El desafío de Aparecida, «superar una vida cristiana anémica»

Habla el obispo uruguayo Cotugno, nombrado por el Papa para la V Conferencia General

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APARECIDA, miércoles, 23 mayo 2007 (ZENIT.org).- Monseñor Nicolás Cotugno Fanizzi, arzobispo de Montevideo, Uruguay, ha sido nombrado por el Papa Benedicto XVI para asistir a la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. En esta entrevista concedida a Zenit, el arzobispo salesiano, de 68 años, hace una valoración de la primera semana de trabajo y expresa sus expectativas sobre el resultado de la reunión eclesial de Aparecida.

–Usted forma parte del seleccionado grupo de miembros nombrados por el Papa. ¿Qué elemento piensa tener motivado esa invitación del pontífice?

–Monseñor Nicolás Cotugno Fanizzi: Pienso que sea por ser integrante de la Comisión Pontificia de América Latina y también por ser arzobispo de Montevideo, que es prácticamente la mitad del país de la República Oriental del Uruguay. Pienso también que es para que se escuche una voz, junto con los demás delegados de América Latina, sobre ese proceso de secularismo que en nuestro país tiene más de cien años.

Tenemos una experiencia de una Iglesia que vive en un contexto secularizado que tanto dificulta por un lado la evangelización y por otro lado presenta elementos favorables para que la evangelización pueda alcanzar los objetivos por los cuales Jesús nos envió a anunciar el Evangelio a todos los pueblos, en todos los contextos.

–¿Qué valoración hace usted de la primera semana de trabajo?

— Monseñor Nicolás Cotugno Fanizzi: Estamos ubicándonos lo más concretamente posible en la temática del discipulado y de la misión, arrancando de la concienciación por parte de todos los integrantes de la Conferencia de los grandes desafíos y de la novedad de los desafíos que esta época nos está presentando.

Consideramos, y todos estamos coincidiendo en esta valoración, que el cambio de época –y no la época de cambio– trae desafíos que son originales. No se ha dado una experiencia anterior en otra cultura, por más que la postmodernidad que estamos viviendo pueda tener algún paralelismo con el humanismo renacentista de la cultura occidental en el que la Iglesia tuvo que ubicarse de otra manera en su relación con el mundo para que Jesús pudiera estar presente.

Surge la necesidad de superar una vida cristiana anémica, una vida cristiana de indiferencia, una vida cristiana de tradición cultural más que de opción de fe por la persona de Jesucristo y, desde él, por Dios, por la Iglesia, y por el ser humano. Por un lado es providencial este tremendo sacudón que nos trae la postmodernidad para poder vivir la identidad de la vocación a la que están llamados todos los seguidores de Jesús. Se trata, antes que nada de creer en Él y a través de Él en el Padre y en el Espíritu, para ser testigos del amor.

El Papa –creo que tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI– ha tenido y tiene esta gracia particular de orientar a la Iglesia universal, que se encarna en nuestras Iglesias particulares, para ayudarnos a desentrañar el misterio de Dios desde la capacidad racional de llegar a la existencia de Dios –como dice el primer capítulo de la Carta a los Romanos–.

Y por otro lado tiene la gracia de hacer ver que la razón y la fe no sólo no se oponen sino que se exigen recíprocamente.

En este contexto, el querido Papa Benedicto aludió en la conferencia inaugural a las culturas precolombinas como expresiones de la creación de la naturaleza, abiertas intrínsicamente a esta llegada de la plenitud de la verdad, del amor y de la vida que nos trae Cristo.

Esas palabras del Papa han sido mal interpretadas. Pero, como gran teólogo que es, pone en relación la creación, la redención, y la plenitud de la vida en el amor.

De este modo, muestra que esa cultura del continente latinoamericano estaba como exigiendo la plenitud de la verdad y del amor. No sólo no anula la semilla del Verbo, que se presenta en toda cultura, sino que la promueve y vivifica para seguir este proceso de maduración de toda cultura en la integración con el misterio del ser del hombre y de toda la humanidad, que tiene una sola vocación «divina», como dijo el Concilio Vaticano II.

–El Papa, en su discurso inaugural, subrayó la prioridad de la fe sin descuidar los desafíos urgentes que plantea la realidad. ¿Cómo analiza usted ese pasaje del discurso del Papa?

— Monseñor Nicolás Cotugno Fanizzi: Ese discurso le debe mucho a lo que el mismo Papa escribió en la primera carta encíclica «Deus caritas est» y al gran documento que él escribió después del Sínodo de la Eucaristía de 2005 [«Sacramentum caritatis»]. Hay una relación connatural entre la fe en Dios y la acción humana que se desprende de esa fe, creando fraternidad universal. Desde Dios amor es necesario poner todas las energías en la construcción de la familia humana, de la humanidad como la familia de los hijos de Dios. Por lo tanto, la solidaridad humana es una consecuencia intrínseca de la fe en Dios.

El criterio de la credibilidad de la Iglesia en el mundo consiste en que el pueblo de Dios, en su conjunto, asuma la conciencia de humanidad que quiere crecer como familia. De ahí esas inquietudes de Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI de construir la familia humana superando los localismos de todo tipo. La palabra del Papa se concreta luego en iniciativas de superación de esas injusticias institucionalizadas a nivel mundial, de pueblos que son cada vez más ricos y de pueblos que son cada vez más pobres.

En este contexto, el progreso tecnológico tiene que desembocar en una distribución de la riqueza más igualitaria pero no como actitud de generosidad de quién tiene más en relación a quien tiene menos, sino como exigencia intrínseca de la dignidad de la persona humana que exige igualdad, fraternidad.

Significa poder traducir en los hechos que todos tenemos un mismo origen, que es Dios. El Papa enseña que de la racionalidad que nos pone en contacto con la existencia de Dios, de esa racionalidad que nos lleva a descubrir la existencia de Dios, se desprende la exigencia de una solidaridad a nivel universal. Para la Iglesia católica el criterio de autenticidad de la vivencia de la fe es poder volcar en ese hermano a quien se ve todo el cariño que queremos dar a Dios, a quien no se ve.

–¿Qué espera de los próximos pasos de la Quinta Conferencia?

— Monseñor Nicolás Cotugno Fanizzi: Espero de todo corazón que se pueda llegar a concretar el discipulado de tal manera que tengamos caminos de iniciación al misterio de Cristo, de iniciación mediante una catequesis que nos dé procesos mistagógicos.

Es decir, haciendo referencia a los primeros tiempos de la Iglesia, tenemos que crear procesos que nos pongan en el misterio de Cristo, de la Iglesia, del hombre, pero de una manera existencial. Es necesario hacer experiencia de Dios, de tal manera que los que seguimos a Jesucristo tengamos caminos concretos a nivel universal, a nivel de América Latina y el Caribe, y a nivel de Iglesia particular, para hacer realidad esta revitalización de nuestro Bautismo, de nuestra Confirmación, de nuestra Eucaristía, es decir, de la iniciación cristiana.

De tal manera que todos le hagamos honor al título que el Señor nos da cuando nos llama a seguirlo: «ustedes serán mis discípulos si hacen lo que yo les digo». Y lo que el Señor nos dice es entregar la vida por los demás con el mismo amor con que Él nos ha amado a nosotros. Lo que uno espera es que realmente todas estas verdades, que son las más concretas de la vida de la Iglesia, puedan traducirse en caminos concretos de realización para los próximos años de tal manera que América Latina no sólo sea el continente de la esperanza, sino también el continente del amor.

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ZENIT Staff

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