La pena de muerte pierde terreno

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Entrevista con el portavoz de la Comunidad de San Egidio, Mario Marazziti

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ROMA, martes, 28 agosto 2007 (ZENIT.org).- El pasado 27 de junio, el presidente de la República de Kirguizistán, Kurmanbek Bakiev, firmó la ley que elimina definitivamente la pena de muerte del sistema jurisdiccional del país.

La Comunidad de San Egidio ha trabajado desde hace tiempo en unión con las autoridades y los principales movimientos abolicionistas locales para construir y acoger el proceso de extinción definitiva de la pena capital y hacer del Kirguizistán un país clave en el proceso que está convirtiendo a Asia Central en una nueva área geopolítica liberada del homicidio estatal.

En este contexto la agencia Fides, órgano informativo de la Congregación vaticana para la Evangelización de los Pueblos, ha entrevistado a Mario Marazziti, portavoz de la Comunidad de San Egidio, quien desde hace muchos años está comprometido en la causa de la abolición de la pena de muerte.

–El Nuevo Testamento, además de distinguir entre pecado y pecador, indica al cristiano la obligación de practicar el perdón y la misericordia, en base al ejemplo dado por Jesús desde la Cruz. ¿Piensa usted que en el tercer milenio pueda ser esta – con el debido respeto a las demás religiones – la línea guía de quien trabaja por la abolición de la pena de muerte en el mundo?

–Mario Marazziti: Seguramente los cristianos pueden y deben abrirse a una visión abierta al perdón que sepa siempre dar vida a una justicia capaz de corregir y de ofrecer al mismo tiempo la posibilidad de cambio, pero sostengo que es difícil que esta visión pueda plasmarse en un sentimiento común internacional sobre el tema del crimen y de la pena. Ciertamente es necesario afirmar el concepto y la práctica de una justicia siempre rehabilitaría y nunca incapaz de no poder devolver aquello que es quitado: la vida. Toda pena que no deja posibilidad de cambio y de redención corre el riesgo de ser inhumana, y de ponernos en el lugar de Dios, otorgándonos un poder sin límites e involucrando al Estado y a la sociedad civil en el peor de los crímenes. Pienso que, como dice el libro de Job, el soplo de la vida está en las manos de Dios y que ni la sociedad, ni el hombre, ni el Estado pueden ponernos en el lugar de Dios. Espero que las sociedades del siglo XXI puedan abrirse y plantear penas adecuadas, en grado de reconciliar los sectores de la sociedad civil y por ello capaces también de comprender que el perdón puede representar una ventaja para la sociedad entera, liberándola del odio y de la venganza, sobre todo en el caso de guerras civiles y de conflictos.

En este sentido, pienso que la opción de Ruanda por abolir la pena de muerte, y ojalá sea pronto también la de Burundi, ayudará a introducir en aquellas sociedades laceradas por el genocidio y el odio étnico, una luz de esperanza y de convivencia sin violencia.

–Hay quienes sostienen que sobre el tema de la pena de muerte se está delineando un sentir común contrario a los grupos dirigentes más cultos que gobiernan los Estados, ¿es cierto?

–Mario Marazziti: Yo, a decir verdad, veo un progreso importante de la sensibilidad mundial respecto al rechazo de la pena capital. No creo que el crecimiento de esta sensibilidad sea fruto solamente de una evolución del pensamiento de inteligencias estrechas. Se está afirmando una conciencia mayor, en el sentido de que la pena de muerte es un atajo del que se vale el Estado, frente a la responsabilidad primordial que tiene de salvaguardar la vida de las personas. Por la existencia de problemas sociales que no se afrontan y no se saben afrontar, irrumpe la conciencia de la inutilidad en cuanto medio, de la pena de muerte y de su capacidad disuasiva, así como de su uso discriminatorio en perjuicio de las minorías sociales, étnicas, religiosas y de adversarios políticos. Pienso, por ejemplo, que en el mundo de los afro-americanos hay un fuerte rechazo de la pena de muerte, que no tiene nada que ver con las elites cultas y por ello con la idea de unos derechos civiles y humanos de las minorías que detentan el poder; es una idea que se ha afianzado bajo la percepción de la exclusión y del racismo, que viene acompañada también, en una democracia grande como la de los Estados Unidos de América, por la eliminación de la pena capital. Se trata de un gran movimiento de toma de conciencia que a veces se queda atónito frente al enorme número de errores judiciales y ejecuciones, a veces por el hecho de que la condena a muerte agrega siempre una muerte y muchas otras víctimas – incluidos los miembros de la familia de los condenados – a las víctimas de los crímenes ya cometidos. Puede que exista ciertamente una élite más advertida, que siente que la pena de muerte afianza una cultura de muerte, mientras afirma que combate por la vida y que quiere combatir el crimen. La contradicción es sumamente fuerte, pues esta cultura de muerte es legitimada al nivel más alto del Estado e involucra a toda la sociedad civil y finalmente se reduce a una propia y verdadera venganza de Estado, cuando en nuestra época existen ya siempre medidas alternativas.

–¿Piensa Usted que existen las condiciones para un pronunciamiento favorable de las Naciones Unidas sobre la suspensión de la pena de muerte?

–Mario Marazziti: Existe ya el número necesario para alcanzar el objetivo de una mayoría que pueda aprobar por primera vez una resolución para la suspensión de la pena de muerte en la asamblea de la ONU. Para llegar a este resultado es necesario que la resolución no sea presentada sólo por Italia y Europa, sino que – y esta es la dirección que se ha tomado – sea co-promovida por importante países guía y símbolo del sur y de otras zonas del mundo (Brasil, México, Chile, Senegal, Sudáfrica, Camboya, Filipinas, para citar sólo algunos). De esta manera no será posible utilizar el argumento, ya utilizado en el 99, de que se trata de una visión neo-colonialista de los derechos humanos que los países ricos querrían imponer al resto del mundo.

Contemporáneamente, se debe hacer un trabajo de claridad y de convencimiento, en relación a muchos países abolicionistas de hecho que podrían estar preocupados si la resolución se convirtiese en arma de intercambio político de ayudas entre grandes países (China, Estados Unidos, Arabia Saudita, por ejemplo) sobre otras cuestiones, a cambio del voto favorable a la resolución. La resolución, en cambio, se debe presentar como una oferta y como un puente también para los países proteccionistas y para aquellos países que no se sienten preparados para afrontar a la opinión pública con el fin de explicar el cambio hacia otra dirección de marcha. Es seguramente una gran ocasión esta que se está abriendo, para un proceso civil y democrático. Con seguridad la sinergia entre las grandes organizaciones no gubernamentales, los Gobiernos europeos, y los Gobiernos sensibles a la cuestión también en África, puede dar buenos resultados. Pero es necesario trabajar, y mucho. No es de ningún modo un proceso automático”.

–En el caso de que se de un pronunciamiento favorable, ¿cuáles serían las consecuencias, inmediatas y a mediano plazo?

–Mario Marazziti: La consecuencia inmediata sería la afirmación de una cultura y de un principio sumamente útil al mundo: no es necesaria la pena de muerte ni siquiera frente a crímenes horrendos o frente al genocidio, como se ha afirmado ya al momento de la constitución del Tribunal Penal para los crímenes contra la humanidad y como prevé el Estatuto de este Tribunal que la ONU ha querido. Reafirmar este principio y esta práctica en el Parlamento más importante del mundo, se vuelve una ‘escusa’ importante para la adherencia en el caso de aquellos Gobiernos que están bajo la presión de la búsqueda del consenso político y la simplificación del debate sobre la seguridad, que en los momentos de
crisis utiliza la pena de muerte como supuesta medida disuasoria. Un pronunciamiento favorable sería una gran oportunidad para los países musulmanes, para los países del Centro-Este europeo, para muchos países africanos que están evolucionando rápidamente en este terreno y que podrían sentirse alentados a tomar decisiones justas y valientes. Lo mismo podría suceder con algunos Estados internos de Estados Unidos, o en Corea del Sur, o Taiwán. Sería una oportunidad para reabrir el debate sobre la pena de muerte en los países que ya han declarado la suspensión.

–¿Si tuviese que indicar un hecho simbólico para la campaña contra la pena de muerte dirigida por la Comunidad San Egidio, cuál mencionaría? ¿Cuál ha sido su repercusión en el mundo?

–Mario Marazziti: Citaría la llamada a una suspensión definitiva que lanzamos en el año 2000, que recogió 5 millones de firmas. Un hecho que quisimos concebir como interreligioso y que reflejó cómo se ha creado una convergencia de todas las culturas, independientemente de la pertenencia. Otro hecho: las miles de ciudades del mundo –pertenecientes también a países que conservan la pena capital– todas conectadas por el 2002 por la Vida contra la pena capital. Estos hechos me llevan a decir que el mundo está cambiando, más de lo que creemos. Incluso Texas –donde durante este año se ha practicado un número de ejecuciones superior a la mitad de las ejecuciones practicadas en todos los Estados Unidos – no existe ni un solo periódico que no haya publicado algún artículo sobre la necesidad de una suspensión. Incluso en esa parte del mundo algo se está moviendo. Mucho, diría yo.

–Hay quienes dicen que los esfuerzos contra la pena de muerte resultan muy contradictorios en quien viene de una Europa que no respeta mucho la vida en otros campos, como si la batalla contra la pena de muerte naciera de la secularización y del hecho de no creer en la vida más allá de la vida.

–Mario Marazziti: A primera vista, quien afirma esto, tiene razón, pero olvida que el país que más uso hace de la pena de muerte en el mundo es la China, que no es conocida en el mundo por su sentido de la trascendencia, y olvida también que en realidad, entre las grandes democracias occidentales tenemos mundos completamente distintos – Japón, India, Estados Unidos, por ejemplo – que conservan la pena capital. Por ello, el rechazo a la pena de muerte sobretodo en Europa, tiene mucho que ver con una concepción cristiana y con el horror por la cantidad de muertes en el continente debido a dos guerras mundiales y a la Shoah, que ha impulsado a las nuevas democracias europeas, desde la post-guerra en adelante, a buscar un nuevo camino capaz de rechazar la muerte individual y la guerra como muerte colectiva. Que existan contradicciones en otros terrenos es parte de la historia, y el rechazo de la pena capital podría impulsar un re-pensamiento también sobre otras cuestiones, en el respeto, en todas ellas, a la vida.

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ZENIT Staff

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