CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 1 julio 2007 (ZENIT.org).- El Vaticano no es un monumento, es el testimonio del martirio de san Pedro, explica el portavoz de la Santa Sede.
El padre Federico Lombardi S.I. explica el sentido de la fiesta de los santos Pedro y Pablo (29 de junio) que acaba de celebrar la Iglesia en el último editorial de «Octava Dies», semanario producido por el Centro Televisivo Vaticano del que es director, transmitido por canales de televisión de todo el mundo.
«El Vaticano no es un conjunto de monumentos, por más preciosos que sean, ni una sede de instituciones, por más prestigiosas e influyentes que sean», aclara.
«Es ante todo el lugar histórico y espiritual del martirio y de la tumba de Pedro: donde testimonió con su sangre esa fe sobre la que se sigue basando la nuestra, uniéndose a través del tiempo con una cadena ininterrumpida de testimonios de fe».
Al Vaticano hay que venir, ilustra el sacerdote, para volver a pronunciar «con Pedro y con su sucesor la profesión de fe: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”».
«Sobre este fundamento, la Iglesia se mantiene unida –añade el padre Lombardi–. Por este motivo, cada año, los nuevos arzobispos, responsables de las diferentes provincias de la Iglesia católica, vienen a pronunciar en este día su juramento de fidelidad al sucesor de Pedro y a recibir de sus manos el signo del palio, que llevarán sobre los hombros para manifestar su unión con él, aunque estén lejos».
«Por este motivo, todos los años, los representantes del patriarcado ecuménico ortodoxo de Constantinopla vienen a Roma para participar en la celebraciones, sabiendo que en ningún lugar como en éste hay que rezar para mantener la unión y pedir a Dios que la haga cada vez más plena. Occidente y Oriente creen y esperan juntos», recuerda el portavoz.
«Pero uno no sólo viene a Roma: desde Roma hay partir. Pablo vino a morir a Roma, el centro del mundo, para que el Evangelio se difundiera hacia todos los confines de la tierra. El Papa ha convocado un “año paulino” [junio 2008-junio 2009] dos mil años después del nacimiento del apóstol», añade.
«La Iglesia vive para la misión, para anunciar a ese Cristo en el que cree, para dar a conocer el amor de Dios por todo el mundo. Sólo por esto. Es lo más importante de todo», concluye.