión de oración (Hch 2,42; 4,23-31), también esta V Conferencia está acompañada de las plegarias de la Iglesia de Dios que peregrina en el «Continente de la Esperanza»: Obispos, presbíteros, parroquias, comunidades contemplativas, comunidades religiosas, familias, laicos, acompañan nuestros encuentro de Aparecida con su oración.

b) Comunión entre nosotros y unión bajo la guía del Santo Padre: no se trata solo de una relación de cortesía, porque queremos ser – usando una acertada expresión del Siervo de Dios Juan Pablo II – «casa y escuela de comunión», convencidos que «ubi caritas et amor Deus ibi est».

La lógica de la comunión eclesial debe llevarnos a una justa consideración de la verdad contenida en las opiniones de los demás, aun cuando sean distintas de las nuestras. En este sentido, debemos alejarnos de las etiquetas y de los eslogan, escogiendo como único criterio el amor a Cristo y a la Iglesia. En la vida de la Iglesia el bien de uno debe ser el bien de todos y el sufrimiento de uno debe ser el sufrimiento de todos.

c) Comunión con nuestros hermanos y hermanas de América Latina: en nuestros corazones estarán presentes en estos días las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias de todos los hombres y mujeres que viven en este Continente Latinoamericano. Nos sentimos cercanos a los graves problemas de los pobres, de los que sufren, de quienes tienen hambre y sed material y, todavía más, de quienes tienen hambre y sed de Dios.

2. El documento de «Síntesis», que recoge los aportes en preparación a este encuentro ofrecidos por los países de América Latina y del Caribe, bajo la guía de sus Pastores, contiene una amplia gama de reflexiones, de análisis, de ideas. Esta amplia gama representa ciertamente para nosotros una riqueza, pero también el riesgo de querer tocar todos los temas y, consecuentemente, perdernos en una excesiva vastedad de análisis, en detrimento de una síntesis eficaz, que lleve a conclusiones compartidas y prácticas, destinadas a incidir en el futuro.

Quisiera por lo tanto sugerir de hacer el esfuerzo de profundizar las distintas cuestiones teniendo siempre presente el tema de esta Conferencia: «Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él tengan vida -Yo soy el camino, la verdad y la vida- ( Jn 14,6)».

Es un tema central de nuestra fe católica y de nuestra vida cristiana.

Ser discípulos significa seguir a Cristo, escucharlo, aceptar su Palabra, que es Palabra de vida eterna; significa considerar a Jesucristo el único verdadero modelo en el cual nos inspiramos y vivir en la obediencia de la fe.

Significa, en otras palabras, tomar a Cristo en serio, fundar la propia vida sobre la roca de la Palabra de Dios y nutrir la propia fe con la Eucaristía.

El discípulo de Cristo vive un verdadero amor a la Iglesia, fundada por el mismo Cristo para nuestra salvación, y considera la participación a la asamblea eucarística del día del Señor como un empeño al cual no se puede nunca faltar.

El discípulo de Cristo, además, está pendiente de los hermanos, es solidario y sensible con los pobres, respetuoso de todos, promotor de la justicia y de la bondad y colaborador en la edificación de una sociedad más humana.

Ser misioneros significa anunciar a Cristo, hacerlo conocer y amar, testimoniarlo en la vida cotidiana con coherencia, con claridad, con humildad, con gozo y con valentía. Significa anunciarlo en la fidelidad y en la integridad de cada una de sus enseñanzas, tal y como son custodiadas y enseñadas por la Iglesia. Debemos anunciarlo personalmente, pero también como comunidad eclesial, participando en la celebración de los misterios de la salvación en la oración litúrgica como la celebra la Iglesia guiada por el Vicario de Cristo.

El ser discípulo y el ser misionero están en interconexión vital, de tal manera que, en nuestro caso, ser discípulo lleva a ser misionero en el anuncio de Cristo en América Latina y el Caribe, de hoy y de mañana, afrontando los problemas a la luz de Cristo, luz de las naciones.

El hecho que el tema de esta Conferencia concentre la atención sobre las personas, considerándolas individualmente, es decir en cada uno de los bautizados, me parece una decisión acertada.

3. Así como las precedentes cuatro Conferencias Generales han contribuido realmente al bien de América Latina, así también, esta V Conferencia deberá ser un signo fuerte y una luminosa orientación para el futuro, en la situación plena de desafíos que este Continente se prepara a afrontar.

El Episcopado latinoamericano ha querido la realización de esta Conferencia General, que – como sabemos – es una realidad típica de América Latina. Cada uno de nosotros debe sentir, ante Dios y ante la sociedad, la responsabilidad de dar su contribución personal para construir el futuro de este Continente sobre bases sólidas, que tengan el propio fundamento en la ley escrita por Dios en el corazón de los hombres y en los valores de la fe cristiana, que son el patrimonio más valioso que tiene América Latina y el Caribe.

Cada uno de nosotros debe tener en estos días en alta consideración la propia responsabilidad y la propia tarea ante la situación de la vida cristiana en el Continente. Juntos trataremos de escrutar los signos de los tiempos y de iluminar con la sabiduría del Evangelio las situaciones y la realidad religiosa, cultural, social, económica, etcétera, de hoy.

En esta época de grandes cambios, de globalización y de secularización
, los desafíos son inmensos, pero también es muy grande la potencialidad de bien en América Latina y el Caribe.

Por algunos aspectos esta V Conferencia se desarrolla en un clima y en un contexto más favorable respecto a algunas de las anteriores. Por otros aspectos, sin embargo, debemos reconocer que se está produciendo una erosión en el sustrato cultural católico de América Latina y un rápido y preocupante crecimiento de las sectas, que no nos pueden dejar indiferentes.

Se impone por lo tanto la necesidad de reforzar la fe, de consolidar la propia identidad, de defender la dignidad de cada persona humana, de sostener a las familias y de ayudar a los pobres. Es este el momento de una presencia más activa de los católicos, como fieles discípulos de Cristo. Una presencia animada por el espíritu misionero que compromete en la evangelización y en el testimonio, redescubriendo la Palabra de Dios como luz, como fuerza y como guía, para encontrar soluciones a los problemas y a las situaciones peculiares de América Latina y el Caribe.

En una sociedad herida por las tensiones provocadas por la graves injusticias y por la enormes desigualdades sociales, económicas y culturales que claman al cielo, los pueblos de América Latina y el Caribe deben reencontrar la propia fuerza integrándose en Cristo, camino, verdad y vida, como sus discípulos y misioneros, fieles a Dios y atentos a las necesidades de los hombres de hoy.

El anuncio de Cristo y de su Evangelio es también un anuncio de promoción humana para todos, anuncio de desarrollo y de progreso.

Solo siguiendo a Cristo y aceptando sus enseñanzas es posible encontrar los caminos y los criterios adecuados para construir el futuro en la justicia y en la unidad, para construir la civilización del amor y de la paz.

Esta V Conferencia General, en sintonía con las cuatro Conferencias anteriores y buscando poner en práctica la Exhortación Apostólica del Siervo de Dios Juan Pablo II «Ecclesia in America», y de la Encíclica de Benedicto XVI «Deus Caritas est», debe ayudar América Latina y el Caribe a «recomenzar desde Cristo», según el programa indicado por el recordado Papa Juan Pablo II al inicio del Tercer Milenio, es decir abrirle a Cristo las puertas del corazón de las personas y de todas las dimensiones de la vida personal y de la vida social.

«Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Ésta certeza debe ser la fuerza inspiradora de nuestra actividad durante la Conferencia.

Nuestra Señora Aparecida acompañe nuestros pasos en estos días.

Nos ayuden también todos los Santos y Beatos de América Latina. En particular, en este momento en el que hay un debilitamiento de la vivencia de los valores cristianos, nos indiquen el camino las extraordinarias figuras de los Obispos Santo Toribio de Mogrovejo, San Ezequiel Moreno y San Rafael Guizar y Valencia, que fueron grandes evangelizadores de este Continente.

[Texto distribuido por el Consejo Episcopal de Latinoamérica y el Caribe (CELAM)]

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ZENIT Staff

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