ROMA, domingo, 17 febrero 2008 (ZENIT.org).- El asunto de la distribución masiva de preservativos acapara una vez más los titulares. En los días anteriores a las celebraciones de carnaval en Brasil, las autoridades anunciaron la distribución gratuita de 19,5 millones de preservativos, informaba el 28 de enero Reuters.
La revista médica británica The Lancet criticaba también recientemente a la Iglesia por su oposición a los preservativos. El editorial de 26 de enero de la revista regañaba a Benedicto XVI por no cambiar la enseñanza de la Iglesia para que los católicos pudieran utilizar preservativos para evitar las infecciones de sida.
No obstante, la asunción simplista de que los preservativos son la solución para las enfermedades de transmisión sexual se está probando cada vez más que es falsa. En su número del 26 de enero, el British Medical Journal publicaba un forum sobre los preservativos, con artículos a favor y en contra del tema.
Incluso el artículo a favor de los preservativos, de Markus Steiner y Willard Cates, admitía que además de los preservativos es necesario «evitar el riesgo y reducir las relaciones de riesgo». Tales medidas, explicaban, incluyen retrasar la iniciación de las relaciones sexuales, y fidelidad mutua.
En su artículo oponiéndose, Stephen Genius indicaba claramente: «En primer lugar, los preservativos no pueden ser la respuesta definitiva a las enfermedades de transmisión sexual porque no proporcionan suficiente protección contra la transmisión de muchas enfermedades comunes».
Genius también apuntaba que: «La investigación epidemiológica muestra repetidamente que la familiaridad con el preservativo y el conocimiento del riesgo no dan como resultado elecciones sexuales más seguras en la vida real».
Más de lo mismo
Frente a tales argumentos sobre los fallos de los preservativos y de las campañas de educación sexual, la reacción suele ser pedir más de lo mismo. Un ejemplo típico han sido las noticias recientes de Australia, donde se descubrió que el 60% de las mujeres australianas que habían tenido embarazos no planeados usaban píldoras anticonceptivas y preservativos.
Según un reportaje el 30 de enero en el periódico Age de Melbourne, los grupos de planificación familiar respondían pidiendo más programas de educación sexual.
Sin embargo, en su artículo del British Medical Journal, Genius resaltaba la falacia de tales argumentos. En relación al preservativo y a las campañas de «sexo seguro», decía: «El implacable aumento de las infecciones de transmisión sexual en medio de una educación sobre ello sin precedentes y la promoción de preservativos es la prueba de la falta de éxito de esta postura».
«En numerosos estudios importantes, los esfuerzos concertados de promover la utilización de preservativos han fallado de forma constante a la hora de controlar los índices de infecciones de transmisión sexual – incluso en países con programas de educación sexual avanzados como Canadá, Suecia y Suiza».
En países como Tailandia y Camboya, donde las infecciones de transmisión sexual han disminuido, Genius sostenía que un análisis cuidadoso de los datos revela que los cambios son producto no de la utilización del preservativo, sino de cambios en el comportamiento sexual.
«Innumerables adolescentes, saturados con la educación sexual centrada en los preservativos, no logran que se atiendan sus necesidades humanas fundamentales y terminan contrayendo infecciones de transmisión sexual», concluía Genius.
La experiencia de África
El año pasado, un libro criticaba la excesiva confianza en los preservativos para combatir el sida en África. Helen Epstein, en «The Invisible Cure: Africa, The West, And the Fight Against Aids» (Farrar, Strauss and Gioux) (La Cura Invisible: África, Occidente y la Lucha contra el Sida) también tiene reservas sobre las campañas de abstinencia sexual, pero admite la importancia de cambiar el comportamiento sexual.
Al intentar encontrar las causas del alto nivel de infecciones en África, los investigadores encontraron que una proporción relativamente alta de hombres y mujeres africanos tenía relaciones sexuales simultáneas con dos o tres parejas. Comparada con la monogamia más común de los países occidentales, las relaciones concurrentes aumentan en gran manera el riesgo de una rápida difusión de las enfermedades sexuales.
Epstein se muestra muy crítica con las campañas contra el sida de organizaciones occidentales. Organizaciones como Population Services Internacional, Family Health Internacional y Marie Stopes Internacional se ocuparon primeramente de los esfuerzos de control de población, observaba. En los últimos años, su actividad en campañas de promoción del uso del preservativo dio como resultado una publicidad que promocionó de hecho la actividad sexual, y en algunos casos «rozó la misoginia», añadía Epstein.
El mensaje ha sido que el sexo casual no era nada de lo que preocuparse, siempre que se usara un preservativo. A parte de promover un comportamiento que sólo da pie a infecciones, Epstein también comentaba que las campañas suelen entrar en conflicto con la sensibilidad local en cuanto a la decencia y al respeto propio.
Cambiar el comportamiento
Epstein también criticaba a las organizaciones y las Naciones Unidas por apostar por el papel de la infidelidad en la extensión del sida. Recordaba su experiencia en una conferencia internacional sobre sida en Bangkok, donde los investigadores que presentaron evidencias sobre la importancia de la fidelidad para prevenir la infección «fueron prácticamente expulsado con rechifla».
Otro libro publicado el año pasado, «The AIDS Pandemic: The Collision of Epidemiology With Political Correctness» (Radcliffe Publishing) (La Pandemia de Sida: La Colisión de la Epidemiología con lo Políticamente Correcto), también apuntaba la necesidad de cambiar el comportamiento sexual, en lugar de una confianza al por mayor en los preservativos.
James Chin, profesor de epidemiología en la Universidad de California en Berkeley, dedicaba una gran parte de su libro a un análisis del número de quienes sufren sida, aclarando cómo se suelen inflar las cifras de forma desmesurada.
Chin también sostenía que son infundados los miedos de una infección a gran escala en la población en general, dado que el comportamiento sexual de la mayoría de la gente no la hace presa del sida. El riesgo mayor de ser infectado se encuentra entre los homosexuales y aquellos que tienen parejas múltiples y concurrentes, explicaba.
Un estudio publicado el año pasado por la RAND Corporation reconocía la aportación positiva que la religión puede hacer para cambiar el comportamiento sexual. Según el estudio, «Religiosity, Denominational Affiliation and Sexual Behaviors Among People with HIV in the US» (Religiosidad, Afiliación a Denominaciones y Comportamiento Sexual entre la Gente con VIH en Estados Unidos) es más probable que la gente que es seropositiva, y dice que la religión es una parte importante de sus vidas, tenga menos parejas sexuales y es menos probable que extiendan el virus.
«La religiosidad es un recurso sin aprovechar en la guerra total contra el VIH y el sida, y debería considerarse más a fondo», comentaba Frank Galvan, director del estudio, en una nota de prensa el 3 de abril acompañando el informe.
Concepto cristiano de la sexualidad
Sin embargo, el punto de vista de la Iglesia sobre los preservativos no se basa en qué medida pueda ayudar a resolver los problemas de salud. La sexualidad, explica el No. 2.332 del Catecismo de la Iglesia Católica, afecta a toda la persona humana, cuerpo y alma. Implica la afectividad, la capacidad de amar y de procrear, y formar comunión con los demás.
La sexualidad es ve
rdaderamente humana y personal cuanto se integra en la relación de una persona con otra, una relación que es un don mutuo, completo y de por vida de un hombre y una mujer, observa el Catecismo (número 2337).
Benedicto XVI trató el tema del sida en un par de discursos recientes pronunciados al recibir las credenciales de nuevos embajadores. El 13 de diciembre, en su discurso a Peter Hitjitevi Katjavivi, de Namibia, el Papa reconocía la urgente necesidad de parar la difusión de las infecciones.
«Aseguro a las personas de su país que la Iglesia seguirá asistiendo a cuantos sufren de sida y sosteniendo a sus familias», indicaba el Papa.
La aportación de la Iglesia a la meta de erradicar el sida, continuaba el Pontífice, «no puede sino inspirarse en la concepción cristiana del amor y la sexualidad humanas». Esta visión ve el matrimonio como una comunión de amor total, recíproca y exclusiva entre un hombre y una mujer, explicaba Benedicto XVI.
El mismo día, en un discurso a Elizabeth Ya Eli Harding, nueva embajadora de Gambia ante la Santa Sede, el Papa indicaba que, aunque la medicina y la educación juegan un papel en la lucha contra el sida: «Una conducta sexualmente promiscua e la causa radical de numerosos males morales y físicos y debe superarse promoviendo la cultura de la fidelidad conyugal y de la integridad moral».
Por el padre John Flynn, traducción por Justo Amado