APARECIDA, jueves, 17 mayo 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención del cardenal Paul Poupard, presidente del Consejo Pontificio de la Cultura y del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, pronunciada este miércoles en la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano.
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Eminentísimos y Excelentísimos Hermanos en el Episcopado,
Queridos Hermanos y Hermanas en el Señor,
Delante a los desafíos gigantescos que se presentan a la Iglesia en América Latina y el caribe al alba del Tercer milenio, quisiera compartir con ustedes la alegría de ser discípulos y el privilegio de ser misioneros de Jesucristo, participando cinco puntos de orientación de una pastoral de la cultura en clave transversal, para una auténtica evangelización inculturada, siguiendo el modelo de María, en quien la Palabra se hizo carne.
1)- Frente la difusión mediatizada de imágenes deformes sobre Dios, el hombre, la mujer, la familia, la vida, la pastoral de la cultura propone la antropología cristiana, nacida de una experiencia de nueva iniciación en la fe. La fuerza del kerygma, la catequesis, la liturgia, la homilía dominical y la comunión son el cimiento sólido para reformular una hodierna cultura cristiana que dé nueva savia a las familias y a las comunidades de fe.
2)- Frente los alejados por ignorancia religiosa, relativismo y secularismo, que alimentan las diferentes formas de sectas, sincretismo e indiferentismo, la pastoral de la cultura propone la experiencia existencial de la “proximidad” y el acompañamiento en pequeñas comunidades de fe que generen una cultura de comunión y arraigo compartida con alegría.
3)-Frente la erosión de la vida cristiana, la pastoral de la cultura propone la presentación atrayente del Misterio de Cristo, Hijo de Dios e Hijo de María. Tanto la devoción popular, como la «via pulchritudinis», son un excelente instrumento pastoral para tocar efectivamente y expresar culturalmente la dimensión de lo inefable en la vida cotidiana de una fe, plenamente acogida, totalmente pensada, fielmente vivida.
4) Frente las situaciones aplastantes de miseria y desamparo, desigualdad social y pobreza, frente al desempleo y migración de los jóvenes, a la violencia, la pastoral de la cultura promueve una cultura de la solidaridad fraterna a todos los niveles de la vida social: familiar, local, de instituciones gubernamentales, públicas y organismos privados. Una cultura de la solidariedad fraterna que afirma que su amor preferencial por los pobres implica: “promover a todos los hombres y a todo el hombre”, como lo subraya la encíclica Populorum progressio que el Papa Paulo |Sexto, me pidió presentar en mi primera Rueda de Prensa, hace cuarenta años, el martes de pascua de 1967. La cultura de la solidaridad fraterna va de la mano a una adecuada diaconía de la inteligencia.
5)- Frente la avalancha de información mediática y mentalidad virtual que generan confusión, desorientación y uniformidad cultural, incluso en las comunidades indígenas y afro americana, la pastoral de la cultura propone para una adecuada educación humana y cristiana, que abarque de la familia a la parroquia, así como, de escuela a la Universidad, los centros culturales católicos, como lugar privilegiado, para identificar y proponer, nuevos horizontes y lenguajes que toquen la fibra existencial de los latinoamericanos en una nueva cultura audiovisual.
Aquí, junto a la Madre Aparecida, “hacia una pastoral de la cultura renovada pela fuerza del Espíritu”; la savia del Evangelio de Jesucristo, posee un suplemento de alegría y belleza, de libertad y sentido, de verdad, de bondad, de amor para las culturas de Latinoamérica y el Caribe. Vivir y participar la amistad con Cristo, es evangelizarla cultura con la parresía propia del apóstol, inundando los ambientes de la familia, la educación, la comunicación, la vida pública, los escenarios de migración, de culturas rurales, indígenas y afro americanas, y la cultura adveniente en las grandes megápolis, con la experiencia de fe en el Resucitado. Evangelizar la cultura nace del amor apasionado a Cristo encontrado en la oración, celebrado en la liturgia eucarística dominical, más conocido y amado en la homilía que acompaña al Pueblo de Dios en al misión de inculturar el Evangelio en la historia, ardiente e infatigable en la caridad samaritana que conforta a los hermanos heridos en la vida.