ROMA, martes, 17 julio 2007 (ZENIT.org).- Publicamos una reflexión del doctor Renzo Puccetti, especialista en Medicina Interna y secretario del comité Ciencia & Vida (Scienza & Vita) de Pisa-Livorno, sobre los factores que empujan a la petición de la eutanasia.
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Entre los argumentos más recurrentes para respaldar la eutanasia como derecho de la persona existe el que se apoya en el principio de autonomía, según el cual, etimológicamente, cada uno debería ser autòs-nòmos, ley de sí mismo. Más allá de la cuestión central de un principio de autonomía tan dilatado como para poder superar cualquier otra consideración, asume relevancia no omisible verificar cuánta autonomía existe en la decisión del paciente que realiza una petición de eutanasia. Para ayudarnos a dar algún paso más en un campo verdaderamente complejo y delicado, puede ser útil resumir la panorámica de la literatura médico-científica ofrecida por la doctora Maria Cristina Del Poggetto, especialista en psiquiatría y en psicoterapia sistémico-relacional, en el curso del congreso sobre cuidados al final de la vida, que ha tenido lugar en la Facultad de Medicina de Pisa en las pasadas semanas, organizado por la Asociación Ciencia & Vita (Associazione Scienza & Vita) de Pisa y Livorno.
Las dimensiones del fenómeno son bastante contenidas, pero no despreciables; según las diversas casuísticas el porcentaje de pacientes afectados por una enfermedad que ha llegado a la fase terminal y que en un momento dado está dispuesto a pedir la anticipación de la muerte gira entre el 1% y el 5%. Es adecuado evidenciar la clara diferencia que existe entre actitud, deseo y petición de eutanasia, dado que los deseos son fluctuantes, ambivalentes y subordinados a condiciones hipotéticas. En la base de la petición eutanásica se encuentran tanto factores ligados a la condición del paciente como factores externos a él.
Entre los primeros, el elemento que empezó a llamar la atención de los investigadores fue verificar si en la base de la petición de eutanasia podía haber una condición de depresión. Tras una serie de señalaciones no unívocas, en 2000 el psiquiatra William Breitbart publicó en la prestigiosa revista médica JAMA un estudio en el que, entre los pacientes afectados por tumores en fase terminal con deseo de muerte, la depresión tenía una incidencia del cuádruple. Datos confirmados por un estudio sucesivo de 2002 por parte del médico [especialista en cuidados paliativos] Eoin Tiernan. Sin embargo, a pesar de estas evidencias, un grupo de investigadores holandeses, en cuyo país la eutanasia es legal, hipotizó que los pacientes holandeses que reiteradamente planteaban la ponderada petición de eutanasia eran los no deprimidos. Pero los resultados del estudio holandés hicieron cambiar de opinión a los propios investigadores: entre los pacientes que pedían la eutanasia la incidencia de depresión resultó superior al cuádruple. Con todo, a pesar de estas evidencias, los autores holandeses increíblemente no recomendarían la consulta psiquiátrica todas las veces que existe una petición de eutanasia por el hecho de que sólo en el 9% de los casos ello haría cambiar de idea al médico de cabecera. Todos los estudios son además concordes en mostrar una clara infrautilización y un retraso en la administración de fármacos antidepresivos en estos pacientes; como si la depresión en estas personas fuera algo normal y no una patología que se añade a otra patología, cuya falta de atención desemboca en una injustificada e inaceptable discriminación.
Se debe en especial a otro investigador, el psiquiatra canadiense Harvey Max Chochinov, el reconocimiento de la importancia de otro elemento, diferente a la depresión, en la génesis de la idea suicida de los pacientes llegados a la fase terminal de su enfermedad: la hopelessness (desesperación). El mismo autor elaboró un prometedor modelo psicoterápico, conocido como dignity therapy, a través del cual, entre otras cosas, se busca ayudar a la persona a no identificarse con la propia enfermedad. La literatura médico-científica está además de acuerdo en subrayar la importancia de la condición espiritual del paciente; un elevado nivel de espiritualidad se opone a la desesperación y reduce la ideación suicida.
Otro elemento añadido, sospechoso de contribuir a la petición de eutanasia, es el «síndrome por desmoralización», identificado en 2001 por David Kissane, al frente del Departamento de Psiquiatría del Memorial Sloane-Kettering Cancer Center. Se trata de una condición caracterizada por desesperación, pérdida del sentido de la vida y estrés existencial que el paciente limita sin embargo sólo al futuro. Además de estas variables que expresan el estado psicológico del paciente, se han identificado ya numerosos factores capaces de empujar a la persona gravemente enferma a pedir la eutanasia. Entre estos, la impresión de haberse convertido en una carga para los demás, la menor cohesión familiar, pero también el menor adiestramiento psicoterápico del médico de cabecera y la voluntad de estos de anticipar la muerte del paciente, condición asociada a una mayor tasa del síndrome de burn-out, que lleva al desapego emocional del especialista respecto al asistido.
Frente a la complejidad del cuadro recién trazado, adquiere un peso no fácilmente eludible la postura de aquellos que consideran la petición de la eutanasia del paciente como un desafío no sólo humano y ético, sino también médico en el sentido más tradicional, en las vertientes diagnóstica y terapéutica. «Es necesario intentar entender cuál es el problema», declaró la pionera de los cuidados paliativos, la doctora Elisabeth Kubler-Ross. Frente a la petición de eutanasia las respuestas sugeridas por los médicos [especialistas en cuidados paliativos] australianos en el número de septiembre de la revista Palliative Medicine van en la dirección de la escucha del paciente para poder comprender, ayudar y atender; ante tal petición, responder sencillamente «sí» es inapropiado y casi siempre ilegal; responder «no» deja al paciente en un estado de abandono. Buscar hablar con el paciente para entender qué le empuja a pedir morir es el camino indicado por los médicos en el artículo.
Al médico escéptico que en un foro on line afirmaba la normalidad de la depresión si se tiene «un cáncer terminal e irreversible», la señora Stefania respondió así: « […] ha dicho bien, ¡quién no estaría deprimido con un cáncer terminal! Mire: quien le escribe es una madre que ha perdido a una hija hace sólo cuatro meses, una hija maravillosa de 23 años. En cuanto le diagnosticaron la enfermedad luchó con todas sus fuerzas; después, con los primeros fracasos terapéuticos, especialmente tras gran sufrimiento, comenzó a dejarse ir, alejó a su novio, dejó los estudios y empezó a desear la muerte. Afortunadamente encontré a una buena psiquiatra que con sólo una pastilla de antidepresivo y alguna sesión terapéutica devolvió a mi hija la fuerza para luchar; retomó los estudios universitarios, consiguió el carnet de conducir, preparó la tesis de licenciatura, recomenzó su vida de joven «normal», aún sufriendo. Todo esto ocurría entre sesión y sesión de quimio, una intervención de apendicectomía, una embolia pulmonar, un infarto pulmonar, una micosis pulmonar, un trasplante de células estaminales, etcétera. Sostenía que eran accidentes del camino… Cuanto peor estaba, más se aferraba a la vida. Todos en la familia constatamos que el deseo inicial de «muerte» se debía a una fuerte depresión. No le niego que mi hija fue ayudada también por un buen padre espiritual que estuvo cerca de ella hasta la muerte; una muerte que le llegó estando alerta, serena y rodeada de médicos preparadísimos de la sección de hematología de Santa Úrsula de Bolonia».
¡Sí! Médicos, médicos hasta el final.
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Bibliografía:
— Johansen S et al. Palliat Med 2005, 19: 454-60.
— Breitbart W et al. JAMA Dec 2000 13;284(22):2907-11.
— Tiernan E et al. J R Soc Med 2002;95:386-390.
— Van der Lee ML et al. J Clin Oncol 2005, 23: 6607-12.
— Chochinov HM et al. Psychosomatics. 1998 Jul-Aug;39(4):366-70.
— McClain-Jacobson C et al. Gen Hosp Psychiatry. 2004 Nov-Dec;26(6):484-6.
— Kelly B et al. Psychosomatics 2004; 45: 311-8.
— Hudson PL et al. Palliative Medicine 2006; 20: 693-701.
— Grassi L. et al. J Pain Symptom Manage. 1999 Mar;17(3):188-96.
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