La revolución de la esperanza, según Benedicto XVI (I)

El padre James Schall S.I. analiza las ideas del Papa sobre la verdadera esperanza

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WASHINGTON, viernes, 15 febrero 2008 (ZENIT.org).- Aunque el mundo moderno habla de la esperanza en términos de progreso y justicia social, estos conceptos son aberraciones «inhumanas» del verdadero significado de la virtud teologal, afirma el padre James Schall.

El profesor jesuita de filosofía política en la Universidad Georgetown es el autor de «The Order of Things» (El Orden de las Cosas) y de «Another Sort of Learning» (Otra Forma de Aprendizaje), ambos publicados por Ignatius Press.

En esta primera parte de su entrevista con Zenit, el padre Schall comenta cómo Benedicto XVI, en su encíclica «Spe Salvi», defiende la virtud teológica de la esperanza mostrando que sin Dios la plenitud y la felicidad humana son imposibles.

La segunda parte de esta entrevista aparecerá el domingo.

–¿Por qué cree que esta presentación de la virtud teológica de la esperanza es especialmente oportuna?

Padre Schall: Podemos decir, con brevedad pero con algo de ironía, que de hecho el mundo laico está en sí lleno de «esperanza». Sin embargo, ya no se reconocen los orígenes intelectuales o las ideas que utiliza para la esperanza. Las palabras modernas usadas en lugar de esperanza son «progreso» o «salvar al mundo para la democracia», «justicia social», o la erradicación «científica» del sufrimiento y el mal. La base teológica para esta «secularización» de la esperanza se remonta a Joaquín di Fiore y a Francis Bacon, entre otros.

La idea moderna de esperanza siempre significa insatisfacción con el presente a la luz de un presumido futuro que no sólo es mejor, sino que la respuesta creada por el hombre a lo que queremos decir con felicidad completa.

Incluso la palabra «educación» tiene matices de esperanza. El énfasis en la educación como solución tiene también un trasfondo socrático. Sócrates evidentemente pensó que en el origen de todo desorden humano encontramos la «ignorancia». De esta forma, la educación, tanto general como universal, llega a considerarse como una «cura» universal para los desórdenes morales manifestados en la naturaleza humana donde quiera y siempre que aparezca en nuestra experiencia. Si podemos eliminar la «ignorancia», se «espera» que eliminaremos el mal.

Este punto de vista presupone claramente que sabemos definir con propiedad la naturaleza del mal que buscamos eliminar. Quizás no haya ideología que se más obstinada que ésta educativa. El hecho es que no es la ignorancia primariamente la que causa el mal. La educación como ideología siempre rechaza enfrentar el problema clave del mal, su relación con la voluntad libre, la virtud y la gracia.

Aristóteles dejaba claro que, aunque la inteligencia es con razón un factor importante, había un elemento recurrente de «debilidad» en la naturaleza humana. La mayoría de los más inteligentes y bien educados solían ser los más cercanos a los mayores males. Los tratados clásicos sobre la tiranía siempre presuponían esta relación del mayor mal con la mayor inteligencia finita, sea ésta angélica o humana. Lucifer es uno de los ángeles más inteligentes, por eso es tan peligroso.

Siguiendo a San Agustín y a Santo Tomás de Aquino, comprendemos el lugar de la voluntad, la libre voluntad, en nuestras vidas. El mal no está fuera de nosotros. Aristóteles había reconocido que la virtud y el vicio son hábitos adquiridos basados en elecciones repetidas. No nos convertimos en virtuosos o viciosos simplemente sabiendo qué es la virtud y qué es el vicio. Tenemos que «hacerlos» repetidamente.

Detrás de este énfasis en la voluntad, encontramos la doctrina del pecado original con su relación al orgullo.

Mi punto de vista aquí es el siguiente. Los miles de millones de dólares de riqueza que los estados modernos y las organizaciones privadas invierten en educación para mejorar el mundo se justifican casi siempre en una versión de la esperanza que mantiene esencialmente que lo que causa los males humanos es la falta de conocimiento. Puesto que la relato completo del desorden humano incluye más que sólo el conocimiento, debemos reconocer que este entusiasmo moderno por «el solo conocimiento» traiciona las insinuaciones utópicas de esta solución mundial de los últimos problemas humanos.

No se trata de abandonar el aspecto válido de la educación en nuestras vidas. No hay religión – o filosofía – más dedicada a la inteligencia que el catolicismo. Se trata de colocarlo en el orden apropiado. Deberíamos buscar y saber la verdad. Pero de esto no se sigue automáticamente que quienes encuentren la educación necesariamente elegirán vivir en la verdad.

Lo que este Papa ha sido capaz de hacer, de una forma revolucionaria, es clasificar los trazos teológicos no reconocidos de la esperanza que existen dentro del orden secular.

La misma búsqueda de su propia autosuficiencia por parte de la modernidad está cargada de insinuaciones cristianas que existen en la cultura, pero que no se reconocen. Uno de los resultados de la pérdida de la fe, en sí misma una elección, es que ya no sé conoce cómo están implícitos en la cultura los temas cristianos.

Los estudiantes y las facultades de hoy, incluyendo las de las instituciones católicas, tienen pocas nociones de los orígenes y límites cristianos des sus entusiasmos favoritos. Incluso cuando nos ponemos a estudiar las herejías como herejías, las adoptamos con frecuencia con términos entusiastas cuyos orígenes ya no reconocemos. No sólo hay ignorancia, sino una ignorancia voluntaria.

No queremos saber que nuestros deseos más básicos se explican mejor gracias a una fe razonada, que hemos rechazado acríticamente como insostenible, sin examen ni ventaja.

–Usted ha hecho una conexión entre la frase de Eric Voegelin, «immanentizar el eschaton», y la encíclica. ¿Qué significa esta frase? ¿Qué conexión ve?

–Padre Schall: Eric Voegelin fue un filósofo político alemán que vino a Estados Unidos durante el periodo nazi. Había comenzado una distinguida carrera académica en Alemania que continuó en las Universidad Estatal de Louisiana y en la Universidad de Stanford. Sus voluminosos y profundos escritos han sido publicados por Louisiana University Press y por University of Missouri Press.

Tras largos estudios en filosofía, lenguaje, escritura, historia y teología, Voegelin concluyó que la principal fuerza de motivación tras los movimientos filosóficos modernos ha sido su esfuerzo por lograr literalmente las metas trascendentes que se encuentran en la filosofía clásica y el cristianismo, como el cielo, la felicidad, pero dentro de este mundo. Denominó estos esfuerzos sistemáticos «ideologías». Explicaba que su esfuerzo fue «inmanentizar el eschaton».

La filosofía realista y la teología cristiana no son, en este sentido, «ideologías», aunque suelan ser denominadas así en las universidades. Esta es la razón de que, desde un punto de vista católico, la defensa de la filosofía y la revelación sean tan importantes. Su realismo es lo que las distingue de las ideologías. La filosofía y la revelación no son una mera proyección en la realidad de ideas humanamente conectadas que no tengan otra justificación que la construcción en la mente de algún pensador, transformadas luego en acción política.

La palabra «eschaton» se refiere a las últimas cosas. Tradicionalmente las llamamos: muerte, purgatorio, infierno y cielo. Nos percatamos rápidamente que estas son las cuatro cosas a las que se refiere el mismo Benedicto XVI en la «Spe Salvi». Estamos tan poco acostumbrados a escribir algo serio sobre estos temas que no podemos apreciar con facilidad la profundidad de lo que trata el Papa. Como suelo decir, el catolicismo es una religión intelectual. Teníamos que estar mejor preparados para entender porqué.

Sé que la expresión «immanentizar
el eschaton» suena de manera formidable. Supongo que es algo que sólo una mente académica podría acuñar. Pero nos sirve. Tiene la ventaja de identificar de forma apropiada lo que ocurre en la mente moderna cuando busca encontrar un significado humano fuera de la filosofía realista a la que la revelación está dirigida de una manera coherente. En otras palabras, significa que el pensamiento moderno no escapa del cristianismo incluso cuando trata de hacerlo. Lo que hace es volverse a colocar dentro del mundo como rechazo del cristianismo.

La brillantez de la encíclica del Papa es que él también es un filósofo alemán y lee filosofía alemana. Sabe que los grandes pensadores alemanes, de quienes, de hecho, depende la mayoría del pensamiento moderno, vuelven simplemente a las ideas cristianas, aunque de forma distorsionada. Intentan bajar «la vida eterna» al tiempo. Intentan escapar a la muerte aumentando la edad del hombre 200 años. Intentan imitar el paraíso con fantasías ecológicas de una tierra eterna.

–¿Puede hacer un breve bosquejo de cómo ha distorsionado la visión del hombre nuestro mundo contemporáneo? ¿Cómo se encuadra esta idea de «progreso» en el análisis del Papa?

–Padre Schall: Al principio, la ideología moderna solía proponer un humanismo que era supuestamente independiente de la revelación. Ahora, la filosofía clásica es independiente de la revelación, aunque, como el Papa afirmó en su discurso de Ratisbona, ya encontramos en el Antiguo y en el Nuevo Testamento ideas de la filosofía y de la revelación que están directamente relacionadas unas con otras, las principales son las nociones de verdad, amor, ser y felicidad.

Lo que sostiene la revelación frente al pensamiento moderno y a la política es que el «humanismo» se ha convertido gradualmente cada vez más en «inhumano». Chesterton predijo con frecuencia que ocurriría esto. Los conceptos de la duración de la vida humana en términos de años, del amor en términos de sexo, de la felicidad en términos de creación individual de sus propios fines son aberraciones, muy parecidas a las que se encuentran en los cinco libros de la «República» de Platón, en la que, en nombre de la búsqueda de la justicia, se elimina a la familia para producir hijos perfectos al combinar la genética y la educación del estado.

El «progreso» es una idea que viene del pensamiento del iluminismo. El famoso libro de J. B. Bury, «La Idea de Progreso», se lee como un libro de historia de la salvación. Me gusta su expresión «cómo ha distorsionado la visión del hombre nuestro mundo contemporáneo».

La virtud teológica de la esperanza, el tema de esta encíclica, es precisamente la virtud que tiene que ver más directamente con la filosofía moderna cuya principal pretensión conocida es que puede producir un «humanismo» mejor. Considerándola en su propia denominación, el Papa demuestra sistemáticamente que sin Dios es imposible, verdaderamente, dar a los hombres y mujeres actuales cualquier esperanza para ellos mismos y para la humanidad.

La doctrina cristiana de la resurrección del cuerpo, algo que tiene conexiones con la noción de amistad de Aristóteles, es la única verdadera doctrina que trata la salvación misma de cada individuo en su particular ser, pero dentro de la noción de una comunidad de amor y amigos, que es lo que todos queremos. Lo que esperamos en el sentido cristiano es precisamente que veremos a Dios «cara a cara». Nosotros ya buscamos conocer al otro «cara a cara». No hay garantía de que esto puede realizarse fuera de la esperanza de que Dios exista y nos ha salvado. Debemos incluir nuestros pecados y nuestro destino.

El Papa reestablece la importancia del purgatorio como una posición sensible precisamente porque sabe, como nosotros, que pocos de nosotros morimos con las almas absolutamente puras. No hay nada de irracional en esta doctrina tan denostada que enfrenta a solas el hecho de los pecados del pasado y su adecuada expiación.

Uno casi llega a reírse de esta encíclica que afronta audazmente las doctrinas escatológicas – cielo, infierno, muerte, purgatorio – y nos muestra que tienen un significado directo en nuestras vidas y en nuestra cultura. Es una encíclica de «esperanza» pero también de «audacia». Es audaz precisamente porque es inteligente y consciente del significado de las ideologías modernas. El pensamiento moderno es, como mucho del pensamiento antiguo tras la Resurrección, un esfuerzo por evitar la verdad de la revelación. No podemos nunca evitar que alguien rechace esta verdad. Ni queremos hacerlo. La verdad de Dios y su destino para el hombre en el mundo deben ser elegidos, así como entendidos.

Lo que hace «Spe Salvi» es explicar en líneas demasiado claras las implicaciones de rechazar el «eschaton» como se presenta en la fe cristiana. No hay duda de que es cierto que esta doctrina debe comprenderse con exactitud. La mayoría de las herejías de la historia surgen de una mala comprensión de lo que se enseña verdaderamente.

Esta encíclica es una presentación de lo que realmente se enseña. Por eso es tan asombrosa y revolucionaria en sí.

Nuestros ojos no han visto lo que nuestros oídos han escuchado porque no queremos recibir lo que somos como un don. Queremos construir lo que somos. Y cuando lo hacemos, nos damos cuenta de que creamos principalmente monstruos. El Papa también retrata estos monstruos en esta encíclica.

Por Carrie Gres

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ZENIT Staff

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