COCHABAMBA, sábado, 10 noviembre 2007 (ZENIT.org).-Publicamos el mensaje que dirigió el cardenal Julio Terrazas S. C.SS.R., a la asamblea del episcopado boliviano el pasado 8 de noviembre.
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Ven Señor de la Justicia, de la Verdad y de la Paz
Esta súplica que resonará con mayor frecuencia en el Adviento que se aproxima, enmarca la realización de nuestra 85º Asamblea ordinaria. Es una gracia del Señor poder encontrarnos como pastores de la Iglesia en Bolivia y en comunión profunda con el alma de nuestros pueblos.
Me alegra acogerlos con una cordial y fraternal bienvenida para celebrar juntos este tiempo de espera y preparación a la venida del Señor. Nos urge su presencia: presencia que haga crecer abundantemente en nuestra vida personal y social los frutos de la justicia, la verdad y la paz.
En el espíritu esperanzador de la llegada del Hijo de Dios, saludo al Señor Nuncio Apostólico Mons. Ivo Scapolo, en cuya persona se reaviva la cercanía espiritual del Santo Padre Benedicto XVI en medio de nosotros, sobre todo por su predilección hacia nuestra Iglesia y a nuestro país. Saludo asimismo al apreciado Presbítero Marco Ganci, Secretario de la Nunciatura, agradeciendo su servicio eficiente y generoso.
Mis saludos de bienvenida cordial a todos y cada uno de ustedes hermanos arzobispos y obispos de Bolivia. En sus personas va mi recuerdo al Pueblo de Dios que apacientan con tanto celo, a todos nuestros sacerdotes diocesanos, diáconos permanentes y a cuantos conforman la Vida Consagrada de toda Bolivia. Con especial afecto recuerdo a nuestros fieles laicos y a nuestros seminaristas junto a sus abnegados formadores.
Una particular bienvenida a quien por primera vez participa de nuestra Asamblea: al apreciado Mons. Francisco Focardi, OFM, flamante Obispo Auxiliar del Vicariato del Beni. Tuve la dicha y el gozo de ordenarte en el ministerio episcopal como sucesor de los apóstoles. Tus hermanos obispos te aseguramos el apoyo de la oración y la amistad deseándote un servicio evangelizador fructífero en el querido pueblo que peregrina en las pampas benianas. Mi pensamiento, como en otras oportunidades evoca la vida de nuestros hermanos obispos eméritos presentes y a los que no han podido venir, y cuyo testimonio de fe y entrega volvemos a agradecer. Resalto la presencia de Mons. Jesús López de Lama, Obispo Emérito de Corocoro. Gracias por volver a tu casa.
Un profundo recuerdo va también para las hermanas iglesias de Alemania, con las que seguimos un caminar comprometido con la paz y la justicia, reafirmado por la reciente visita de Mons. Norberto Trelle, Obispo de Hildesheim.
Deseo finalizar esta primera parte expresando un gran y sincero agradecimiento al P. Francisco Flores S.J., quien nos acompañó como Secretario General Adjunto durante varios años con dedicación y espíritu eclesial. A él y a sus superiores les quedamos profundamente reconocidos.
Y al mismo tiempo presento al P. Eugenio Scarpellini que aceptó ser el nuevo Secretario General Adjunto de nuestra Conferencia. Gracias P. Eugenio por tu disponibilidad y gracias al Señor Obispo de Bérgamo, Mons. Roberto Amadei, por su constante solidaridad con nuestras Iglesias.
Hermanos Obispos: cuanto hagamos, reflexionemos, oremos o decidamos estos días llevará el sello de Aparecida; vivencia que toca al ser e identidad de los fieles y exige un accionar pastoral libre de nostálgicos encadenamientos o de ilusorios encantamientos. La tarea es desafiante y nos toca ponernos en acción para que nadie quede fuera de la «fiesta de la vida» y la convivencia no esté amenazada por la disgregación.
APARECIDA: NUEVO PENTECOSTÉS
Ni duda cabe que la V Conferencia General del Episcopado celebrada en Aparecida es el acontecimiento más importante en los últimos años para la Iglesia de América Latina y el Caribe.
El Espíritu de Vida llegó con nuevo ímpetu a nuestro continente para despertar en nuestra Iglesia la vivencia del discipulado y la misionariedad en momentos de grandes y vitales cambios y de ingentes desafíos para la evangelización.
Aparecida nos permitió asumir el bagaje de experiencias eclesiales vividas durante su preparación, en la reflexión comunitaria y en los momentos fuertes de oración. Desde este acontecimiento esperanzador nos toca reemprender el camino en comunión con la vida y la fe de los pueblos latinoamericanos y del Caribe.
El documento conclusivo es el punto de partida, no como letra muerta, sino como experiencia eclesial que se vivió y se hizo oración entre pastores y los sectores del Pueblo de Dios. Sería fantasioso pretender entrar a plenitud en el Documento Conclusivo, si lo separamos del espíritu que animó la celebración, espíritu de profunda comunión eclesial, de libertad y respeto en la pluralidad del pensamiento y de participación en las deliberaciones. Fue, sin duda, una renovada expresión de la colegialidad episcopal.
APARECIDA NOS DESAFIA
La tarea principal que nos espera en esta Asamblea es la de llevar adelante el proceso de preparación de un nuevo Enfoque y Directrices Pastorales para poner en estado de misión a nuestras Iglesias locales. Hay que diseñar el marco de referencia para configurar la identidad del creyente hoy, como «discípulo y misionero de Jesucristo para que nuestros pueblos, en El, tengan vida»
Cuanto Aparecida marca para América Latina, tiene también vigencia en la hora actual que vive nuestro país. «Se abre paso un nuevo período de la historia con desafíos y exigencias, caracterizado por el desconcierto generalizado que se propaga, por nuevas turbulencias sociales y políticas, por la difusión de una cultura lejana y hostil a la tradición cristiana, por la emergencia de variadas ofertas religiosas, que tratan de responder, a su manera, a la sed de Dios que manifiestan nuestros pueblos» (10).
El Papa Benedicto XVI nos advertía de otro desafío muy presente también entre nosotros: «Se percibe», nos decía en su discurso inaugural, «un cierto debilitamiento de la vida cristiana del continente en el conjunto de la sociedad y de la propia pertenencia a la Iglesia Católica».
Frente a estos y otros desafíos no debemos caer ni en el desaliento ni en la respuesta fácil. Tendremos que repensar y relanzar con fidelidad y audacia el Evangelio, mensaje de la paz y de la vida, para que nuestros pueblos construyan su dignidad en un ambiente de libertad y de justicia.
APARECIDA NOS DA ESPERANZA Y NOS ANIMA
«El Señor nos dice: «no tengan miedo» (Mt 28, 5)… Lo que nos define no son las circunstancias dramáticas de la vida, ni los desafíos de la sociedad, ni las tareas que debemos emprender, sino ante todo el amor recibido del Padre gracias a Jesucristo por la unción del Espíritu Santo… No tenemos otro tesoro que éste. No tenemos otra dicha ni otra prioridad que ser instrumentos del Espíritu de Dios, en Iglesia, para que Jesucristo sea encontrado, seguido, amado, adorado, anunciado y comunicado a todos, no obstante todas las dificultades y resistencias… (14)
En esta hora, en que renovamos la esperanza, queremos hacer nuestras las palabras de SS. Benedicto XVI al inicio de su Pontificado…: «¡No teman! ¡Abran, más todavía, abran de par en par las puertas a Cristo!…quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada –absolutamente nada – de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera» (15).
Estas palabras de aliento parecen pronunciadas para el momento presente que vivimos en Bolivia: momento de tensiones, de amenazas, lenguajes violentos e incomprensiones cimentadas en una cultura de enfrentamientos generalizados. No se dignifica al ser humano ni se le abre espacio a
la participación en la vida de la sociedad, sobre estas bases y de esta manera, sino reconociendo la dignidad de cada persona en cuanto hijo de Dios, redimido y amado por Jesucristo y llamado por lo tanto a vivir la amistad con El y con todos los hombres.
Este ha sido también el mensaje que hemos querido dar a nuestro país con la «Jornada de Oración» por la reconciliación, la unidad y la paz que celebramos en todas nuestras Iglesias y que estamos convencidos que enraizó en lo profundo de muchísimos corazones.
A todos debe llegarnos este llamado de ser portadores y constructores de esperanza, de paz y de renovado aliento, para encontrar la solución de los problemas que son motivo de división y ruptura, a través del dialogo y respeto mútuo, sobre la base del bien común y la justicia, y en el marco de la legalidad que garantice la tan deseada convivencia ciudadana.
APARECIDA NOS COMPROMETE A LA MISION
La palabra que nos hace el Señor a «no tener miedo» es, al mismo tiempo, invitación a dar una respuesta decidida y a comprometernos para compartir nuestra fe en Jesucristo y que en Él, nuestro pueblo tenga vida.
Así lo entiende y afirma el mensaje final de Aparecida: «Jesús invita a todos a participar de su misión. ¡Que nadie se quede de brazos cruzados! Ser misionero es ser anunciador de Jesucristo con creatividad y audacia en todos los lugares, donde el Evangelio no ha sido suficientemente anunciado o acogido, en especial, en los ambientes difíciles y olvidados y más allá de nuestras fronteras»( 4).
Asumir Aparecida es una exigencia vital. Es preciso asumirla en forma integral, sin distorsiones y sin lecturas o interpretaciones reductivas para la animación pastoral de nuestras Iglesias locales. Sabemos que el Documento conclusivo puede tener vacíos, pero como decía el Card. Martini en una de sus riquísimas orientaciones pastorales: «Un plan pastoral que comienza por la enumeración de lagunas o vacíos, está destinado a crear frustraciones y no esperanzas» (Card. Martini).
LA PALABRA ANIMA LA MISION
La misión a la que nos lanza Aparecida, tiene que partir de la Palabra de Dios, Palabra de Vida, que lleve al encuentro personal con Jesucristo, que convoque a vivir la fe en comunidad, y así ser signos del Reino de Dios en nuestra sociedad. «La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia», tema del Sínodo convocado por el Santo Padre, es una de las tareas que nos ocupará también en estos días en la preparación del aporte de nuestra Iglesia.
Es el Señor que pone en nuestras manos la vida, la fe y el caminar de nuestros pueblos, para que no nos quedemos mirando cuanto les acontece, sino que los enriquezcamos ofreciéndoles la presencia cercana y liberadora del Dios de Jesucristo.
Al declarar abierta esta Asamblea, en la que espero nos acompañe el Señor de la Justicia, de la Verdad y la Paz, hago mía la invocación a la Virgen María que pronunció el Santo Padre en el Santuario de Aparecida: «Pidamos a la Madre de Dios, nuestra Señora de la Concepción Aparecida, que cuide la vida de todos los cristianos. Ella, que es la Estrella de la evangelización, guíe nuestros pasos en el camino al reino celestial».
Gracias.
Julio Cardenal Terrazas
Arzobispo de Santa Cruz
Presidente de la CEB
Cochabamba, 8 de noviembre de 2007