ROMA, jueves, 31 mayo 2007 (ZENIT.org).- Para el cardenal Julián Herranz, las circunstancias históricas de la Iglesia y del mundo y las características personales del Papa teólogo Benedicto XVI, emparientan a éste, espiritual y pastoralmente, «con los Padres de las Iglesia».
Estas figuras decisivas en los primeros siglos del cristianismo, aclara el purpurado español, «vivieron los acontecimientos eclesiales y sociales de su tiempo con especial clarividencia doctrinal y un profundo sentido de responsabilidad pastoral».
El cardenal se sumó el miércoles, con esta intervención, al homenaje que, con un ciclo de conferencias, rinde la Embajada de España ante la Santa Sede a Benedicto XVI, con ocasión de su 80º cumpleaños y del 2º aniversario de elección a la sede petrina.
Crisis post-conciliar
Presidente de la Comisión Disciplinar de la Curia Romana, presidente emérito del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos y miembro de varios dicasterios vaticanos, el cardenal Herranz trazó tres momentos históricos correspondientes a tres grandes desafíos pastorales en los que ve especialmente reflejada la personalidad de «Padre de la Iglesia» del cardenal y pontífice.
El primer desafío lo situó en la crisis post-conciliar, una «situación paradójica» –dijo– que se vivió de 1965 a 1985.
«Mientras el Espíritu Santo acababa de difundir sobre la Iglesia la luz potentísima del Concilio Vaticano II sobre cómo presentar la verdad salvífica de Jesucristo al mundo de hoy, se abrió un período dramático de oscuridad y de confusión en muchos sectores eclesiásticos», recordó el purpurado.
Esto llevó «a muchos clérigos a laicizar su estilo de vida, y comportó lamentablemente –reconoció– una tremenda hemorragia de defecciones sacerdotales y religiosas, un experimentalismo litúrgico frecuentemente anárquico y desacralizador, hecho en nombre de la llamada abusivamente «reforma litúrgica querida por el Concilio», y así sucesivamente».
Joseph Ratzinger, al interpretar el magisterio doctrinal y disciplinar del Concilio, «ha sido y es constante al afirmar la íntima armonía existente entre la fidelidad a las exigencias de la verdadera tradición –constató el cardenal Herranz– y las también exigencias de evangelización de la moderna sociedad tendencialmente cientifista y agnóstica».
Se trata de una «sociedad orientada a vivir «como si Dios no existiera», a la que [el Papa] invita a vivir «como si Dios existiera», con gran enfado de algunos ateos militantes», apuntó el purpurado.
Dictadura del relativismo
El segundo desafío lo centró el cardenal Herranz en el pre-cónclave de 2005 y en la «dictadura del relativismo».
Con «fuerza», el entonces decano del Colegio cardenalicio «volvió a proponer en la histórica homilía (en la misa «pro eligendo pontifice», el 18 de abril de 2005) la verdad salvífica de Cristo frente a la decadencia racional y moral del agnosticismo y del relativismo imperantes hoy en determinados sectores culturales y políticos», recordó el purpurado español.
Advertía Joseph Ratzinger de que la dictadura del relativismo no reconoce nada como definitivo y deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos.
La utopía relativista de la «libertad sin verdad» -alertó el cardenal Herranz- representa «una acuciante amenaza de perversión cultural y antropológica, más aún porque en el terreno político y legislativo encuentra el apoyo del absoluto positivismo jurídico, negador de la ley natural», es decir, «negador de la realidad sobre la naturaleza de la persona humana, que se quiere negar que sea un concepto y un valor de carácter universal».
Poco después, el Papa Ratzinger –continuó el purpurado- afirmó que una democracia sin valores se transforma en relativismo, en una pérdida de la propia identidad, y a la larga puede degenerar en totalitarismo abierto o insidioso.
Pero Ratzinger «no es hombre que se limite a señalar errores o peligros; sabe que el cristianismo es sobre todo el encuentro con la Verdad encarnada, con Cristo, que revela al mundo y al hombre no sólo el misterio de Dios, sino también el misterio del hombre, de su dignidad, de su naturaleza y de su destino eterno», subrayó el cardenal Herranz.
Por eso -aclaró-, en la misa «pro eligendo», al final de su homilía «a los 115 cardenales electores que íbamos a entrar en el Cónclave, el cardenal decano añadió: «Nuestro ministerio es un don de Cristo a los hombres, para construir su cuerpo, el mundo nuevo»».
«Un mundo –apuntó el cardenal Herranz- en el que Cristo sea la medida del verdadero humanismo, y donde un sano concepto de laicidad, que respete la dignidad natural de la persona humana y los derechos universales que de esa naturaleza dimanan, incluida la libertad religiosa, permita superar la dictadura del relativismo que insufla en algunas instituciones políticas nacionales e internacionales, sobre todo en la vieja Europa».
«No se trata de un problema político de izquierda o de derecha» –advierte el purpurado-; «es un problema humano de gran espesor cultural y moral, y por tanto social».
Y recalca que «Benedicto XVI es bien consciente de que ese fundamentalismo laicista radicalmente hostil a toda relevancia familiar, cultural y social de la religión está tratando de imponer una forma enfermiza de filosofía estatal agnóstica deseosa de cortar las raíces culturales e históricas de naciones y continentes enteros».
«Afortunadamente –constata el purpurado español- son los mismos estamentos sociales –familias, academias, asociaciones, etcétera- los que reaccionan pacífica, pero tenazmente, contra esa dictadura del relativismo que se opone no sólo al cristianismo, sino a las tradiciones religiosas y morales de la humanidad; y dialogan respetuosamente con los poderes públicos para que se respete, entre otros derechos fundamentales, el derecho a la libertad religiosa, proclamado tanto para el ámbito privado como familiar y social en el artículo 18 de la Declaración Universal de los DDHH de la ONU».
Diálogo fe-razón
En el «encuentro razón y fe» considera el cardenal Herranz que está el tercer desafío al que hace frente Joseph Ratzinger, cuyo pensamiento sigue una línea de armonía y complementariedad entre esos dos conceptos.
«El Papa en su encíclica [«Deus caritas est». Ndr] subraya que el Dios de la fe cristiana no es una realidad inaccesible –recuerda el purpurado-; al contrario, el Dios de la Biblia ama al hombre, por eso no permanece inaccesible, sino que entra en nuestra historia, en el espacio y en el tiempo: el Verbo se encarna en la Virgen y da vida a una maravillosa historia de amor y de salvación que culmina en la Cruz y en la Eucaristía».
Aludió particularmente a la «histórica lección magistral de Ratisbona» (del 12 de septiembre de 2006), «profundamente respetuosa a las otras religiones».
En esa ocasión el Papa explicó que, «igual que Dios ama, crea y se entrega libremente, la fe en Él ha de ser un acto racional y libre –recordó el cardenal Herranz-. Ninguna autoridad civil o religiosa puede imponerlo o prohibirlo, violentando la libertad y la razón humana».
Para el cardenal Herranz es extraordinariamente importante cómo estimula el Papa al hombre moderno para que tenga más confianza en su razón.
«Y la Iglesia –añadió- está tratando de dar al hombre moderno un poco de más confianza en su razón para que comience a pensar en cómo esa razón, libremente, le puede conducir a Dios».
Elección al pontificado y balance de dos años
«Se ha dicho que en la rápida elección del cardenal Ratzinger concurrieron cuatro factores: el prestigio intelectual del gran teólogo, la legitimidad institucional
del prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, la fama de hombre de profunda vida espiritual y experiencia pastoral y también la legitimidad de hombre de confianza de Juan Pablo II», enumeró el cardenal español, que se contó entre los electores del último cónclave.
«No voy a violar ningún secreto del Cónclave –bromeó–, pero pienso que todo ello fue verdad».
Y sintetizó: «De estos dos años de pontificado se ha puesto de relieve sobre todo la continuidad del tenaz magisterio pontificio en lo que constituye el deber y gozo fundamental del divino mandato apostólico recibido, es decir, predicar al mundo la persona y el Evangelio de Cristo, dar a conocer y enseñar, tratar y amar, al Verbo de Dios encarnado, a Jesús de Nazaret, principio de vida y de salvación para las almas, que Ratzinger sabe anclar en la realidad cotidiana de los fieles, pero también luz necesaria para comprender y tutelar verdades y valores fundamentales no negociables -expresión suya-, en primer lugar la dignidad de la persona y de la vida humana, el matrimonio y la familia fundada sobre el matrimonio».
«Me permito decir con cariño a Benedicto XVI desde aquí: gracias Santidad, porque nos enseña a vivir así, con el alma contemplativa e inmersa en la gozosa amistad con Jesús de Nazaret, y con la mirada atenta a los apasionantes acontecimientos humanos y desafíos intelectuales y apostólicos de nuestro tiempo», concluyó.