APARECIDA, viernes, 25 mayo 2007 (ZENIT.org).- América Latina tiene un déficit de laicos católicos, bien formados, apasionados por Cristo y su Evangelio, que ofrezcan una contribución decisiva en la vida pública, considera el profesor Guzmán Carriquiry, subsecretario del Consejo Pontificio para los Laicos.
El doctor Carriquiry, uruguayo, se encuentra en Aparecida al haber sido nombrado por Benedicto XVI perito en la Quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. En esta entrevista concedida a Zenit, el primer laico en ser subsecretario de un dicasterio vaticano, hace un balance de los temas decisivos que está afrontando la cumbre eclesial.
–¿Qué le ha impactado del discurso inaugural que el Papa dirigió al inaugurar la Quinta Conferencia?
–Profesor Guzmán Carriquiry: El discurso inaugural de Benedicto XVI en Aparecida afirma algunos aspectos cruciales y decisivos que resultan fundamentales en todo transcurso y en la guía iluminante y segura de esta Conferencia.
Distinguiría de ese discurso algunas aproximaciones a la realidad latinoamericana y las claves de lectura cristiana de la realidad latinoamericana.
El primer aspecto crucial que trató el discurso del Papa fue el de la inculturación de la fe católica desde los orígenes de nuestros pueblos, como respuesta a la búsqueda y a la espera de la revelación del verdadero rostro del Dios desconocido. El verbo de Dios puso en las comunidades indígenas muchos gérmenes y semillas que después con la evangelización llegaron a su fructificación, a su purificación, a su plenitud.
El segundo punto que me impresionó profundamente en el discurso del Papa es la manera en que el Santo Padre reconoció esa singular experiencia histórico-cultural que nos lleva a reconocernos como latinoamericanos. Insistió en cómo la impronta católica se manifiesta en muchas dimensiones de nuestra cultura gracias a una misma historia y a un mismo credo.
En tercer lugar, también fue importante que reconociera la piedad popular como un preciosísimo tesoro, haciendo referencia a Cristo sufriente, a la presencia de Cristo en la Eucaristía, a la maternidad de la Virgen María.
Eso en cuanto a la aproximación de toda la realidad latino-americana. Son aspectos fundamentales de esa aproximación.
En el viaje de Roma rumbo a Sao Paulo, hablando espontáneamente con los periodistas durante el vuelo, el Santo Padre dijo: «Yo amo mucho a América Latina […] No soy un especialista, pero estoy convencido de que aquí se decide, al menos en parte —en una parte fundamental—, el futuro de la Iglesia católica. Esto siempre ha sido evidente para mí. Como es obvio, siento la necesidad de profundizar aún más mi conocimiento de este mundo».
Pero los puntos que dio de aproximación a la realidad latinoamericana fueron absolutamente fundamentales. Como lo fueron también los puntos de una hermenéutica cristiana de la realidad, una lectura cristiana de esa realidad.
En cuanto a esa lectura cristiana de la realidad el discurso del Papa está muy centrado en la primacía de la fe. ¿Cómo afrontar la realidad a la luz de la fe?
El Papa afirma brevemente, pero con enorme profundidad, que Dios es lo más real de la realidad y es un error destructivo ponerlo entre paréntesis o ignorarlo en todo análisis de la realidad. Y eso es fundamental, porque el método que se sigue por lo general en esta Conferencia es el de «ver, juzgar, y actuar».
Nos advierte para no quedarnos simplemente en análisis económicos, sociales y políticos, y ante el peligro de que la mirada del creyente no perciba la presencia de Dios como lo más real de toda la realidad. Ignorar eso, el Papa dice, sería un error destructivo.
Afrontar los problemas sociales y políticos sin ese primado de la fe sigue siendo un error destructivo. Es decir, cuando Dios está ausente no se afrontan bien los problemas sociales y políticos. Cuando Dios está ausente, no se actúa efectivamente a favor del bien de los hombres y de los pueblos. Cuando se quiere edificar una sociedad sin Dios, se construye contra el hombre.
–¿Cómo ha acogido la Conferencia de Aparecida el discurso del Papa? En algunos sectores sociales se han criticado algunas palabras de ese discurso.
–Profesor Guzmán Carriquiry: El discurso del Papa ha sido muy bien recibido en esta Quinta Conferencia General por los obispos. Hay toda una tarea muy importante en curso para asimilarlo en todas sus implicaciones y consecuencias. Pero no dudo de que ya ha marcado profundamente esta Conferencia. Ha sido tan importante para esta Conferencia como el discurso inaugural de Juan Pablo II para la Conferencia de Puebla.
Por la prensa hemos sabido que algunos grupos indigenistas y algunas organizaciones no gubernamentales han reaccionado de una forma airada e incluso insultante, denunciando que la fe católica habría sido impuesta violentamente a los indígenas como barniz ideológico de una conquista, de una explotación, hasta incluso de un genocidio.
Lo menos que se pude responder a ello es que tal reacción es tributaria de una leyenda negra que falsifica la historia real. Si tal hubiera sido el origen de la fe, entonces hubiera sido abandonada desde hace muchísimo tiempo. En cambio, al inicio del siglo XXI todavía el 85% de los latino-americanos están bautizados en la Iglesia católica. Y cuando se hacen encuestas en nuestros países, los resultados son siempre los mismos. Los más altos niveles de confianza, de credibilidad, de consenso y esperanza están puestos por nuestros pueblos en la Iglesia mucho más que en otras instituciones civiles y públicas.
Cierto que hubo casos y situaciones de abuso y de imposición de la fe. Pero la propagación del Evangelio de Cristo fue percibida y acogida por los indígenas como una respuesta persuasiva, atrayente para los deseos de verdad y sentido de la vida, de justicia, de felicidad, incluso en condiciones muy dramáticas. El acontecimiento de Nuestra Señora de Guadalupe fue absolutamente capital en ese proceso de inculturación y propagación de la fe.
–¿Cuál es el ambiente que se está viviendo en la Conferencia?
–Profesor Guzmán Carriquiry: En general, estamos viviendo en la Quinta Conferencia un ambiente de serena comunión. Llama la atención que dentro de la Conferencia –y no es una visión ilusa, sino muy real– no hay polarizaciones y contraposiciones. En ese sentido, esta Conferencia es menos tensa y dramática que las anteriores. Esto es para bien, naturalmente, como un camino de madurez. Pero también es un signo preocupante cuando no hay debates que vayan hasta el fondo y no hagan aflorar alternativas, fijar prioridades.
En todo caso, esta Quinta Conferencia está sostenida y protegida por mucha oración. Estamos trabajando bajo el Santuario de Nuestra Señora Aparecida, con la liturgia eucarística cotidiana, con la liturgia de las horas, con la presencia maternal, acogedora y protectora de Nuestra Señora, y con la compañía extraordinaria del pueblo pobre y creyente de América Latina.
–¿Cómo está afrontando la Conferencia el tema de los laicos?
–Profesor Guzmán Carriquiry: Están presentes laicos de muchos países latinoamericanos en esta Conferencia, incluso entre los peritos. Es la primera vez que se da una categoría de invitados que son los representantes de los movimientos eclesiales, o sea, las nuevas comunidades. El tema del laicado no podría faltar.
Son el 98% de los bautizados en América Latina. Cuando se habla de convertirse en discípulos y misioneros de Jesucristo eso toca la vida de todos los bautizados. Se da una preocupación fundamental por la vigencia de la tradición católica, que se expresa en la riqueza de la piedad popular, para que se trasforme en carne y sangre de hombres nuevos y mujeres nuevas, que, educados en la fe,
crecidos en la fe, en un renovado encuentro y seguimiento de Jesucristo, en una más profunda comunión personal y comunitaria con Él, se conviertan en sus discípulos.
Desbordando alegría y gratitud participan en la misión, comunicando la experiencia del don del encuentro con Cristo, en todos los ambientes de la convivencia social. Eso es lo fundamental para todos, redescubrir la dignidad, la belleza y la alegría de ser cristianos.
Otro tema que sobre esa base se ha trabajado muchísimo es la preocupación de los obispos por una cierta fragilidad y una cierta irrelevancia en muchos casos de la presencia de los fieles laicos en los areópagos de la política, de la vida pública, de la universidad, de la cultura, de los medios de comunicación, de la economía, para que puedan ser constructores de sociedad, como decía el documento de la Conferencia de Puebla.
Se da una fragilidad o a veces una cierta irrelevancia. Hay laicos generosísimos que colaboran y participan en las comunidades cristianas, llenan nuestros santuarios, sirven en la catequesis, son ministros no ordenados para tantas actividades de edificación de las comunidades cristianas. Pero se da un déficit de presencia del laico desde su fe en la vida y en el destino de nuestros pueblos. Faltan laicos coherentes y competentes, valientes, audaces, realistas y proféticos a la vez, que abra caminos del Evangelio en la vida pública y en la convivencia social en nuestros pueblos. Los obispos se proponen cubrir este déficit a partir de esta Conferencia.
Es verdad que hay muchos políticos en América Latina que se confiesan católicos. Y nadie entra a juzgar las conciencias. Pero muchas veces, al analizar las acciones, parece que esa confesión de católicos importa más como una cierta búsqueda de consensos o como un cierto tributo, u homenaje a la tradición católica de los pueblos, en vez de ser una adhesión personal a la responsabilidad católica en el testimonio, en el servicio del bien común entre los pueblos.
Necesitamos, por tanto, muchos cambios en los sectores dirigentes y de liderazgo en América Latina; hay que acompañar, alimentar, formar, sostener generaciones de laicos católicos que vayan superando ese déficit. Que estén presentes en los lugares donde está en juego la construcción de una nueva América Latina.